Dom 07.09.2003
turismo

TUNEZ ENTRE EL MEDITERRáNEO Y EL SAHARA

Una moderna antigüedad

En el norte de Africa, a dos pasos de Europa y en el corazón del Mediterráneo, un viaje al legendario Túnez, uno de los países del Magreb más modernos y más buscados por el turismo. Sus costas, el exotismo de sus mercados, la indeclinable atracción del desierto y la fascinación por una historia cuya antigüedad se remonta a más de tres milenios.

“¡Cartago delenda est!” (Cartago debe ser destruida), sentenció Catón en el Senado romano en el año 146 A.C. Las legiones de Escipión “el Africano” cumplieron el mandato, llegando incluso a echar sal sobre la tierra para que nada pudiera volver a crecer sobre sus ruinas. La antigua ciudad del norte de Africa es hoy un lugar emblemático de la milenaria historia de Túnez, que también se entrelaza con la epopeya homérica de Ulises, detenido por los lotófagos en la actual isla tunecina de Djerba, y el trágico amor entre Dido, reina de Cartago, y Eneas, el héroe de La Eneida de Virgilio.
A lo largo de una historia que se remonta a más de tres mil años, Túnez conoció las civilizaciones bereber, púnica, cartaginense, romana, árabe, española, turca y francesa, cuyas influencias modelaron la identidad cultural actual de un pueblo mayoritariamente musulmán que se integra con comunidades de otros cultos. Hoy Túnez, independizado de la colonización francesa en los años 50, es uno de los países del Magreb más buscados por el turismo. No sólo por la hermosura de sus playas mediterráneas o el exotismo de sus pueblos interiores, a orillas del desierto, sino también por el equilibrio y seguridad que ofrece un país cuyos habitantes se muestran conciliadores, hospitalarios y con una voluntad de modernidad que no niega su antiquísimo pasado.

La Medina de la capital tunecina
Sinfonía en cúpulas y terrazas, inteligencia y armonía del urbanismo, sombras frescas y olores de otros tiempos, así es la Medina de la capital de Túnez. Rodeada de murallas que se abren en grandes puertas, alberga viviendas, palacios, cementerios, almacenes, plazas y jardines, artísticas terrazas y esbeltos minaretes. A través de un entramado de calles, callejuelas y callejones ensamblados como en una inmensa red, la Medina, todo un cuerpo con vida, conserva los misterios y el encanto indefinible del paso de la historia. Así como en Túnez –la ciudad mestiza que se fue conformando con sucesivas migraciones– los palacios turcos contrastan con las mezquitas moriscas y los letreros en árabe con los anuncios en francés, las intrincadas callejas de la Medina, a veces casi pasadizos, contrastan con los bulevares que se extienden radialmente a partir de la avenida central Bourguiba, homenaje al presidente que modernizó Túnez y condujo la evolución social del país. La avenida es un eje urbanístico con escaparates de flores sobre los que revolotean millares de pájaros, que permite recorrer la ciudad capital, y sentir su alma a través de la arquitectura de líneas barrocas que se mezclan con estilos futuristas en una escenografía donde conviven pasado y presente.
A la Medina se puede subir por la Rue de la Kasbah o por la Rue Djemaaa el Zitouna, que desemboca en la Gran Mezquita, en cuyos alrededores están situados estratégicamente los zocos. Los mercados árabes no tienen fin: desde el zoco Al Attarine (de perfumes) hasta Al Trouk (el de los turcos), pasando por el pozo de las mujeres, de la lana o de los orfebres, cada tienda y cada vendedor permiten explorar un poco de ese arte del regateo que tan atractivo resulta en el mundo africano. Por las dudas, hay que recordar que lo mejor de los zocos no cabe en una valija: es la vista de la ciudad que cada uno ofrece desde sus terrazas, y el particular ambiente que se respira en cada uno de ellos.
Yendo hacia el norte de la Medina, se pasará por la Hafsin, que antiguamente fue el barrio judío. Después de atravesar los típicos mercados y cafés se llega a la blanca mezquita de Sidi Mehres, el santo patrono de Túnez, desde donde se pueden dirigir los pasos rumbo a la Place Halfounie, un paso previo al espléndido Palacio del Bardo. Fue el antiguo complejo de palacios ocupado por los beys, pero actualmente sus instalaciones pertenecen en parte al Parlamento y en parte a un magnífico museo. Desde reliquias púnicas (entre los siglos VII y III antes de Cristo) hasta vestigios romanos y restos de la civilización egipcia y griega van tomando lugar en las salas y reconstruyendo el antiguoesplendor del Túnez actual. Sin embargo, el Bardo es famoso sobre todo por los mosaicos romanos y bizantinos que aquí fueron reconstruidos después de haber llegado de todos los rincones de Túnez en épocas diversas. Este tesoro muestra a los ojos del visitante escenas de la vida cotidiana, de los dioses, de la agricultura o de la fauna y flora que rodeaban la vida de los antiguos habitantes del norte de Africa. Hay algunos retratos célebres, como el de Virgilio flanqueado por las musas, y el de Ulises tentado por el canto de las sirenas. Desde luego, el Bardo no podía dejar de incluir una importante sección consagrada al arte islámico, a los trajes y artesanías regionales.

