PERU VIAJE A MACHU PICCHU
El Valle Sagrado y la ciudadela de Machu Picchu siguen guardando celosamente los secretos de su pasado. Monumentos de piedra en medio del monumento natural que forman la montaña y la selva, son el mayor tesoro de la civilización incaica.
El misterio contribuye a la fascinación, o es su propia belleza tal vez la que crea el misterio. No hay explicaciones claras, no hay conclusiones firmes, y entonces lo que se impone es la fuerza del paisaje y el silencio de esas piedras que desde hace siglos se resignan a guardar su secreto para siempre. Hace casi 100 años, Machu Picchu –la Ciudad Perdida de los incas– fue redescubierta por la expedición que encabezó el norteamericano Hiram Bingham. Desde entonces, no dejó de despertar la admiración y la sorpresa de los arqueólogos, siempre en busca de la clave que permita descifrar con qué fines los incas levantaron en medio de montañas inaccesibles, sobre una ladera que se eleva al cielo como una flecha, esta ciudadela laberíntica donde culmina el Valle Sagrado del Urubamba.
Caja de sorpresas Entretanto, Machu
Picchu se convirtió en un imán turístico. Pero los arqueólogos
siguen trabajando, y siguen encontrando nuevos sectores increíblemente
ocultos a los ojos de las miles de personas que cada año recorren el
Camino del Inca, o los pueblos del Valle Sagrado, en su larga peregrinación
hacia la ciudadela. El último hallazgo data de pocos días atrás:
un grupo dirigido por el norteamericano Gary Zeigler y el inglés Hugh
Thomson, el mismo que el año pasado identificó un sitio inca en
Cota Coca, a unos 100 kilómetros de Cusco, encontró otro complejo
ubicado a sólo seis kilómetros de Machu Picchu. El sitio está
alineado con la ciudadela y puede haber tenido funciones ceremoniales propias,
según creen Zeigler y Thomson después de analizar los edificios
de piedra, un templo solar y varias casas, dispuestas –igual que Machu
Picchu– siguiendo el alineamiento de las Pléyades y el amanecer
del solsticio de junio. En realidad, Bingham había estado también
en este lugar, pero al no documentar las coordenadas precisas la selva volvió
a tragárselo durante décadas: sólo ahora, con ayuda no
sólo del clásico machete sino también de las modernas fotografías
aéreas infrarrojas, los arqueólogos pudieron recuperar la ubicación
precisa del sitio –conocido como Llactapata– y llegar nuevamente
hasta estas ruinas, que se creen también levantadas en torno al siglo
XV y luego misteriosamente abandonadas, antes de la llegada de los españoles.
Es muy probable que haya otros sitios semejantes en las cercanías de
Machu Picchu: el tiempo dirá si la selva va revelándolos, pero
entretanto se plantea un problema más urgente, la protección del
sitio de la ciudadela del asedio turístico. Al tiempo que se conocía
el hallazgo de Llactapata, el Instituto Nacional de Cultura de Perú (INC)
anunciaba que se está estudiando limitar a 500 personas por día
el ingreso a Machu Picchu, frente a las aproximadamente 2000 que ingresan actualmente.
La razón está a la vista: la cantidad de visitantes, que fue en
aumento en los últimos cinco años, contribuye al desgaste de las
escaleras de piedra de Machu Picchu y los andenes aterrazados por donde se circula
para conocer los templos y construcciones del lugar. Mientras se toma una decisión,
el INC anunció que, entre otras medidas, se pedirá a los visitantes
que entren con zapatillas o calzado de suela de goma para evitar dañar
las rocas y los senderos. Machu Picchu, al que la naturaleza preservó
celosamente durante siglos, merece ahora que sus admiradores lo cuiden para
las próximas generaciones.
El Valle Sagrado Hay quienes creen
que los templos y observatorios que jalonan el recorrido por el Valle Sagrado
de los Incas –o valle del río Urubamba, que une Písac, Ollantaytambo
y Machu Picchu– son el reflejo en tierra de las constelaciones de la Vía
Láctea, cuyas formas de animales tienen correspondencia en los edificios
de piedra levantados por los indígenas. La base habitual de los itinerarios
por la zona es Cusco, la principal ciudad de la región, el antiguo “ombligo
del mundo” donde los incas habían establecido su capital. Pero
cuando se la deja atrás, junto a sus espléndidos monumentos, se
deja atrás también la amalgama indígeno-hispana que surgió
de la conquista y el mestizaje –las iglesiascatólicas levantadas
sobre los gruesos muros incas son todo un símbolo– para internarse
en el más puro Perú andino, allí donde el mundo cobra otro
ritmo y las culturas originales no han dejado de serlo.
