turismo

Domingo, 10 de marzo de 2013

NEUQUEN. LA TIERRA DE LOS PEHUENES

Piñón, fruto sagrado

La araucaria domina el paisaje del norte de Neuquén. De Caviahue a Villa Pehuenia, el antiguo árbol andino se yergue junto a los lagos y en la ladera de los volcanes, desparramando el nutritivo fruto que hoy honran los pueblos originarios, a quienes les dio el nombre de “pehuenches”. Una visita a la región donde crece el árbol milenario.

 Por Graciela Cutuli

fotos de Graciela Cutuli

Cuenta la leyenda, transmitida oralmente generación tras generación al abrigo de la sombra cordillerana, que las tribus que vivían en el norte de la Patagonia desconfiaban del piñón, el fruto de la araucaria. Un árbol que sin embargo consideraban sagrado, al que le ofrecían regalos y ante el cual se liberaban del peso de una mala acción contándosela lejos de los oídos indiscretos del resto del pueblo. Eran pehuenches, o la “gente del pehuén” (el otro nombre de la araucaria), hasta tal punto estaban identificados con la protección del gigante cuya sombra veneraban. Sin embargo, se decía en las tribus que el fruto era venenoso y por lo tanto quedaba intacto, allí donde las ramas lo lanzaban al suelo. Hasta que una hambruna terrible golpeó a la población y la milagrosa intervención de Nguenechén, la divinidad creadora del pueblo aborigen, dio vuelta la historia: Nguenechén –explica la tradición– se apareció en forma de anciano a un joven de la tribu para explicarle que en ese fruto que ellos creían peligroso y árido se ocultaba el secreto de la supervivencia de su pueblo. Y así el piñón empezó a ser consumido –hervido o tostado– y respetado como fuente de alimento y protección para los rigores del invierno austral. La historia, ocurrida en el tiempo primordial de los mitos, tiene sus herederos en el siglo XXI: en la comarca andina del norte de Neuquén, el piñón sigue siendo un ingrediente tradicional reinterpretado en las más diversas formas por la cocina actual.

CELEBRANDO EL PEHUEN En los próximos días, del viernes 22 al domingo 24 de marzo, las localidades de Caviahue-Copahue darán la bienvenida al otoño con la Fiesta del Piñón, nacida en los años ’80 con intención de rendir homenaje a la gente de la región y sus tradiciones. Desde entonces, puntualmente cada mes de marzo –cuando los bosques de la región, aparte de la siempre verde araucaria, empiezan a tomar los colores anaranjados propios de la estación que anuncia el frío–, llega la hora de las jineteadas, las destrezas criollas y el desfile gaucho por los paisajes cordilleranos. La fiesta se completa con espectáculos artísticos, bailes y la elección de la reina del piñón: la mejor ocasión entonces para probar este fruto con el que los pueblos originarios, a ambos lados de la cordillera, prepaban el “chahui”, una chicha a base de piñón molido, agua y miel; el “locro de piñones”, con el fruto cocido y pelado; las tortillas y la sopaipilla con harina de piñón. El fruto tiene, sin embargo, muchas más formas de prepararlo: lo saben los chefs de la región, que incorporan a sus recetas este y otros ingredientes autóctonos, como harán en Caviahue durante la próxima Pascua para la “gran paella volcánica”, todo un clásico local que incluye –no podía ser de otra manera– también piñones para completar la receta tradicional española. Por supuesto, habrá quienes prefieran completar la experiencia con otras especialidades andinas: el cordero patagónico, o un buen chivito al asador, como proponen algunas comunidades mapuches que invitan a recorrer sus paisajes y a conocer la vida de sus integrantes. Esta es, además, la época de la recolección: los aborígenes de la región solían iniciar un gran viaje para recoger piñones en esta misma época, con el objetivo de hacer provisiones para el invierno y al mismo tiempo agradecer al protector Nguenechén por haberlos salvado del hambre.

