turismo

Domingo, 14 de diciembre de 2003

BRASIL LOS RITOS DEL CAMDOMBLé BAHIANO

Fiesta de los Orixas

Salvador, la capital de Bahía, es para muchos una Roma negra donde late los más sagrado de la cultura africana, a través de una religión trastrocada del continente –y sincretizada con el catolicismo–, que se expresa en los más de 2000 templos de candomblé desperdigados por toda la ciudad. El misterio de las fiestas y los sacrificios, las distintas vertientes religiosas y cómo son los candomblés por dentro.

 Por Julián Varsavsky

Cuando un barco negrero atracaba en costas de Dahomey y sus soldados irrumpían con violencia en las aldeas, los futuros esclavos no tenían la posibilidad de traer consigo otra pertenencia que no fuesen sus costumbres y creencias religiosas. Una vez en América, ni siquiera eso se les respetó y los obligaron a adorar nuevos dioses, dando lugar al sincretismo del candomblé de Bahía, el vudú en Haití y el Palo Monte en la isla de Cuba.
Los amos de las plantaciones veían con buenos ojos que los esclavos adoraran por fin el panteón de los santos católicos –”convencidos” a sangre y fuego–. Pero si bien el poder del más fuerte controlaba los actos de los negros, nada podían hacer los primeros para saber qué pasaba en ese espacio hermético e inconquistable que es la mente de cada persona. Allí dentro, secretamente, los esclavos adoraban uno a uno a todos sus dioses bajo la fachada cristiana de la imagen de un santo, que rigurosamente coinciden aún hoy con la de un dios africano: San Pedro es Xangó, la Virgen María es Yemanjá, San Jorge es Oxóssi...
Las imágenes trastrocadas de los santos no implicaban en verdad mayores problemas para la ritualidad de los esclavos, porque las divinidades negras no tienen representaciones antropomorfas ni zoomorfas. De hecho, las figuras esculpidas en barro o madera que se encuentran a veces en estos cultos no son la imagen de los dioses. Lo que verdaderamente los representa son sus moradas, que vendrían a ser ciertos árboles sagrados, conchas marinas y las piedras sobre las que se vierte la sangre de los sacrificios para despertar a sus habitantes. La única representación directa de las divinidades se da cuando un creyente es poseído por una de ellas, y el cuerpo funciona como un instrumento transmisor para los participantes del ritual, que de esa forma toman contacto divino a través de una tercera persona.
En Salvador Bahía –ciudad negra por excelencia de Brasil– un viajero tiene diferentes formas de tomar contacto con el candomblé. “Roma negra” la han llamado muchos, y ya lo dijo Jorge Amado, autoridad máxima para hablar sobre Bahía: “Aquí están las grandes iglesias católicas, las basílicas y aquí están los grandes terreiros de candomblé, el corazón de las sectas fetichistas de los brasileros. Si el arzobispo es el Primado de Brasil, el padre Martiniano de Bonfim era una especie de Papa de las sectas negras en todo el país y la Mae Menininha es la Papisa de todos los candomblés del mundo”.