Se puede partir de Cusco hacia el este para visitar las ruinas de Pikillacta,
Rumicola, el pueblo colonial de Andahuaylillas o Huaro, para luego desandar
el camino y dirigirse nuevamente hacia el oeste, hacia Machu Picchu, pasando
por Sacsayhuamán, Písac, Yucay y Ollantaytambo. La fortaleza de
Sacsayhuamán es el sitio más cercano a Cusco y una auténtica
proeza de la ingeniería inca: hasta el día de hoy es inexplicable
la construcción de este complejo con piedras de hasta nueve metros de
largo por cinco de ancho, algunas de más de 15.000 kilos de peso y distribuidas
en paredes que tienen cientos de metros de extensión. Sacsayhuamán
era un conjunto de edificios militares que albergaba a miles de soldados (todavía
queda el trono donde el Inca pasaba revista a las tropas), y fue el punto donde
comenzó en 1536 la rebelión contra los conquistadores que encabezó
Manco Inca. Pero la historia terminó mal. Hoy, observando desde el punto
más alto de la fortaleza la ciudad de Cusco, donde se distinguen claramente
el trazado de la plaza central y la catedral, no cabe menos que preguntarse
qué rumbo habría tomado la historia peruana si el imperio no se
hubiera derrumbado ante los conquistadores. Pero la historia, se sabe, la escriben
los que ganan.
Otro de los sitios que pueden visitarse en el día, siempre cerca de Cusco,
son Qenko –un santuario donde se conserva un anfiteatro circular y un
bloque de piedra que representa a un puma–, el templo de Puca Pucara y
los baños del Tambo Machay, reservados antiguamente al Inca y sus mujeres.
Písac y Ollantaytambo Una de las “puertas”
al Valle Sagrado es Písac, un poblado muy popular por el mercado que
se hace los martes, jueves y domingos. Variopinto y alegre, lleno de música
y no menos de cerveza, el mercado es ideal para comprar prendas de alpaca (uno
de los orgullos de la artesanía peruana, aunque hay que aprender a distinguir
las texturas de la lana de llama, alpaca y baby alpaca, sin hablar de la delicada
pero carísima vicuña), plata labrada, e interiorizarse sobre la
variedad de productos regionales, entre ellas la gran cantidad de papas andinas
de distintas texturas y sabores. Pronto comenzará en estos pueblos y
mercados la temporada navideña: los festejos por el nacimiento del Niño
Jesús, aunque en principio ajenos a los pobladores locales, se contagian
gracias al contexto rural de los pastores, con los que se identifican los campesinos
indígenas. Así, con aportes del cristianismo y de la cultura inca,
surgen en diciembre de cada año los festejos de la Navidad andina, con
sus bailes, representaciones teatrales, platos típicos, pesebres, retablos
y una devoción religiosa con mucho de sincretismo y gran sinceridad.
Las fiestas navideñas duran hasta el 6 de enero, el día que llegan
los Reyes Magos y sus regalos: aquí, en tierras de la Inca Kola, todavía
está lejos el rojo traje del europeo Papá Noel.
Fiestas aparte, en Písac hay que conocer las ruinas, a las que se llega
por una ruta o bien con algunos de los chicos del lugar, que guían a
los turistas a través de las terrazas de cultivo labradas en la montaña.
Unos 40 kilómetros hacia el oeste están Yucay –vale la pena
visitar la Posada del Inca, un hotel construido sobre un antiguo convento, que
incluye un museo y su propia capilla– y Urubamba, en el centro del valle
del río sagrado del mismo nombre.
Aquí quedan atrás definitivamente los vestigios
de la cultura occidental tal como la entendemos en el sentido moderno: el modo
de vida y las tradiciones son puramente indígenas, en el interior de
las casitas siguen conviviendo la gente con los cuises que les servirán
de alimento, en algún rincón arde el fuego que sirve para cocinar,
calentar las habitaciones y ennegrecer las paredes, y en los campos pasan los
bueyes arando mansamente la tierra, que es el único sustento de los pobladores.
Otro de los pueblos que suelen visitarse, también con su pequeño
mercado y las calles intactas donde el agua corre todavía por las canalizaciones
que tallaron los incas, es del de Ollantaytambo, punto de partida para acceder
a un imponente templo militar y religioso (las entradas se venden en un pase
conjunto que permite visitar las iglesias y museos de Cusco, Sacsayhuamán,
Písac y otras ruinas del valle). Escenario de las luchas entre Manco
Inca y los conquistadores, la fortaleza de Ollantaytambo esconde también
un rosario de misterios: nadie sabe cómo llegaron aquí los bloques
de piedra rosada incluidos en los muros, ya que no son del lugar, ni cómo
se trazaron los dibujos tallados en piedras inaccesibles. Entre el Templo del
Sol y el Baño de la Ñusta (la princesa inca), entre otras construcciones,
se pueden ver asomar las acampanadas cantutas, la antigua flor de los incas
que hoy es la flor nacional del Perú.