Antes de la llegada de la nieve, éste es también un buen momento para disfrutar de la temporada baja en el complejo termal de Copahue, que se extiende hasta fines de abril (excluyendo los días de Semana Santa). En el magnífico entorno que ponen el volcán y las montañas que lo rodean, se pueden realizar tratamientos terapéuticos, programas antiestrés y energizantes, o simplemente disfrutar de las bondades de la laguna Verde y la laguna del Chancho, conocida por sus fangos termales. Además están las cercanas termas de Las Maquinitas, más agrestes y sin infraestructura para los visitantes, pero con todo el encanto del vapor que brota del suelo tiñendo el aire de un aroma sulfuroso y haciendo invisibles momentáneamente las pasarelas y la gente que las transita.

La araucaria, el árbol distintivo de las localidades neuquinas de Caviahue y Villa Pehuenia.

VILLA PEHUENIA Villa Pehuenia, sobre el lago Aluminé, es otra digna hija de la tierra de la araucaria. En torno del lago, las lengas y los ñires están a punto de tomar los colores otoñales, convirtiendo esta pequeña aldea en un pueblo de cuentos, de calles onduladas y arenosas, sombreadas y silenciosas. Poco a poco, Villa Pehuenia dejó de ser un secreto de pocos para convertirse en un destino que tiene, además de lo necesario para funcionar durante todo el año, los servicios que requieren los visitantes; el resto lo ponen la cordillera, el bosque, los lagos, ese paisaje ancestral donde aún viven comunidades mapuches, como las que gestionan cada invierno el centro de deportes de nieve Batea Mahuida.

Pehuenia también es –y hasta el nombre lo dice– tierra de pehuenes y piñones. Como lo saben los chicos del pueblo, que en otoño se ven pasar aquí y allá recolectando los piñones que después venden a los restaurantes de la zona. La cosecha puede ser abundante: cada árbol, cada recta y gigante araucaria puede producir hasta 400 kilos de este fruto, que se hierve por lo menos un par de horas en agua salada para luego conservarlo todo el año. Rico en hidratos de carbono, no extraña entonces que Nguenechén lo haya elegido para salvar la vida de su pueblo. Aquí se lo puede probar de otra forma original: bajo la forma de alfajores elaborados con harina de piñón, una especialidad local. Y esta época también es buena para recolectar hongos de pino, que primero se secan y luego se suman a otros platos patagónicos (aunque advierten los conocedores que no hay que quedarse corto en la recolección, ya que después del proceso de corte y secado los kilos reunidos se reducen drásticamente a una décima parte).

También Villa Pehuenia celebra los frutos de la tierra patagónica, y este año tiene fecha del viernes 26 al domingo 28 de abril para una nueva edición del Festival del Chef. La madrina del festival, que tiene como protagonista principal al piñón de araucaria, es Dolli Irigoyen, quien estará presente junto con el francés Christope Krywonis. Durante ese fin de semana se podrán probar los platos a base de cordero, trucha, hongos y ciervo en los stands de los productores y expositores regionales. Mientras tanto, habrá tiempo –son los últimos días antes de la nieve– para navegar sobre el Aluminé y sus islas y para recorrer las playas, a las que se llega bajando por los acantilados, o bien en canoa y gomón. El lago es el corazón de toda la región, así como el volcán Batea Mahuida es su punto de referencia: desde sus 1900 metros se pueden ver los volcanes Lanín y Villarrica, el Llaima y el Lonquimay. En estas tierras se puede visitar la reserva Cinco Lagunas, donde está asentada la comunidad mapuche Puel, la más numerosa y tal vez una de las más amigables con los extraños, pero no la única de esta zona. Viven en un paisaje verde donde ponen color las mutisias, y donde la caña colihue se expande como sin límites entre las araucarias y los radales que prosperan en esta tierra ventosa y húmeda. En cuanto a las aguas del Aluminé, se abastecen del lago Moquehue, más alto, y van a dar al río Aluminé, uno de los favoritos de los amantes del rafting.

Para tener un panorama más abarcador de la belleza de la región, se puede transitar finalmente el Circuito Pehuenia, a lo largo de 130 kilómetros, bordeando los lagos Moquehue, Aluminé, Pulmarí y Ñorquinco: es un paraíso de montañas, bosques, arroyos y cascadas que, mediante un pequeño rodeo, permite llegar también hasta la frontera con Chile, atravesando un camino que recorre una parte de la selva valdiviana.

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Piñones de araucaria, el fruto que alimentó a los pueblos originarios durante generaciones.
 
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