CHUBUT EN PUNTA TOMBO, AL SUR DE LA PENíNSULA VALDéS
La primavera trajo consigo la llegada de los primeros pingüinos a Punta Tombo. En esta reserva excepcional se reúnen cada año, de septiembre a marzo, decenas de miles de pingüinos Magallanes para el período de reproducción y cría. Esta época también es una de las mejores para hacer el viaje, ya que aún están las ballenas y toda la fauna marina que se solaza bajo el sol.
Se los ve cruzar de lejos, contoneándose con elegancia y en fila india, sin inmutarse por el paso de la gente o las ráfagas que soplan con fuerza junto al mar patagónico. Al principio parecen unos pocos, apostados bien alerta en la entrada de sus cuevas, pero a medida que se avanza hacia el interior de la reserva se multiplican hasta convertirse en millares y millares de ejemplares: son los pingüinos de Magallanes, estrellas exclusivas de Punta Tombo, la principal colonia continental de reproducción de la especie en el mundo. Catalogada como “área natural protegida”, la reserva de Punta Tombo está situada 180 kilómetros al sur de Puerto Madryn, ciudad de donde parte también la mayoría de las excursiones para visitar la cercana Península Valdés y sus apostaderos de lobos y elefantes marinos. Otra opción es hacer la visita desde Trelew, a 110 kilómetros, que gracias al nuevo Museo de Paleontología Egidio Feruglio ganó en los últimos años nuevo carácter turístico y atrae a los aficionados a los dinosaurios de todo el país.
Un pájaro nada bobo Tal vez por su marcha
algo torpe cuando están en tierra, se llamaba “pájaros bobos”
a los pingüinos, aunque sin duda no merecen el mote. Quien viaje en esta
época del año –una de las mejores para ir a la Península
Valdés y alrededores, ya que aún están las ballenas, llegaron
los pingüinos, hay lobos y elefantes marinos, y la temperatura es más
benigna para practicar buceo– podrá ver a los pingüinos incubando
sus huevos, puestos generalmente de a dos en el nido entre fines de septiembre
y la primera semana de octubre. Alrededor del 25 por ciento de los huevos, sin
embargo, se pierden por la acción de los predadores. Los huevos o los
pichones muy pequeños son víctimas sobre todo de las gaviotas,
petreles y zorros, pero la otra gran amenaza para los pingüinos no viene
de la fauna, sino de la actividad humana: los derrames de petróleo en
el mar son una condena a muerte para la especie, ya que un pingüino empetrolado
pierde las propiedades protectoras de su plumaje.
Por curioso que parezca, los pingüinos son monógamos: es decir que
conservan la misma pareja toda la vida –alrededor de unos 20 años–
y con ella vuelven cada año a las mismas cuevas, hábilmente escondidas
en el terreno pedregoso de Punta Tombo, u ocultas bajo las matas de vegetación
espinosa.
El período de incubación, durante el cual machos y hembras se
turnan en la tarea, mientras el otro se interna en el mar en busca de alimento,
dura unos 40 días y le siguen la rotura del cascarón y el rápido
crecimiento de las crías. Entre enero y febrero los hijos ya son grandes,
pero es muy común ver a las crías reclamando todavía a
sus padres, ruidosamente, que los alimenten en la boca... (cualquier semejanza
con los seres humanos es pura coincidencia). Pese a que a los 90 días
los nuevos pingüinos ya prácticamente equiparan en tamaño
a los adultos, es fácil distinguirlos porque la mayoría de ellos
conserva plumones de bebé pegados al cuerpo y a la cabeza: cuando abandonen
completamente este primer plumaje, estarán totalmente listos para su
ciclo de vida acuática, ya que los pingüinos de Magallanes tienen
dos períodos muy diferenciados durante el año: uno terrestre,
justamente cuando eligen apostarse en Punta Tombo, y otro marítimo. El
agua, sin duda, es su medio: allí se desplazan con gracia y rapidez extraordinarias,
que puede alcanzar los 40 kilómetros por hora. Desde la parte alta de
la reserva, que da hacia un área costera de acceso prohibido, se los
puede ver en el agua. En cuanto dejan la tierra para entrar al mar, empiezan
a desplazarse a toda velocidad valiéndose de las patas como timón,
mientras cazan peces y calamares para alimentarse.
Curiosos y hasta entrometidos, los pingüinos de Punta Tombo no muestran
ninguna desconfianza hacia los visitantes, y es muy fácil acercarse a
pocos centímetros, aunque teniendo cuidado de no atraerlos tanto como
para recibir un fuerte picotazo. Sin embargo, la cercanía no debe hacer
olvidar una precaución importante: los pingüinos nunca deben ser
tocados por la gente. El ejemplar que haya tenido este contacto no deseado será
abandonado por sus congéneres (las crías, por ejemplo, dejan de
ser alimentadas por sus padres). Otra precaución importante es al circular
con el auto en la entrada de la reserva: como los pingüinos se cruzan todo
el tiempo por el camino de ripio, hay que respetar su paso, dejarlos pasar y
andar muy lentamente para no atropellarlos. No hay que olvidar que en Punta
Tombo los humanos son bien recibidos, pero al fin y al cabo no están
en su casa.
