Dom 23.11.2014
turismo

ISRAEL. CRUCE DE CIVILIZACIONES EN ACRE

Capas de la historia

Viaje a la ciudad de Acre, una de las más antiguas en la historia de la humanidad. Ruinas milenarias, mercados y mezquitas, sinagogas e iglesias en la tierra por la que pasaron la mayoría de las civilizaciones del viejo mundo.

› Por Guido Piotrkowski

Fotos de Guido Piotrkowski

Es sábado, día de descanso en Israel. Unos pibes juegan a la pelota entre las murallas de la vieja ciudad de Acre, o Akko en hebreo, o San Juan de Acre, como llamaron en la Antigüedad a este puerto milenario frente al Mediterráneo, en el norte de Israel, una de las ciudades más antiguas del mundo.

Dos de los cuatro chicos tienen la camiseta del Barcelona. Decir Messi, acá, es palabra santa. Tanto como las plegarias que se escuchan desde los altoparlantes del minarete de la mezquita de El Jazzar, que se alza entre los muros de piedra derrumbados y vueltos a erigir, una y otra vez, desde hace cinco mil años, como si fuera un Lego a través de los siglos. Esas murallas que fueron testigos de la sangre derramada en batallas y conquistas, y del sudor en la frente ante cada destrucción y reconstrucción, hoy lucen impecables gracias al trabajo de restauración que se hace en estas tierras, donde la historia es un capital insoslayable.

La mezquita de El Jazzar fue inaugurada entre 1781 y 1782, bajo el reinado de El Jazzar Pasha, uno de los grandes reyes otomanos, quienes corrieron a los bizantinos. Este santuario es uno de los más grandes de Israel, sólo superado por la mezquita de Al-Aqsa en Jerusalén, la más grande del país. Y es, además, la mayor de las mezquitas construidas durante la época del dominio otomano.

Son las nueve de la mañana y asoma un sol que promete una cálida jornada. Es un buen horario para entrar a recorrer las ruinas, justo cuando abren las puertas del sitio arqueológico y se puede eludir el grueso de los turistas que pronto llegará.

Vista de Acre y el minarete de la mezquita El Jazzar, inaugurada bajo el reinado otomano.

LA CIUDADELA “Hoy en Acre vemos dos capas de historia, pero hay muchas más. Son más de cuatro mil años, hay vestigios de varias civilizaciones, pero no todas están necesariamente acá. El puerto ha estado siempre en su lugar, pero el centro de la ciudad ha estado en distintos lugares”, explica Nurit Baram, guía del Ministerio de Turismo de Israel.

Las murallas atesoran cinco mil años de historias y secretos bajo sus cimientos, como la Ciudad de los Cruzados, que fue revelada y reconstruida, justo debajo de la ciudad que se levantó por encima. Por ese motivo la Unesco reconoció a Acre como Patrimonio de la Humanidad en 2001. “Los cruzados estuvieron años y años, piedra sobre piedra. Es gente que lo único que hacía era conquistar y construir. Eran como monjes, muy disciplinados, no tenían su familia, tenían su obra. Han llegado aquí para cumplir su misión”, aporta Nurit sobre una de las tantas corrientes que pusieron algo más que un granito de arena en este lugar que formaba parte del reino de Jerusalén, para ensanchar su territorio. De hecho, la caída de Acre es uno de los símbolos del fin de las Cruzadas. Fortificaciones, iglesias, las Salas de los Caballeros, sinagogas y mezquitas son algunos de los vestigios que se pueden recorrer en la visita a este complejo arqueológico y en un paseo por la ciudad, en constante excavación. Por aquí anduvieron desde los cananitas a los otomanos, pasando por persas, romanos, cruzados, bizantinos y británicos. Si hasta Napoleón pasó por estas tierras, pero se fue derrotado.

En la ciudad subterránea se encuentra el Túnel de los Templarios, que conectaba la ciudadela con el puerto. Los Templarios pertenecían a una orden religiosa que protegía a los peregrinos europeos que viajaban a Tierra Santa. También está allí la Ciudadela de la Orden de los Hospitalarios, una orden religiosa y militar católica que atendía a los enfermos, quienes se trasladaron de Jerusalén a San Juan de Acre. “Los Hospitalarios funcionaban como una entidad independiente del reino –señala Nurit mientras caminamos entre las arcadas de la ciudad subterránea–. Tenían sus propias reglas, sus vidas, sus instituciones.”