Playas y arqueologIa El norte de Túnez está dominado por la cadena del Atlas, que atraviesa todo el Magreb desde Marruecos. Después de visitar Túnez capital y Cartago, uno de los lugares más turísticos del norte es el Cap Bon, ese brazo que lanza el mapa hacia el norte, como para agarrarse al sur italiano. En el cabo, sin duda la ciudad más frecuentada es Hammamet, el destino predilecto de un turismo masivo. Evitada por muchos, pero adorada por otros tantos, la ciudad combina la playa con un centro típicamente norafricano, con su zoco y su castillo, o Kasbah, del siglo XIII. Otro punto de interés, casi en la punta del cabo, es Kerkuan, un sitio arqueológico púnico descubierto en 1952. Si bien parece haber sido una ciudad importante durante los brillantes tiempos de Cartago, Kerkuan fue olvidada después de su destrucción por manos romanas, y nunca fue levantada nuevamente. Sus ruinas, intactas desde hace más de mil años, la convierten en un sitio de suma importancia para los arqueólogos, que pueden estudiar a través de sus reliquias la vida cotidiana del imperio cartaginés. Lo más sorprendente es encontrar en Kerkuan toda una zona residencial, como en las modernas metrópolis, aunque más sorprendente todavía es la existencia de salas de baño en casi todas las casas, con bañeras revestidas en cemento que atravesaron más de veinte siglos sin dañarse.
Más al norte, el valle del Medjerda –uno de los pocos ríos permanentes de Túnez, y sin duda el más importante– recuerda en muchos aspectos a la ribera norte del Mediterráneo. En este valle fértil se instalaron muchos franceses durante el Protectorado. Con los años estos colonos crearon una Provenza del sur, y después de la independencia de Túnez muchos se resistieron a marcharse. Esta región, mucho menos visitada que las otras, sin embargo vale la pena conocer por los pequeños pueblos costeros, no alterados por el turismo masivo que se volcó a otras regiones del país.
El principal centro turístico de la costa norte de Túnez es Bizerta, a unos 65 kilómetros de la capital. A medio camino entre estas dos ciudades se encuentran las ruinas de la ciudad romana de Utica. En Utica se empezó a excavar en 1940, y se descubrió que la ciudad romana del primer siglo de nuestra era había sido fundada sobre las bases de una ciudad fenicia del siglo VIII antes de Cristo. Sin embargo, Plinio el viejo escribió que Utica fue una de las más antiguas ciudades de lo que es hoy Túnez, fundada unos tres siglos antes que Cartago.
Al sur del valle, las montañas se hacen más grandes; es lo que los tunecinos llaman el Tell. En esta región se encuentran muchas riquezas arqueológicas. Las ruinas de acceso más fácil son Thuburbo Maius y Zaghuan. De la época romana quedan un impresionante acueducto que se ve desde la carretera que lleva a la ciudad de Zaghuan y el templo de las aguas, un grandioso complejo termal del siglo II.

Thuburbo Maius tiene, por su parte, orígenes muy remotos. Antes de la llegada de los fenicios, los bereberes ya habían fundado en estas tierras un centro agrícola, aprovechando sus aguas y sus fuentes. Más tarde los romanos la convirtieron en una ciudad de guarnición, hasta la llegada de los vándalos en el siglo V. Después de ellos fue ocupada por los bizantinos, que la abandonaron definitivamente en el siglo VII, tras la llegada de los árabes. Las ruinas, que no fueron estudiadas hasta fines del siglo pasado, hoy parecen las de una típica ciudad romana.