Camino del Inca Para los que prefieren el turismo
aventura, disponen de más tiempo y tienen al menos un mínimo de
entrenamiento en trekking, la mejor manera de llegar a Machu Picchu es por el
Camino del Inca, que puede recorrerse en cinco días haciendo la primera
parte del tramo en el tren donde viajan los campesinos para trasladar sus productos
a los mercados regionales y el resto a pie, entre puentes colgantes, pasarelas
de piedra, pequeñas cabañas y acantilados. Llegar a Machu Picchu
y encontrarse con la majestuosa ciudadela surgiendo de las brumas del amanecer
es recompensa sobrada del esfuerzo realizado: en este lugar, el mundo parece
recién salido de las manos de su creador, para deleite exclusivo de los
exploradores perseverantes.
Pero hay otras maneras menos agotadoras de llegar a la ciudadela: la más
sofisticada es la opción del helicóptero, desde el pueblito de
Aguas Calientes, y la más tradicional es la del tren turístico
que llega hasta el mismo pueblo, para luego subir hasta las ruinas en ómnibus,
por la sinuosa carretera Hiram Bingham. El tren recorre unos 110 kilómetros
entre Cusco y la estación Puente Ruinas, a lo largo de los cuales atraviesa
la montaña Picchu, pequeños pueblos enclavados en una zona ganadera,
el Valle Sagrado, el río Urubamba, Ollantaytambo y finalmente la estación
Puente Ruinas. Desde septiembre de este año, PeruRail abrió además
del tren tradicional –muy cómodo y bien equipado para el viaje–
una opción de lujo, el Hiram Bingham, que reacondiciona vagones comprados
en Singapur en el estilo clásico de los años ‘20, como en
el ferrocarril Andean Explorer que va de Cusco al lago Titicaca. La formación
cuenta con cuatro coches (dos comedor, uno bar y uno cocina) para 84 pasajeros,
que parten de Cusco a las 9.00 y llegan a Machu Picchu al mediodía.
Machu Picchu Cualquiera sea la opción
elegida, a todos les espera el mismo sitio, la extraordinaria ciudadela levantada
entre el Machu Picchu (“viejo pico”) y el Huayna Picchu (“joven
pico”). Todavía hoy hay más preguntas que respuestas sobre
qué era exactamente Machu Picchu, si un complejo con funciones religiosas
o una fortificación de tipo militar; si un centro de cultivo de hojas
de coca para los sacerdotes incas o un refugio para las Vírgenes del
Sol. Sí se pudo determinar que hubo una ocupación preincaica del
sitio, hace unos 2000 años, y que éste fue abandonado antes de
la llegada de los españoles: ni los indígenas contemporáneos
de los conquistadores, ni los españoles mismos, supieron de su existencia.
Fue precisamente esto lo que permitió conservarla.
Hoy las ruinas se visitan y conocen siguiendo los sectores y denominaciones
que les atribuyó Bingham; hay que tener en cuenta que no siempre estos
nombres son confiables o certeros, pero ya fueron adoptados por la tradición
y los guías del lugar. Se entra por la Casa de los Cuidadores de las
Terrazas, en el Sector Agrícola, y se sigue por una serie de fuentes
hasta el Templo del Sol, en cuyos nichos sagrados se depositaban ofrendas. Este
lugar, como otros en el complejo, parece haber tenido funciones astronómicas,
por la disposición y orientación de lasrocas: el dato es uno de
los que alientan a muchos amantes del new age a elegir Machu Picchu como centro
de sus modernas celebraciones, a las que acuden con sus correspondientes túnicas
blancas, dándose la mano como en pleno flower power. No perturbarían
a nadie, si no fuera que algunos pretenden adueñarse temporariamente
de algunos sectores de la ciudadela para sus ritos, lo que no deja de despertar
la incomodidad de otros turistas.
Enfrente del Templo del Sol se levanta el Sector Real, y en los alrededores
una zona que Bingham consideró –por el hallazgo de numerosos huesos
y momias– que pudo haber sido un cementerio. Uno de los lugares más
interesantes del conjunto es el Templo de la Tres Ventanas, así llamado
por las ventanas en forma de trapecio talladas en la piedra, y el Templo Principal,
tal vez destinado a la preparación ritual del sacerdote antes de las
celebraciones religiosas. También sobresale el Reloj Solar (Intihuatana),
una piedra solar que se cree servía para medir el tiempo y el paso de
las estaciones. Pero tal vez lo más interesante no es seguir al pie de
la letra a los guías y folletos, sino dejar que los pasos se pierdan
entre las ruinas de Machu Picchu siguiendo el itinerario que trazan la curiosidad
y el instinto, y elaborando conclusiones propias sobre los verdaderos objetivos
y roles que tuvo este conjunto de selva, piedra y aire diáfano donde
flotan todavía los secretos de los incas.
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