Domingo, 29 de junio de 2014 | Hoy
NEUQUéN. NIEVE, AHUMADOS Y MADERAS
San Martín de los Andes, donde está recién comenzada la temporada de nieve en el Cerro Chapelco, es el lugar ideal para disfrutar de un invierno con platos regionales y vinos patagónicos. Antes pueblo, hoy ciudad, aquí reinan las artesanías y las producciones locales de dulces y ahumados.
San Martín de los Andes, el “pueblito cordillerano” al que llegó en 1949 el escritor chileno Pablo Neruda para huir de la persecución ideológica en su país, ya no es “tan pequeño”, como lo describe en su libro de memorias Confieso que he vivido, sino una elegante ciudad neuquina a orillas del lago Lácar y al pie del cerro Chapelco, con dos temporadas turísticas anuales, una de pesca y otra de nieve.
Casi sin interrupción, pues la primera se extiende de noviembre a mayo y la segunda del 20 de junio a principios de octubre, la vida gira principalmente alrededor de estas dos actividades, que se complementan con fábricas de chocolates y dulces, ahumaderos de productos regionales, restaurantes, bares y artesanías, en especial con maderas nativas.
San Martín de los Andes, 1591 kilómetros al sudoeste de Buenos Aires y sólo 30 kilómetros al este de Chile en línea de aire, con unos 30.000 habitantes, se encuentra en el extremo oriental del lago Lácar, en un valle de 10 cuadras por 13 surcado por el arroyo Pocahullo.
El casco urbano, una joyita de pulcritud, conserva antiguas construcciones en madera o casas de pioneros, que se lucen en calles arboladas donde el final del otoño contrasta rosales florecidos con follajes amarillos, cercos de un verde intenso, bayas rojizas y delgadas siluetas de álamos desnudos.
Deportes de invierno A 20 kilómetros de la ciudad, el centro de esquí Cerro Chapelco promete este año una prolongada temporada de deportes invernales, probablemente la mejor luego de años difíciles a causa de la gripe aviaria, el hantavirus y, sobre todo, la explosión de cenizas del complejo chileno Puyehue-Cordón Caulle en 2011.
Una llovizna intensa que se va transformando en nieve nos recibe al llegar, y la mañana siguiente nos sorprende con un espeso manto blanco en los jardines de La Casa de Eugenia, el hotel boutique en que nos alojamos. Tras esa primera imagen, admiramos los grandes bosques durante una fuerte nevada en el ingreso al Parque Nacional Lanín, de 379.000 hectáreas, creado en 1937, y cuya “estrella” es el cónico volcán homónimo, de 3776 metros de altura.
Pehuén, roble-pellín y raulí son árboles protegidos que sólo crecen en esta zona del territorio argentino, y sus distintos matices se aprecian desde los miradores del lago Lácar y del Parque Lanín, donde cada ángulo sugiere una foto panorámica.
El camino zigzaguea y el guía relata curiosidades del lugar. Como la historia del ahora abandonado hotel Sol de los Andes que, luego de un período de esplendor en los ’70, se alza espectral y anacrónico en la ladera del cerro Díaz, pues su arquitectura no respetó las características locales. Después comenta que la telenovela Alén Luz de Luna, protagonizada por Gustavo Bermúdez y Héctor Alterio –quien recibió el Martín Fierro 1996 por su papel en el programa– se filmó íntegramente en San Martín de los Andes.
Así, entre paisajes y recuerdos, volvemos al centro de la ciudad, fundada en 1898 sobre territorio mapuche por decisión militar, para sentar soberanía en el marco de la llamada “Campaña del Desierto”.
El trayecto da tiempo también para comentarios sobre los pueblos originarios de la región, la tribu mapuche Curruhuinca, y sobre la genialidad de la tesis del perito Francisco P. Moreno para fijar la delimitación fronteriza con Chile por las altas cumbres y no por la divisoria de aguas, pues esta última podía ser desviada por el hombre. Tesis que en 1902 posibilitó la incorporación de la zona a la Argentina.
Dulces y velas En la ciudad nos esperan relatos de emprendimientos que se mantienen de generación en generación, como la fábrica de chocolates, dulces, helados y velas Mamusia, iniciada por una pareja polaca que se había conocido en un campo de concentración nazi. José y Maia Fularski lograron dejar su país de origen después de la Segunda Guerra Mundial y ella, “mamusia”, que en polaco significa “mamita”, comenzó a fabricar chocolates con recetas tradicionales de su familia para ofrecerlos a sus visitas. De la cocina hogareña la fabricación pasó a una verdadera chocolatería, que ahora, después de 42 años, está en manos de dos nietas de los pioneros.