Caminando entre las callejuelas, antes de ir al mercado, están los famosos hammam, o baños turcos. Acre fue un puerto comercial por el que pasaban mercaderes y viajantes, y los baños eras de vital importancia para estos hombres que viajaban por días, semanas y meses. El Haman-al Basha es una casa de baños de fines del siglo XVIII, del período otomano. Hoy se ha recreado el espacio con esculturas y un audiovisual que explica la importancia de estos sitios como punto de reunión, descanso y socialización. Las últimas noticias del imperio corrían de boca en boca en el hammam. La Historia del Ultimo Bañero se basa en una dinastía imaginaria de bañeros, una función que se heredaba de padre a hijo, quienes se ocuparon del hammam desde su inauguración hasta su cierre. En la visita se escuchan los relatos y los chismes que se contaban aquí dentro, o la historia de Acre durante el período otomano vista por los ojos de la familia Awad.

Un local en el mercado, ideal para probar especialidades como el hummus y el shawarma.

EL MERCADO Y EL PUERTO Apenas saliendo de la vieja ciudadela, o mejor dicho, de la parte reservada al sitio arqueológico, se encuentra una ciudad casi tan vieja, pero viva. De hecho, al andar por el sitio arqueológico se puede oír la música que suena en los hogares vecinos, se ve la ropa colgada en las ventanas y terrazas, se escuchan las voces de sus habitantes, se huele la comida.

A metros nomás está el típico shuk o mercado árabe, como columna vertebral de esta ciudad de 45 mil habitantes. Como todo mercado en Medio Oriente, y sobre todo un sábado, el lugar es bullicioso. Acre es un punto turístico al que vienen muchos locales, y las callejuelas están concurridas esta preciosa mañana sabatina. Aquí, el aroma de las especias se entremezcla con la carne asada que despiden las parrillas circulares donde se cocina a fuego lento el cordero para el shawarma, plato típico de la región que consiste en cortar la carne –que puede ser pollo o ternera también– en finas láminas, para meterla dentro de un pan árabe acompañado de vegetales. También se puede comer el famoso hummus de Acre, que según dicen los entendidos es el mejor de todo Israel.

Fuera del mercado, frente a la gran muralla del puerto con baluartes donde rompen las olas, hay que probar deliciosos pescados y mariscos en el restaurante Uri Buri. A unos metros de allí, en la rambla entre el puerto y la muralla, hay muchísima gente deambulando, sobre todo turistas locales que aprovechan el día libre y soleado para dar un paseo frente al Mediterráneo. En el puerto, que ya no funciona como tal, sino como amarradero de barquitos pesqueros, hay varias embarcaciones que ofrecen paseos.

Volviendo al shuk, es necesario practicar el regateo, ineludible a la hora de hacer compras, y revolver en los locales de ropa, souvenirs y baratijas donde se pueden encontrar algunas telas e indumentarias regionales a buen precio. Y no partir sin probar al paso dulces típicos como el baclava que ofrecen los vendedores en la puerta de sus locales, como una costumbre de hospitalidad y táctica de ventas al mismo tiempo.

El viajero desprevenido que quiera visitar mezquitas y templos deberá saber que no están abiertos a visitantes todo el tiempo. En la mezquita hay días y horarios para quienes no practiquen el Islam. En la sinagoga de Or Torá, un templo tunecino con mosaicos y vitrales que narran la historia de Israel, hay que concertar una visita de antemano. La sinagoga del rabino Moshe Jaim Luzatto permanece abierta. Este hombre fue un cabalista y escritor que llegó a vivir aquí junto a su familia en 1743. El templo fue expropiado por Dahar al Omán, que lo convirtió en mezquita y les dio a cambio una construcción más sencilla. Entre 1926 y 1929 los judíos abandonaron la ciudad para volver sólo luego de la Guerra de la Independencia (1948). Se radicaron en la ciudad vieja y reanudaron la actividad en el templo.

Acre es, junto con Haifa, una de las ciudades donde judíos y árabes israelíes parecen convivir mejor. Con bemoles, juntos pero no revueltos, como las capas de historia que se acumularon en este entramado de callejuelas, mezquitas, templos e iglesias que otean el Mediterráneo.

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