SURINAM. EL “PAíS MáS VERDE DEL MUNDO
Surinam posee el patrimonio en biodiversidad más resguardado de Latinoamérica. El 80 por ciento de su territorio es pura selva, bosque, acuíferos, montañas y ríos tropicales aún no heridos por la expansión de las fronteras productivas madereras o sojeras, como en el vecino Brasil.
› Por Emiliano Guido
Fotos de Emiliano Guido
El calor amazónico de Paramaribo viene cargado con aroma a café recién tostado o a dulce de frutas tropicales. La presencia del aire tórrido es ineludible hasta en su único aeropuerto internacional, que, con su mobiliario desvencijado y sus letreros publicitarios de los años ochenta, más bien parece una terminal de ómnibus de provincia. Pero, de alguna manera, es lógico y atendible. Surinam, la nueva promesa del ecoturismo regional, no es una plaza para hacer cultura shopping. Esta ex colonia holandesa, vecina directa de la ex Guyana británica y de la Guyana francesa, además de Brasil, tiene casi cuatro décadas de vida como Estado independiente, pero sigue siendo un enclave prístino, salvaje, poco pavimentando. En un tamaño similar a Marruecos o la península de la Florida norteamericana, Surinam tiene menos habitantes que cualquier municipio del conurbano sur argentino. Eso sí: ningún otro territorio latinoamericano posee tantas reservas naturales –con sus respectivos ríos amazónicos, aves primitivas, delfines rosados y saltos de cascada estrepitosos– como esta nación tropical y caribeña que, evidentemente con razón, se ha autobautizado como “el país más verde del mundo”. Y aunque por razones históricas Paramaribo está más conectada con el Caribe y con Europa, tras su incorporación a la Unasur esta perla amazónica promete ser la nueva estrella del ecoturismo regional.
SURINAM PARA PRINCIPIANTES El primer tip para el turista que debute en Surinam es que debe tener en cuenta la complejidad cultural e histórica del lugar. En este país los autos se conducen por el carril izquierdo, herencia de su pasado colonial. Además, en Paramaribo y en las cinco o seis ciudades con cierto desarrollo –el resto es pura biodiversidad amazónica, ya sea encorsetada en reservas naturales o administrada por pueblos originarios caribeños– el idioma oficial es el neerlandés, huella lingüística de cuando la metrópoli era Amsterdam. Su identidad arquitectónica está labrada en madera y, mayormente, coronada con techos de tejas a dos aguas, de ahí que la Unesco declarase a la capital del país como Patrimonio Cultural de la Humanidad por la particularidad de sus fortines, iglesias y edificios gubernamentales.
Pero la mixtura de Surinam encuentra su punto más alto en su gente. Más allá del tutelaje inglés y holandés, Surinam fue tocado por otras corrientes migratorias llamativas como la hindú –que fue constituyéndose como élite comercial bajo el visto bueno de Londres– y la javanesa, importada como mano de obra esclava por Holanda para trabajar en las plantaciones de arroz y café cuando la tendencia antiesclavitud que bajaba de Haití benefició a la comunidad negra local. Por eso, el fenotipo de aquí es una rareza: una persona típica puede tener la piel color oliva, los ojos achinados y el pelo apelotonado en unas rastas de tono chocolate. Pero Surinam no es sólo un país-babel, sino también es una especie de país-laboratorio de la geopolítica. Esta nación fue siempre disputada por la metrópoli británica y la holandesa, hasta que, en un momento del conflicto bilateral, se produjo un increíble trueque entre estos dos imperios europeos. Los Países Bajos canjearon su dominio en Nueva York con los ingleses a cambio de poder hacer pie en la actual Paramaribo, capital nacional. Seguramente el diplomático holandés que aconsejó dicho enroque debe haber sido despedido y, por supuesto, guillotinado en cada uno en los manuales de historia en neerlandés. Finalmente, la élite local y la marabunta de trabajadores semiesclavos de las plantaciones arroceras lograron la independencia en 1975. Del mástil de todas las escuelas de Surinam fue bajada la bandera holandesa y comenzó a flamear el actual estandarte tricolor decorado con dos indios originarios portando flechas. En estos 38 años de vida como Estado independiente, Surinam tuvo varias crisis políticas: hubo golpes de Estado militares por derecha y por izquierda (apoyado a medias por el gobierno cubano), hasta que desaparecieron las turbulencias y se estabilizó un gobierno republicano que, actualmente, privilegia la integración regional con Sudamérica. Y, por lo menos en clave turística, la reconexión de Surinam con Buenos Aires, Montevideo o Asunción abre la puerta para que los ciudadanos del Mercosur puedan conocer, ahora con planes de vuelo más livianos gracias a la nueva sintonía entre los gobiernos, el paraíso amazónico más resguardado e intocable.
