Domingo, 15 de diciembre de 2013 | Hoy
TIGRE. ACTIVIDADES EN EL DELTA
De paseo por los ríos y arroyos de Tigre, entre descanso y actividades de aventura en la tierra y en el agua. Un día para renovar la postal de siempre, disfrutando del gran río que trae un reino de naturaleza a las puertas de la gran ciudad.
Por Verónica Russo
Cuando visito un lugar por primera vez, me gusta conocer esas postales que nunca nadie vio. Pero en el caso de Tigre se trataba de un desafío doble: porque en realidad ya había paseado varias veces por el Puerto de Frutos, conocido por ser uno de los mercados de artesanías a cielo abierto más grandes de América latina, y por supuesto también por la costanera del río Luján. Y sin embargo, esta vez quería encontrar aquello que no había mirado nunca, o se me había escapado de las manos a pesar de haberlo tenido tan cerca. En otras palabras, se trataba de probarme que hasta lo bien conocido tiene rincones por descubrir. Rincones que tal vez otros ya vieron alguna vez –al fin y al cabo Tigre es un secreto que comparten muchos– pero que aspiraba a que fueron nuevos para mí.
Ya en medio de una ciudad hecha de ríos, me llamaba la necesidad de navegarlos: acompañada por un hermoso día de sol, decidí entonces ir a la Estación Fluvial y ver qué me tentaba más. Las lanchas colectivas siempre me fascinaron, pero como se toman cuando uno sabe el destino y yo en realidad no lo tenía definido todavía, preferí tomarme una lancha taxi y que su conductor me recomendara un sitio que sólo sea conocido por los lugareños. Fue así que conocí a Fernando y comenzamos el viaje por el río Sarmiento, uno de los más transitados de la primera sección del Delta, donde se encuentra la mayoría de los recreos con playas en la zona.
Continuamos por el Capitán y entramos luego en el arroyo Rama Negra, donde la embarcación debió bajar la velocidad para adaptarse al caudal de un paisaje nuevo. Aquí un entrelazado de cañaveral formaba un increíble techo natural, donde la luz del sol parecía querer interrumpir la pura naturaleza de sombras verdes apenas iluminada por destellos de los rayos que lograban filtrarse. Con este primer encuentro, ya empecé a sentir que había encontrado lo distinto: y sin embargo, justo en ese momento el capitán me advirtió que antes de llegar a la intersección con el arroyo Espera nos encontraríamos con más novedades.
NATURALEZA PARA PRESERVAR Sobre el arroyo Rama Negra Chico vimos el cartel de Delta Terra, la única reserva natural ecológica de la primera sección de islas, inaugurada este año. La reserva es ideal para bajarse y estar en contacto directo con el entorno: ya no se trataba sólo de mirar desde el agua, sino de poner los pies en tierra firme para sentir el Delta desde adentro. Me recibió Jerónimo, quien me recomendó realizar primero una caminata guiada por todo el predio, que comprende 40 hectáreas de conservación del patrimonio cultural y natural de la zona, a cargo de la Fundación Azara. Emprendimos así un recorrido de una hora, encontrándonos con diversas especies autóctonas como pavas de monte, horneros, biguás y coipos: a veces descubriéndolos por sus sonidos, otras por sus huellas, y a veces avistándolos directamente, fuimos descubriendo cada especie y sus costumbres gracias a las explicaciones del guía de la Fundación. También comprendimos cómo es la estructura de una isla del Delta, con sus bordes levantados por la sedimentación y el centro más hundido, al estilo de un plato hondo. Después de tantas fotos sacadas, porque cada rincón es una tentación de verde, flores y fauna, almorzamos en el restaurante de la reserva, que tiene mesas al aire libre. Para quedarse un rato más, bien se puede probar la experiencia de navegar en kayak por los arroyitos, que es otra forma de hallar más rincones verdes únicos.
Cuando se hizo finalmente la hora de regresar a la ciudad, y mientras la embarcación emprendía el viaje, los ríos se ensanchaban como puertas de entrada para todo el que quisiera visitarlos. “A los lancheros nos encanta navegar por nuevas vías para los turistas, es más entretenido”, dice Fernando.