Susa, Kairuan y la isla de Djerba El interés del centro de Túnez se concentra en su costa. Allí está la legendaria Susa, tercera ciudad del país, después de Túnez capital, y Sfax, con plantaciones de olivos que se extienden sobre más de 250.000 hectáreas, un puerto abierto sobre el centro de la ciudad y una Medina envuelta en fortificaciones que evocan su larguísimo pasado. En sus casi tres milenios de historia, Susa fue bautizada por lo menos cinco veces y vio pasar a Aníbal y a Escipión al frente de sus legiones romanas. Hoy es una ciudad balnearia internacional, que se extiende hacia el norte, formando con el complejo de Port El Kantaoui uno de los polos turísticos más completos del Mediterráneo.
Situada al oeste de Susa, Kairuán es una de las ciudades santas del Islam y la primera que fundaron los árabes en Africa del norte. La leyenda reza que allí resbaló el caballo del discípulo de Mahoma Oqha Ibn Naafa, haciendo brotar un manantial en el cual se encontraba una copa de oro que había desaparecido años antes en La Meca. Actualmente es la cuarta ciudad santa del mundo musulmán, después de La Meca, Medina y Jerusalén. Su mezquita es uno de los lugares más importantes de Túnez, centro religioso de una ciudad que late al ritmo del Islam y núcleo principal de toda una vida marcada por la herencia del Profeta.
Una de las antesalas del Sahara es la muy concurrida isla de Djerba, punto mítico del larguísimo itinerario de Ulises, un jardín flotante con incontables palmeras, donde la arena de la playa fina y blanca, recibe el reflujo cristalino y templado de aguas ricas en peces y crustáceos. Aquí estamos ya a las puertas del gran desierto del Sahara, una atracción mágica que no pueden perderse quienes visitan Túnez.

El Sahara y sus oasis En el sur de Túnez, cubierto por el Sahara, todo cambia. En ciudades como Douz, el Sahara está a la puerta del hotel; tres desiertos entremezclados al alcance de la vista. El de arena fina, el desierto de sal donde no se percibe signo alguno de vida –sólo los espejismos de fantasmales castillos moviéndose sobre un mar de cristales–, y finalmente, el desierto de estepa grisáceo donde crece una extraña vegetación que va de la retama al tamarisco. El Sahara es sin duda un sitio sin fin.
En Douz, se realiza todos los años el muy pintoresco “Festival del Sahara Tunecino”, con desfile de camellos, exhibición de artesanía beduina y espectáculos de un colorido difícil de imaginar. En este oasis, inmerso en un “bosque” de unas 800.000 palmeras, se guardan celosamente usos y costumbres ancestrales.
El gran desierto comienza realmente al sur del Chott El Yerid, un lago salado de tamaño y aspecto variables según las temporadas. En el camino hacia el popular oasis de Tozeur, el Chott revela una de las leyendas del Sahara; la de los espejismos. No es imposible que en los momentos de más sol y luz aparezcan de la nada unas palmeras y el idílico paisaje de un oasis en medio de lo que no es, en realidad, más que una árida llanura desértica.
Tozeur, a orillas del Chott, fue una ciudad romana fronteriza. Hoy es el límite del desierto para los miles de turistas que pasan por sus hoteles cada semana del año. Desarrollada alrededor de la plaza del mercado, su singular arquitectura, con callejuelas y casas abovedadas, ofrece en sus fachadas el original diseño de ladrillos en dibujos geométricos decorados. Desde Tozeur se viene a descubrir el gran desierto, a pasear un par de horas a lomos de camellos o bien a descubrir el verde en torno del oasis en el que se cultivan dátiles. Ciento cincuenta fuentes alimentan el oasis de Tozeur, que reúne nada menos que 200.000 palmeras, fuente de materia prima para la construcción de casas, el tejido de cestas o el consumo de dátiles. Finalmente, no se puede dejar esa inmensidad de arena sin visitar a los matmata para conocer así una arquitectura única en el mundo: las viviendas de los trogloditas. Este conjunto de pueblos recibe su nombre de las tribus bereberes y sus habitantes viven en casas subterráneas construidas en la falda de la montaña o excavadas en los valles. Un ojo inexperto sólo descubre cráteres en los que se disimulan las moradas formando un verdadero paisaje lunar. Aquí todo es extraño, imponente y grandioso como la arrogancia del bereber. Y en un abismo de luz, el escenario brilla como un contraste entre el fuego del atardecer y la caravana de camellos transitando las montañas.

Producción: Jorge Dickerman.

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