Visita a la PenInsula Además de los recién llegados pingüinos, esta época (y en especial el fin de semana largo de octubre) es ideal para visitar la Península Valdés, al norte de Punta Tombo, donde está a pleno la temporada de las ballenas. Desde julio, los cetáceos llegan a las aguas del golfo Nuevo para aparearse y dar a luz a nuevos ballenatos: sus juegos en el agua, saltos y paseos a pocos metros de las embarcaciones de avistaje ya son famosos y convocan cada año a miles de turistas. Desde las playas del Doradillo, en las afueras de Puerto Madryn, las ballenas pueden verse desde la costa directamente; sin embargo, todo el que llega hasta estas latitudes se acerca también a las aguas de la península para verlas desde su propio medio. Con un poco de suerte, también es posible avistar orcas, fácilmente reconocibles por sus enormes cuerpos negros y blancos, y toninas overas o delfines, que se divierten nadando en grupo a la cola o a la cabeza de las embarcaciones de avistaje.
Para ver las ballenas desde el agua hay que embarcarse en Puerto Pirámides,
la pequeña localidad más cercana al istmo Ameghino, que conecta
la península con el continente (al cruzarlo, es interesante observar
que las mareas son diferentes en ambos golfos). Sus playas son también
un excelente lugar para divisar las aves marinas que viven en la región:
varios tipos de gaviotas, gaviotines, cormoranes y ostreros. A prudente distancia,
es común ver a estos últimos abriendo –con golpes de sus
largos y brillantes picos rojos– los bivalvos con que se alimentan.
Si se tiene la suerte de pasar el día completo en Puerto Pirámides,
se verá que al subir y bajar las mareas se forman entre los roquedales
zonas a veces sumergidas y a veces al aire libre donde viven anémonas,
algas y pequeños caracoles, muy fáciles de fotografiar sin necesidad
de sumergirse.
Puntas maravillosas A muy pocos kilómetros,
una suerte de balcón natural sobre la península se convirtió
en apostadero de lobos marinos: es la lobería Punta Pirámide,
que ofrece una visión sin obstáculos sobre las aguas del golfo
Nuevo. Algo más lejos, Punta Pardelas es uno de los lugares preferidos
de los buceadores para sumergirse, por la transparencia y quietud de las aguas,
que permiten una mejor visión submarina.
En la superficie, entretanto, vale la pena seguir camino hacia Punta Delgada,
frente al Atlántico abierto: aquí hay un faro casi centenario,
que además de sus funciones como orientador para navegantes es el punto
principal de un complejo de hotelería y restaurante desde donde se hacen
avistajes de fauna, paseos a caballo y otras excursiones. En el camino se pasa
por las salinas Grande y Chica, dos grandes depresiones que están bajo
el nivel del mar. Pero lo mejor es el cercano apostadero de elefantes marinos:
en primavera, la temporada de reproducción, es cuando se encuentra la
mayor cantidad de animales. Una pasarela que comunica la meseta con la playa
permite acercarse a estos enormes elefantes marinos. Para diferenciarlos de
los lobos hay que tener en cuenta que los machos tienen la característica
probóscide (trompa) a la que deben su nombre, y además carecen
(machos y hembras) de orejas.
En cuanto a los lobos marinos, se los conoce también como “leones
de mar” por la enorme melena que caracteriza a los machos. Aunque los
elefantes pueden estar largo rato tendidos inmóviles al sol, es frecuente
asistir a las peleas feroces, acompañadas de bramidos que superan el
rumor del mar, que enfrentan a los machos por el control de los harenes. También
se puede observar cuando cambian el pelaje: en ese período los elefantes
marinos, que junto con el pelo pierden las capas superiores de la piel, están
varados en la arena envueltos en una pesada somnolencia, sin internarse en el
mar, al que sólo volverán una vez concluido el proceso.
En el extremo norte de la península, hay otro lugar desde donde avistar
elefantes marinos y lobos marinos de un pelo: es Punta Norte, una reserva faunística
provincial donde si bien los animales se ven desde más lejos que en Punta
Delgada, el entorno es de una hermosura extraordinaria. Desde allí se
regresa por otro camino, que atraviesa la península en diagonal, hacia
Puerto Pirámides: en esta zona menos transitada aún que otras
de la península, es posible ver maras, ñandúes y guanacos.
También vale la pena detenerse a observar las típicas matas patagónicas,
la única vegetación que puede subsistir en este paisaje eternamente
barrido por el viento, absolutamente llano pero tan hermoso que podría
pensarse que es el privilegiado rincón de un paraíso perdido pero
todavía viviente.
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