Nuevamente en la Estación Fluvial, me dirigí hacia el clásico puente Sacriste, aquel que ya había usado como postal en otras ocasiones. Esta vez me servía de punto de referencia intermedio entre dos caminos que por esta vez tenía previsto obviar. Por un lado está el Puerto de Frutos, que a principios del siglo pasado era utilizado –como su nombre lo indica– como lugar de comercialización de frutas y maderas traídas de las islas. Con el tiempo, a medida que fueron cambiando las necesidades y los cultivos, el puerto en cuestión se transformó en un tradicional encuentro con otros servicios y un paseo de artesanías. Y por otro lado, el Paseo Lavalle-Victorica, la zona costera en donde se encuentra la mayoría de los clubes de remo de la ciudad, por estar conectada directamente con el río Luján. Es atrapante caminar por las pérgolas del paseo, pero en esta oportunidad estaba en busca de otra propuesta.
AMPLIANDO AVENTURA Para cambiar mi viaje, tomé el Bus Turístico desde la Estación de Trenes de Tigre y para mi sorpresa, encontré que este transporte me dejaba en un paseo de actividades, Benavídez Aventura. A mitad del trayecto por el Camino de los Remeros, recorrido a la vera del Canal Aliviador, con miradores espectaculares para ver ese deporte tan característico de estas aguas, pensaba en que todo lo que conocía hasta ahora era sólo una parte de Tigre. Si siempre con mi familia habíamos caminado las mismas diez cuadras en cada ocasión, ahora me habían bastado unos minutos para llegar a algo nuevo.
Desde la avenida Italia, ya en Benavídez, se alcanza a ver una torre con el nombre de Euca. “Pensar que esta zona era de campos sin nada, desperdiciados hasta hace poco tiempo”, cuenta Juliana, pasajera de Zona Norte que prefirió tomarse el micro antes que venir en auto. Aquí cables, aros, sogas y maderas conforman juegos en altura, como los que uno imagina en otro país o en otra provincia en medio de los bosques.
Travesías como tirolesas y puentes colgantes en distintos niveles divierten y superan el vértigo de chicos y grandes que trabajan en equipo y juntos logran llegar a las metas. Este parque aéreo es el más grande del país, y sorprende además con la gran caída libre “Verti-go!” en la misma estructura donde se practica escalada y rappel. La sensación que despierta esta experiencia es cansancio mezclado con euforia: decido entonces tomar unos mates debajo de los árboles y confirmo por qué Euca debería ser una parada imperdible.
Muy cerca, a 200 metros, encontré también el complejo de deportes acuáticos Bairex. No fue necesario tomar lancha para llegar aquí, porque se accede por via terrestre. En una gran laguna se practica wakeboard y esquí acuático por tracción por cable Rixen. Nada restrictivo, se puede realizar desde los 5 hasta los 85 años. La novedad es el “flyboard”, una tabla a propulsión que conecta universalmente con todas las motos de agua y permite empujarse por debajo de la superficie y volar hasta 12 metros de altura. Ver el atardecer haciendo esta pirueta es una experiencia alucinante. Como si fuera poco, está la única surf-pool de la zona, la preferida por los chicos.
Con el mismo bus emprendimos el regreso y en el trayecto ingresamos al Centro Comercial de Nordelta, una zona –al contrario de lo que pensaba– abierta a todo el público y no sólo a los vecinos del barrio. Con opciones gastronómicas en Bahía Grande, tiene gran variedad de propuestas, negocios, cines y restaurantes. Tendré que darme una vuelta por este lugar en mi próxima visita a Tigre.
Cuando arribé nuevamente a la Estación de Trenes, me quedé pensando que este día al fin y al cabo resultó ser diferente: en una sola jornada tuve río, naturaleza, deportes extremos, vértigo, adrenalina, risas, paz, todo a pocos minutos de distancia. Misión cumplida, y hasta la próxima, Tigre.
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