DELFINES, CASCADAS Y AVES El diario de viaje posible en Surinam comienza sí o sí en su capital Paramaribo, única conexión aérea del país con el resto del mundo. En su ciudad más importante, homónima del río torrentoso que amuralla toda la urbe, la agenda turística más sabrosa pasa por lo culinario pero, también, por el circuito histórico que tiene como citas impostergables el Fuerte Zeelandia (el primer mojón colonial); una sinagoga (Gravenstraat Synagogue) construida en el año 1736 y ejemplo de buena convivencia religiosa con una importante mezquita, y el tropicalísimo Palacio Presidencial. Recapitulando, la híbrida cocina de Surinam es un hit por sus oníricos cruces asiáticos, africanos y caribeños. Los platos suelen ser picantes, agridulces y con mucha presencia de pescados de río y de frutas tropicales como el mango, la papaya o el ananá. Esos aromas y esos condimentos imantaron, incluso, a la celebrity de la gastronomía Anthony Bourdain, que realizó un especial para la CNN desde las calles de Paramaribo.
Si la recorrida por la civilizada Paramaribo es el grado uno de la hoja de ruta a transitar, yendo siempre de una escala de menor a mayor en cuanto a tiempo, costos y adrenalina turística, el siguiente punto recomendable de la guía del viajero local pasa por contratar las excursiones low cost que parten de la capital para conocer en una o dos jornadas el río y la selva amazónica de Surinam. En general, las agencias que operan en Paramaribo ofrecen paquetes ecoturísticos all inclusive con un menú de opciones similares. La propuesta es internarse en una lancha por el río y en el trayecto conocer, siempre en pequeñas paradas, a las etnias originarias o a las comunidades negras que siguen cultivando el azúcar y el café con métodos artesanales. Ya cerca del atardecer, cuando la luz del cielo comienza a opacarse y a bañar las arboledas ribereñas con tonos anaranjados, la barca suele enfilar para un recodo de la corriente donde suelen saltar y hacer piruetas en el aire los irrepetibles delfines rosados de la Amazonia de Surinam. En este punto, los operadores ofertan un plan B al turista: en vez de retornar a Paramaribo, el viaje puede seguir y ramificarse en un Journey Through History –para conocer las señas de las guerras independentistas– o directamente embarcarse en The Sugar Trail, una conexión con los viejos dominios azucareros donde se afincaron los primeros colonos británicos u holandeses.
Por último, desde Paramaribo se puede viajar hasta el interior profundo de Surinam y conocer el Parque Nacional Brownsberg, un área de vida tropical y selvática que domina una de las reservas agrestes más grandes del mundo. Brownsberg es el más popular de todos los parques naturales de Surinam; allí pueden ser observadas aves primitivas casi extinguidas como el águila arpía o el gallito guayanés, monos saltimbanquis, varias especies animales y ríos serpenteantes, en una de las áreas amazónicas más protegidas del continente. El Parque Nacional de 8400 hectáreas se encuentra a quinientos metros sobre el nivel del mar, en el distrito de Brokopondo, a unos 130 kilómetros al sur de Paramaribo. Por lo tanto, a menos de dos horas de la capital de Surinam, es posible pernoctar en los lodges que se encuentran en la meseta Mazaroni, desde donde se obtiene una vista panorámica única del entintado lago Brokopondo. Escalar los dóciles picos de Mazaroni, realizar caminatas hasta las iracundas cascadas Leoval e Ireneval y disfrutar del avistaje de aves son algunas de las alternativas ecoturísticas que pueden realizarse en Brownsberg, el corazón del último paraíso amazónico.
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