Domingo, 14 de diciembre de 2003 | Hoy
CUBA LOS BARRIOS DE LA HABANA
Un acercamiento a la “cubanía” a través de los barrios populares de La Habana. Guanabacoa y sus casas-templo de las religiones africanas en el barrio negro por excelencia de la ciudad, lugar exacto donde se dio el sincretismo con la religión católica. Cayo Hueso y el artístico Callejón Hamel, con sus murales en las fachadas de las casas y las fiestas masivas al aire libre cada domingo.
Hace algunos años un animador radial habanero calificó
a un popular salsero como el arquetipo del cubano: “ese tipo bullanguero,
súpersociable y gritón que vemos todos los días en cada
esquina”. La semblanza se profundiza si decimos que además son
desinhibidos para cortejar en público, gesticulan con desparpajo y miran
a los ojos y al cuerpo sin discreción. “Mami, estás pa’comerte
y no dejar ni la salsita”, le grita un moreno color azabache en La Habana
Vieja a una escultural mulata con piel de café y andar de pavo real.
La Venus de ébano concede una mirada desafiante, pero sigue su camino
dejando una estela de suspiros y comentarios sobre las orquídeas estampadas
en sus calzas carmesí. En la escena se reflejan dos características
más, en este caso de la mujer cubana: adoran los colores chillones y
–que se sepa– ni la más hermosa le baja la mirada a un hombre
que no le falte el respeto.
Al caminar por cualquier barrio habanero se descubre que el cubano vive con
las puertas y ventanas abiertas y parlotea de balcón a balcón.
Además les resulta inconcebible que dos personas desconocidas entre sí
bajen por un ascensor sin entablar una conversación. Tomándose
la cuestión un poco más en serio, un intelectual vasco de apellido
Boncenigo visitó Cuba en los años cincuenta y caracterizó
a sus habitantes como personas que “beben en una misma copa la alegría
y la amargura... se toman en serio los chistes y hacen de todo lo serio un chiste;
creen en Dios, en Changó y en el horóscopo chino al mismo tiempo.
Y aman las contradicciones: llaman monstruos a las mujeres hermosas y bárbaros
a los eruditos”.
En busca del cubano tipico El béisbol
es el deporte nacional en Cuba y lo juegan en las calles desde los niños
pequeños hasta hombres ya creciditos. Para llevarse una imagen muy concreta
del típico cubano, el viajero puede acercarse cualquier día y
sin hora fija al Parque Central –en La Habana Vieja– en busca de
una “esquina caliente”. Se las identifica por el grupo de aficionados
al béisbol que se arremolinan de manera espontánea en el vértice
de dos veredas para polemizar sobre sus equipos favoritos. En las “esquinas
calientes” brota la cubanía a borbotones. Los gritos desaforados
se superponen con diálogos simultáneos imposibles de seguir por
un ser humano en sus cabales. Los polemistas gesticulan a mil por hora y señalan
a su interlocutor con el dedo o con un Gramma enrollado para que al menos sepa
que le está hablando a él. A veces parecen a punto de irse a las
manos y se expresan con un convencimiento absoluto de que lo que cada uno dice
es lo correcto. Pero en verdad no es más que otra parte del juego. Estas
escenas seguramente habrá visto el citado vasco Boncenigo cuando advirtió
a los viajeros “no oséis discutir con ellos jamás. Los cubanos
nacen con sabiduría propia y no necesitan leer, todo lo saben. No necesitan
viajar, todo lo han visto”.
El cubano típico adora la calle y toda clase de espacio público
en general. Los conocidos se saludan de una vereda a la otra llamándose
por el nombre. Y no es un detalle menor observar en estos nombres el reflejode
una idiosincrasia. –Yusibel, ven pa’acá. –Pero chica,
ven tú, no seas así, Yasniel, cruza. En Cuba lo llaman el Síndrome
de la letra Y: Yuleidy, Yeneisi, Yasnay... Pero también se descubren
extrañas mezclas como Alexei Martínez, Vladimir González
y una profusión de Tatianas y Katiuskas que son fruto de una larga lista
de matrimonios ruso-cubanos surgidos de los intercambios universitarios en la
década del setenta. Es sabido también que los cubanos –sensuales
creadores del bolero– son capaces de parar el país entero durante
el último capítulo de una novela brasileña. Pues a la cadena
O Globo se le debe una extensa serie de bautismos con los nombres de Malú,
Beija y Loana. Pero también hay nombres que ilustran una inocencia cursi
–“picúa” en el léxico cubano– como llamar
a una bebé recién nacida con el nombre de Mileidi, que deriva
de My Lady, sin otorgarle siquiera un derecho a réplica. De todas formas,
por alguna inexplicable razón los espontáneos cubanos nunca resultan
cursis, dentro o fuera de su contexto.
