Domingo, 22 de febrero de 2015 | Hoy
ARGENTINA. EXCURSIONES A LA LUZ DE LA LUNA
Paseos bajo el cielo nocturno a lo largo de toda la Argentina: en el Parque Nacional Talampaya, los Esteros del Iberá, las Cataratas de Iguazú, el Valle de la Luna y junto al Río de la Plata, en la provincia de Buenos Aires.
Por Julián Varsavsky
Durante la noche los paisajes son puro contorno y reflejos. Pueden ser una palmera, una montaña o un farallón recortándose oscuros en un cielo negro, pero algo más claro que el objeto enmarcado. El panorama adquiere entonces una sugerente composición de negro sobre negro, con un contraste radical en el punto remoto donde brilla la luna. Pero el paisaje puede ser la noche misma, sin agregados, el único que conocieron en común los habitantes de cada civilización a lo largo de la historia de la humanidad. El paisaje nocturno que usaban para orientarse. En este caso el espectáculo del firmamento y sus constelaciones es una indefinición abstracta y titilante, en permanente cambio.
El cielo estrellado se refleja a veces con falso movimiento en la superficie de ríos y lagos. Por eso ya casi no quedan destinos turísticos de peso en nuestro país donde no haya, al menos, una cabalgata, una navegación o una caminata para abordar la geografía en el momento en que menos se ve, potenciando así la sugestividad y la imaginación que todo viajero inquieto necesita tener.
UNA NOCHE EN EL TRIASICO Llegamos al Valle de la Luna –provincia de San Juan– bajo la luz oblicua del atardecer encendiendo de rojo los paredones de arenisca, como en un ocaso de fuego. Pero nos apostamos en El Hongo a esperar la salida de la luna llena.
Al fondo vemos al sol acercarse milímetro a milímetro a la línea del horizonte y hundirse en ella como un globo incandescente. El cielo pasa del naranja ardiente a un malva suave, extendiéndose por todo el firmamento. En segundos el cielo se apaga y se transmuta del gris al negro sepulcral.
Nos vamos al sector del Submarino para asistir al proceso inverso. Detrás de la gran muralla de Los Colorados comienza a asomarse el disco perfecto de la luna, cuyo movimiento continuo captamos a simple vista mientras se eleva entre las dos “torres periscópicas” del Submarino.
La verdad es que nunca llegamos a estar en la oscuridad absoluta: mientras más se eleva el satélite blanco, mejor nos ilumina. Abrimos bien los diafragmas de las cámaras y nuestros ojos hacen lo mismo dilatando el iris de manera automática. La luminosidad hace innecesaria la linterna. Un cielo límpido y sin viento nos concede un silencio absoluto.
Nos dirigimos al campo de Bochas, el sector que mejor reproduce el ambiente lunar. Nos sentimos Neil Armstrong dejando su huella a 384.400 kilómetros de la Tierra.
Por la noche todo es sugestión en este parque por donde caminaron, en el período Triásico, los primeros dinosaurios de la Tierra. Las formaciones se ven totalmente negras y proyectan una extraña sombra. A estas horas, la idea de viaje en el tiempo hacia remotas eras geológicas es aún más pronunciada que en el día, dando la sensación de que en cualquier momento un dinosaurio amistoso se va a acercar a ver quién anda merodeando su reino.
CATARATAS NOCTURNAS El trencito se detiene en la estación Garganta del Diablo de las Cataratas del Iguazú y comienza una caminata de un kilómetro. La pasarela atraviesa la densidad selvática de los islotes sobre el río Iguazú como un gran puente colgante sobre el río inmóvil, que más adelante estalla en estruendos pavorosos. Al fondo se levanta una humareda de rocío brotando del aliento a dragón de la garganta, mientras los rayos de luz forman un arco iris de tenues colores recortados en la noche.
La fila de personas avanza como en procesión y a los costados se recorta la silueta negra de una palmera pindó coronada por el disco perfecto de la luna radiante. La noche tiene sonidos propios fundiéndose en un todo con el fluir reposado del agua, el estruendo aún remoto de la diabólica garganta y el canto de pájaros con nombres guaraníes como el ocó y el tingazú.
Acelero el paso para disfrutar unos instantes de soledad absoluta en la noche misionera, entre los murmullos de una fauna rampante con millares de ojos al acecho, mirando sin dejarse ver. Luciérnagas con luz potente aportan un toque surrealista y unas maripositas nocturnas revolotean rozándome la mejilla. El crujido de una rama rasga la noche.
La Garganta del Diablo nos recibe con resplandores casi diurnos. Las espumas del salto parecen brillar con luz propia y la luminosidad permite ver el vuelo grupal y alocado de los vencejos capturando microorganismos en las gotas de rocío. Esas mismas gotas se posan todo el tiempo sobre nuestro cuerpo. Algunos lloran, otros bostezan y hay quien se agarra con fuerza a la baranda. Pero a la mayoría se nos paran los pelos por la energía estática de las aguas reventando contra las piedras.
ESTEROS EN LA OSCURIDAD José Martin –guía baqueano y naturalista– nos pasa a buscar por el hotel en Colonia Pellegrini, la base para visitar los Esteros del Iberá, en Corrientes. Vamos en su camioneta por la ruta de tierra y nos detenemos junto a un sendero que se interna en una selva en galería.