Los terreiros En Africa cada tribu negra tenía su religión particular. Al mismo tiempo, estos cultos provenientes de distintas regiones del continente fueron evolucionando al llegar a Brasil y se reacomodaron de acuerdo a las prohibiciones y a los avatares de la persecución policial. El candomblé de Bahía es, sin dudas, el de mayor esplendor en todo Brasil, y está compuesto por diversas ramificaciones. Las principales son gegenagó, congo, angola y caboclo.
Los candomblés del grupo gege-nagó son los que mantienen de manera más pura la tradición africana. La Sociedade Sao Jorge do Engenho Velho es el candomblé más antiguo de Bahía, al que se le atribuyen unos 350 años de existencia. Se cree que existe desde los inicios de la esclavitud, y aparentemente en cierto momento de persecuciones habría funcionado escondido bajo tierra, en un terreiro al que se entraba por un agujero hecho en un árbol. Este candomblé también es conocido como Casa Branca, y tiene sus puertas abiertas al viajero (ver recuadro).
Al margen de la diversidad, todas las vertientes tienen un eje que denota un tronco común. En cada una de ellas la divinidad ingresa en el cuerpo de ciertos creyentes –por lo general mujeres– y por su intermediación los dioses se comunican con los mortales. A su vez, cada persona tiene una divinidad personal que se manifestará en algún momento de su vida, apareciendo en los sucesos que le acontezcan, en un sueño, o en un hecho aparentemente banal. Luego y para siempre, esa y ninguna otra será la deidad correspondiente a dicha persona.
El lugar donde los negros de Bahía realizan sus fiestas religiosas se llama candomblé, o también terreiro. Hay alrededor de 2000 en toda la ciudad, y por lo general es posible visitar muchos de ellos. La mayoría de los candomblés históricos se sitúan en los arrabales de la ciudad. Su fisonomía no difiere mucho de las casas pobres de Bahía, e incluso están construidos con paredes de barro o madera. La división de la casa incluye un gran espacio central del cual nacen varios corredores con diversos cuartos que sirven para los menesteres más diversos. En general las puertas y ventanas son estrechas y están toscamente acabadas, permitiendo una pobre ventilación e iluminación.
Un lugar imprescindible en estas casas es el barracao, destinado a las fiestas. Cuando el candomblé está instalado en una casa de familia, el barracao queda en los fondos y permanece cubierto de palmas verdes. En las casas especialmente construidas para el candomblé, el barracao es parte del cuerpo central o es un cuerpo independiente, siempre de forma rectangular y con dos o tres puertas. Al fondo del barracao hay sillas y sofás para los visitantes ilustres. Y a un lado, separado por una cerca de madera, está el espacio reservado para los atabaques (instrumentos de percusión).
En un apartado del barracao hay casi siempre un altar católico con la imagen de los santos con mayor conexión con los fieles de ese candomblé. El resto del espacio está ocupado por bancos de madera para los asistentes, y en el centro bailan las mujeres los días de fiesta. La asistencia de un candomblé está dividida por sexo y categoría: hay un lugar para los hombres, otro para las mujeres y otro para los miembros ilustres de otros centros religiosos, cuya entrada saludan los atabaques con un toque especial, que los homenajeados agradecen inclinando el torso.
En general los habitantes de un candomblé son las Maes de santo –muchas de edad casi centenaria–, niños y aprendices.

Uma festa de candomblé Un ritual afrobrasilero comienza generalmente al son de unos cantos, con el sacrificio de un gallo o un cordero. La sangre de los animales riega las piedras donde habitan los orixás y se da inicio a la ceremonia. Después de la matanza todas las aprendices (filhas) formanun círculo en el barracao. En el suelo hay alguna botella con aceite de dendé, un plato de farofa y tal vez una copa de cachaca como ofrendas para los dioses. Los atabaques arrancan con un trueno de tambores y comienzan los cánticos de las filhas para cada orixá. Por ejemplo, cuando la filhia de Xangó canta, empieza a estremecerse con fuertes movimientos, dice incoherencias y se desplaza en trance por todo el barracao. Luego Xangó ingresa en su cuerpo, y es la divinidad misma la que comienza a dirigir la fiesta, predicando con algunas palabras e incluso curando enfermos. Más tarde el proceso se repite con la hija de Oxún, la de Ogún, la de Oxalá... Entonces la Mae del candomblé ordena llevar a las santos (las hijas) hacia el interior de la casa, donde las visten con la indumentaria de sus respectivos orixás. La hija de Xangó usa un vestido de color rojo y blanco, la hija de Oxalá viste totalmente de blanco, y así sucesivamente. Al rato ingresan todas juntas, de manera triunfal, con las insignias de cada dios. Llegan formando una extraña fila de negras en trance, con los ojos fijos y el cuerpo tembloroso. La orquesta ataca con toda su furia, los asistentes gritan saludos en idioma africano y las filhias comienzan su baile endemoniado hasta desfallecer de cansancio.

La libertad Han transcurrido casi cuatro siglos desde que los esclavos comenzaron a llegar en masa a Brasil. Y los dos millares de candomblés que existen sólo en Bahía, confirman que aquel precario bien inmaterial que trajeron los esclavos a través del océano, perdura como un espacio de libertad al cual ninguna técnica de dominio ha podido neutralizar (los choques con la Iglesia católica se mantienen hasta hoy). En la actualidad hay en Bahía un fuerte movimiento interno entre los candomblés, que aspiran a que en un futuro las religiones africanas se desprendan definitivamente de toda iconografía católica, a la cual relacionan de manera directa con la esclavitud y la falta de libertad.

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