Pero las empresas de familia no sólo tienen que ver con los inmigrantes. Mario Herrera, ahumador artesanal, es nieto de uno de los fundadores de San Martín de los Andes. El hacía botes y sus hijos lo acompañaban a navegar y pescar, y luego a cazar. “Somos seis hermanos, dos mujeres y cuatro varones. No cedimos ni una pulgada de los terrenos de nuestros padres”, destaca emocionado Mario, y cuenta que los varones “a remo y vela” llevaban al aserradero las maderas que servirían para los botes de su padre. “Fui pescador y cazador toda mi vida y guía de pesca desde los 12”, se enorgullece. “Mi padre salaba las truchas que nosotros pescábamos y las ponía en las piedras. Luego hacía fuego, las colgaba y así se ahumaban”, dice para explicar cómo se inició en esta artesanía.
Años después, en 1978, abrió su primer establecimiento, El Ciervo, que hoy elabora ahumados de este animal, de jabalí y de trucha, entre otros productos. Y la cuarta generación se perfila en la empresa con uno de sus hijos, “pero primero tiene que estudiar”, insiste Mario mientras la picada que nos ofrece se enriquece con recuerdos.
Lenga, radal y raulí se transforman en las manos del tallador Gato Muñoz en fuentes, bandejas decorativas, cazuelas y platos para empanadas. Nacido en Cutral-Có, Muñoz aprendió a tallar con su padrino, que era carpintero. Gubias, lijas y cera de abeja dan a las maderas nativas artísticas formas y un brillo natural que en algunos casos combina con cuernos de ciervo.
En tanto su esposa, Susana Payé, se define como “recicladora” de maderas autóctonas porque crea señaladores para libros, cajitas, marcos para fotos y llaveros con tejuelas y zócalos antiguos que encuentra en demoliciones. “Lo que el rico tira el pobre lo utiliza”, comenta sonriente, y nos cuenta que, además, recolecta trozos de michay, chacay y ñire caídos en los bosques para elaborar sus artesanías. Sus delicados señaladores Puel Mapu (Tierra del Este) participan en la Feria del Libro local, porque –dice– le gusta “unir el placer de la lectura con la belleza y el alma de las maderas ancestrales”.
Por su parte, La Casa de Eugenia, ahora hotel, integra el Patrimonio Cultural de San Martín de los Andes, pues se construyó en 1920, en la etapa de los primeros pobladores, con paredes de madera. Con el paso de los años fue cambiando de función, hasta que en 1997 “un sueño familiar” –dicen sus propietarios– la transformó en nueve habitaciones para turistas, dos salones de estar, un sala de té y un parque privado con frutales para elaborar los propios dulces.
Y tras los relatos de pioneros y artesanos vamos al encuentro del indiscutible protagonista del invierno sanmartinense: el Cerro Chapelco. Con 28 pistas de diferentes grados de dificultad y varios medios de elevación, toda la familia puede esquiar o aprender a hacerlo, divertirse con caminatas con raquetas, y probar descensos en trineo o snowboard. Mientras ascendemos con raquetas hasta 1350 metros, el guía hunde su bastón en la nieve y nos indica que la capa ya alcanzó un espesor de un metro, lo cual “asegura esquiar hasta mediados de octubre”, explica. Y agrega que, “si alguien no quiere saber nada con los deportes, puede subir en la telecabina y disfrutar del paisaje en la confitería, a 1600 metros de altura”.
Para los paladares exigentes, San Martín de los Andes tiene distintas posibilidades, entre las cuales se destacan La Reserva, con su chef Guillermo Ponce de León, Rancho Aparte, con Hernán Bergonzelli, y El Regional, para picadas, truchas y carnes de caza. Otra opción es conectarse con Tomás Campbell, “ganador del concurso Cocinero Argentino por Neuquén”, quien abre su mesa y su familia para reducidos grupos.
Para probar algo diferente hay mucho y bueno: desde trucha al limón y ciervo con frutos rojos y peras acarameladas hasta tablas de ahumados patagónicos con escabeches caseros o calentitos de jabalí. ¿Y el brindis? Vinos patagónicos o cervezas artesanales, antes de un dulce final con helado de chocolate, cheesecake o torta de manzana.
Como broche de oro del programa espera la nueva ruta 40 (ex 234) para recorrer los 110 kilómetros del Camino de los Siete Lagos, que en realidad son ocho desde San Martín de los Andes a Villa La Angostura: Lácar, Machónico, Falkner, Villarino, Escondido, Correntoso, Espejo y Nahuel Huapi, un recorrido montañoso entre bosques, miradores y aguas cristalinas.
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