José anda con una linterna descubriendo fauna con vista de lince en un mundo de sombras. Cuando el sol se hunde en la espesura el proceso de reciclaje natural se acelera. De día la selva absorbe calor y el aire caliente se lleva las fragancias hacia arriba. Y de noche todo se enfría, mientras se descompone la materia orgánica de animales y vegetales muertos. Los zorrinos escarban la tierra y la acumulación de aromas de la noche atrae a los insectos que polinizan las flores. Los murciélagos, por su parte, comen frutos y desperdigan semillas. Esa mezcla de olores incluye el de la tierra mojada por el rocío y el del almizcle que segregan el zorro y el aguará popé –una especie de la familia del mapache también conocida como osito lavador– para marcar territorio.
Caminamos por un sendero con puentecitos de troncos. El chistido de una lechuza ordena silencio, un tero da una señal de alerta y el croar de las ranas conforma un coro sin ton ni son. Cada tipo de rana tiene su propio canto, como el de la ranita hila pulchela, que semeja gotitas de cristal rompiendo contra el suelo. Cada tanto arranca el sonido de locomotora del sapo curucú. Entre el canto de las aves sobresalen el “cu... cucú” de la lechuza alicuco y el silbido del pájaro curiango, cuyos ojitos brillan como rubíes rojos cuando José los alumbra.
El encuentro con la fauna es una lotería. Entre los animales que pueden aparecer están una mulita llamada tatú negro, algún zorro, un ciervito llamado corzuela, el ciervo de los pantanos, el aguará popé, el aguará guazú o lobo de crin, el zorrino y el carpincho. Nosotros nos cruzamos con un tatú negro muy concentrado rastreando cascarudos.
Caminamos dos kilómetros y en el trayecto aparece una gata montés manchada “conocida” de José, que anda siempre por aquí y se crió entre humanos. La gata nos persigue, confiada, y en cierto momento se coloca en posición de ataque paralizada por un ruido, salta y desaparece entre el follaje.
Terminamos junto a la laguna de Iberá, que duplica el cielo sobre su superficie. José inicia una búsqueda rápida con la linterna y descubre varios pares de ojos traicioneros brillando en el agua: son los yacarés.
José Martin ofrece además una excursión nocturna en su camioneta 4x4 equipada con reflectores para salir en busca de ciervos de los pantanos, aguará popés, zorros y zorrinos. En medio de la nada se desciende para caminar entre cuevas de vizcachas oyendo sus chillidos. Lo más extraño es que estos rodeadores acumulan afuera de sus madrigueras toda clase de ramas, palos, bolsas de plástico, excrementos de animales, cartones, fragmentos de tela y hasta zapatillas robadas en casas de la zona. El lugar parece un campamento de cirujas y por eso a las personas de la zona que acumulan objetos inservibles en los patios las llaman “vizcacheras”.
SOMBRAS BONAERENSES Fotoescape es un grupo conformado por un grupo de docentes que organizan salidas fotográficas nocturnas. La excursión más usual va al paraje Punta Piedras, en la localidad bonaerense de Punta Indio, una zona de baja contaminación lumínica en la bahía de Samborombón, a orillas del Río de la Plata.
Un grupo de veinte personas salimos en vehículo a las dos de la tarde desde Buenos Aires, bajo la dirección de tres docentes especializados en astrofotografía. Por unos caminos de conchilla poco transitados llegamos al Parque Costero del Sur para comenzar el taller con una clase teórica. Los participantes deben tener un conocimiento básico suficiente para tomar fotos en modo manual y traer una cámara reflex o compacta de alta gama, trípode y control remoto para disparo.
Durante el teórico los docentes muestran diapositivas de lo que se verá en la noche y comienzan a revelar los secretos de la astrofotografía. Por ejemplo, a veces se sabe de antemano que a las 2.15 de la madrugada se hará visible por 30 segundos la Estación Espacial Internacional. Entonces hay que estar preparado de antemano.
El secreto de un buen foco requiere seleccionar un punto muy luminoso, como puede ser Júpiter, y enfocar en él de manera manual, sin volver a tocarlo.
Luego de una merienda hacemos la primera práctica con las luces del atardecer. Cuando desaparece el sol es la hora del asado en una posta de carretas del siglo XIX, donde algunos gauchos todavía van a tomar tragos. Entonces sí, vamos a orillas del río donde se instala un gazebo con masitas y café, ya que la sesión fotográfica se extiende hasta el amanecer.
Los docentes llevan un telescopio que adosan a nuestras cámaras para captar la luna llena ocupando el cuadro completo de la foto. La idea es también ir fotografiando la Vía Láctea –nada menos– a medida que va apareciendo en el horizonte.
Cuando las estrellas parecen titilar con su máximo esplendor llega el momento cumbre de la noche: fotografiar una traza de estrellas, es decir, realizar una de esas creativas fotos que captan el movimiento estelar dibujando líneas circulares. La técnica consiste en tomar un centenar de fotos a intervalos y después unirlas con el programa Star Trek.
La clave para la fotografía nocturna –la más compleja desde el punto de vista técnico– es seguir con sumo rigor cada indicación, explican los docentes. Esto implica fijar de antemano el ISO, colocar bien un trípode de calidad, utilizar el formato RAW para los archivos –ideal para un buen retoque de posproducción– y traer una linternita cubierta con un celofán rojo para no molestar a los compañeros.
“En el fondo es fácil hacer fotografía nocturna, pero se usan técnicas muy distintas de las del día –dice Diego Arranz, docente de Fotoescape–, pero es de primer orden ser muy metódico, porque uno en general tiene poco tiempo para ver lo que va produciendo en la noche y al llegar a casa puede ocurrir la decepción.” En Buenos Aires, en otra fecha, todo el grupo se reúne a estudiar las fotos y retocarlas con diferentes programas.
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