Cayo Hueso y su callejon En el Municipio
de Centro Habana, Cayo Hueso es uno de los barrios populares de la ciudad. En
la década del cincuenta sufría el azote de la delincuencia y la
prostitución, y por sus calles sonaban a toda hora la rumba y el guaguancó.
Hoy en día es muy visitado gracias al famoso Callejón Hamel, un
pequeño pasaje de una cuadra que no tiene salida, cuyas casas están
pintadas con murales artísticos en su totalidad. Todo comenzó
en 1992, cuando Salvador González se paró frente a la deteriorada
fachada de la casa de un amigo y decidió comenzar a cambiarle el rostro
al barrio. Uno a uno fue pintando los frentes con murales que cubren todo lo
alto y lo ancho de las casas, edificios y hasta los tanques de agua, que parecen
unidos por un continuo de imágenes que remiten a las religiones africanas.
Predominan los colores vivos como el rojo, y las formas de estilo cubista, surrealista
y expresionista. González –que es autodidacto– no se asusta
de que lo tilden de kitsch y sueña con “extender la obra por todo
el barrio y convertir a Cayo Hueso en un templo de la cultura negra”.
El Callejón Hamel queda en el cruce de Infanta y San Lázaro, cerca
del Hotel Nacional.
No es novedad para nadie que en Cuba bailan hasta las piedras. Quien desee disfrutar
del baile espontáneo, masivo y callejero que tanto les gusta a los cubanos,
puede acercarse un domingo por la tarde al Callejón Hamel. Allí
se dan cita varios centenares de habaneros a escuchar grupos de salsa en vivo.
Cuando buscamos el callejón, nos guía el rumor de una ensordecedora
percusión que viene del Africa. Al llegar descubrimos una especie de
fiesta a cielo abierto donde todo el mundo baila.
Junto a un parlante, una pareja baila abrazada sacudiendo el torso y la cadera
como endiablados. Sus cuerpos se rozan, se salpican y se provocan con soberana
libertad. Al costado, unas diez chicas adolescentes –tempranamente encendidas–
bailan juntas atrayendo la atención de todos. Hasta que un trueno de
tambores estremece la calle y el grupo de chicas –que no pueden disimular
su corazón en llamas– parece entrar en trance. Comienzan a contonear
sus flexibles caderas en redondo, y de manera frenética van descendiendo
hasta casi rozar el suelo. Por si fuera poco, entre ellas se desafían
“a ver quién se sacude con más sabor”.
Un grupo de salsa –timba en términos cubanos– anima la fiesta.
El cantante agita unas maracas a la altura de las sienes. Un percusionista con
el torso desnudo bañado en sudor aprisiona entre sus rodillas esos tambores
de la liturgia africana llamados batá. Su vecino –casi un niño–
da precisos manotazos a los parches de cuero de buey de las tumbadoras. Y un
trompetista sopla su instrumento inflando los mofletes a lo Dizzy Gillespie.
La energía demoledora del grupo se complementa con las congas, los bucúes
y el requinto. “Música de cuero, huesos y metal; ¡Música
de materias elementales!”, la llamó Carpentier.
Guanabacoa, tierra del babalawo A 8 kilómetros
del centro de La Habana, fue fundada en 1554 una villa que con los años
pasó a llamarse Guanabacoa. Al estar cerca de la bahía de La Habana
–centro militar de la época– resultó fácil
exterminar a los indígenas, que fueron reemplazados por mano de obra
esclava traída de Africa. Y fue aquí y entonces donde se dio la
fusión mística entre los dioses negros y católicos, fruto
de las prohibiciones impuestas por los españoles a todo culto pagano.
Como resultado, la raza negra comenzó a simular el catolicismo, trastocando
las imágenes. La de Santa Bárbara pasó a representar a
Changó, mientras que aquel santo con muletas y llagas en todo el cuerpo
llamado San Lázaro fue identificado con Babalú-Ayé.
Hoy en día Guanabacoa es un municipio periférico de La Habana
donde –increíblemente– los cultos africanos permanecen vigentes
y casi sin modificaciones a lo largo de varios siglos. En Cuba existen hasta
hoy dos religiones africanas –la Regla de Ochá y el Palo Monte–,
además de otras corrientes minoritarias. A Guanabacoa se lo llama “pueblo
embrujado” o “tierra del babalawo”, que es el sacerdote máximo
del culto Ifá, cuya función en la etnia yoruba de Nigeria era
predecir el futuro. Y en Cuba también.
Se dice que en este barrio se da la síntesis más profunda de la
cubanía. Sus hijos ilustres y universales fueron Rita Montaner, Bola
de Nieve y Ernesto Lecuona. ¿Cómo puede hacer un viajero para
sumergirse en el fascinante mundo de la santería? Por un lado, está
el Museo Municipal y su exposición “Una Mirada al Mundo Afrocubano”.
Pero para llevarse una estampa viva de la mística actual no hay fórmulas
definidas ni posibilidad concreta de tener éxito (existen farsantes con
excelentes dotes actorales, movidos por el interés comercial). Se impone
entonces la necesidad de tejer estrategias de tipo periodísticas y recurrir
a la intuición para llegar, por ejemplo, al hogar de Zenaida, un Ile
Ochá o casa-templo de Guanabacoa. Si logra ingresar en alguno de estos
singulares templos –que no son destinos turísticos ni mucho menos–,
el viajero se encontrará primero con un altar de santos católicos
rodeados de ofrendas y toda clase de ornamentos. Zenaida es una mujer negra
de 70 años con ojos sabios, que nos guía por este submundo extraño
donde se realizan rituales al ritmo de los tambores, incluyendo sacrificios
y trances profundos cuando un orisha ingresa en el cuerpo de una persona. En
otra habitación están las cazuelas, donde se colocan las piedras
en las cuales moran los orishas (santos africanos). Cada piedra es de diferente
forma, origen y color, y se corresponden de manera específica con determinada
deidad. Luego está el “comedero”, donde se alimenta al santo.
Allí se descubre una serie de platos preparados con animales cuadrúpedos,
plumas, dulces y bebidas con fórmulas exclusivas para cada deidad. La
sangre de los animales sacrificados se vierte sobre la piedra del santo para
alimentar la “vibración” que las mantiene vivas. Al ingresar
al Igbodú –el cuarto donde están las representaciones de
los orishas–, Zenaida nos explica que Olofí creó el mundo
y lo pobló exclusivamente de orishas. Pero más tarde Olofí
relegó una parte de sus poderes a estas deidades para que interfirieran
en la vida de los hombres.
El escritor habanero Miguel Barnet definió con justeza el significado
profundo de la santería: “A veces se piensa que la Regla de Ochá
o la Regla del Palo son simple y llanamente religiones con sistemas de adivinación,
sin saber que hay detrás una riqueza literaria, musical y artística;
una mitología africana que merece ser estudiada como la mitología
romana y griega... una mitología que tanto ha determinado los arquetipos
del cubano”.
Aqui estan, estos son Una vez le preguntaron
a Miguel Barnet cuál era la cualidad del hombre cubano que más
admiraba. Y respondió que para él era el hecho de que “es
un hombre libre interiormente y, en relación con otros hombres de este
continente, es un hombre carente de muchos de los prejuicios que anquilosan
al ser humano. Ese es el misterio y mi experiencia me dice que muchos de los
extranjeros que vienen a este país, más que admirar El Morro,
las playas... vienen a buscar a ese hombre libre y desprejuiciado que se puede
abrir el corazón ante cualquier extraño en un gran acto de valentía”.
Desde estas líneas se le recomienda a todo viajero que, al visitar Cuba,
recorra los edificios coloniales, se tome un apetitoso vaso de ron y repose
en las playas caribeñas. Pero también que corrobore con sus propios
ojos dónde está lo más sustancioso que tiene la isla para
ofrecer. ¿Dónde queda? ¿Cómo llegar? Es muy fácil,
cuestión de caminar despacio hasta la esquina. Son 11 millones y están
por todos lados.
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