turismo

Domingo, 16 de agosto de 2015

CHUBUT. ESQUEL EN TEMPORADA DE NIEVE

La comarca blanca

El Parque Nacional Los Alerces tiene senderos abiertos para hacer huella en la nieve; la Trochita humea sobre la estepa escarchada y La Hoya espera a las familias revestida de un manto blanco. Es hora de abrigarse para disfrutar del invierno en Esquel.

 Por Graciela Cutuli

Fotos de Graciela Cutuli

Sobre las laderas nevadas de La Hoya, los esquíes se deslizan tan silenciosamente que el paisaje cordillerano, con los colores atenuados por el cielo plomizo, parece una película muda en blanco y negro. Pero es nada más que una ilusión: apenas aparecen los chicos de la escuela de esquí, que están dando sus primeros pasos con esa seguridad asombrosa que tiene la infancia, el ambiente se llena de risas y colores. La Hoya es, de hecho, uno de los centros invernales favoritos de las familias: diseñado “a escala humana”, tiene pistas para todos los niveles pero todas están conectadas entre sí y convergen en la base. Como en toda la cordillera, la temporada no se apuró en empezar este año, pero la orientación geográfica del cerro permite extender la temporada de esquí hasta el fin de semana largo de octubre: además, los expertos en deportes de invierno –aquellos que podrían, como dice el mito lingüístico sobre los inuit, usar una palabra distinta para cada estado de la nieve– destacan la calidad de las precipitaciones níveas de La Hoya: en polvo y seca, por el mucho frío y la escasa humedad, la nieve facilita el deslizamiento de las tablas de esquí o snowboard... y viste el paisaje de auténtica magia blanca.

El mes que viene, como hace ya 25 años, La Hoya será parte de un evento deportivo que convoca a deportistas de todo el país cada septiembre: el Tetratlon Esquel, que abarca nueve kilómetros de esquí en el cerro; 37 kilómetros de mountain-bike; siete kilómetros de kayak en la laguna La Zeta y 13 kilómetros de trekking en los alrededores de la misma laguna. Además, a lo largo de cuatro días de agosto (16 y 23) y septiembre (13 y 20), se organizan clínicas de seguridad en la montaña, con el objetivo de capacitar a esquiadores y snowboardistas sobre la importancia de las precauciones y rescate en avalanchas. La clínica incluye una fase teórica que repasa el equipo necesario, y criterios de seguridad invernal y búsqueda en caso de avalanchas; finalmente se organiza un simulacro de búsqueda en el cerro.

A la hora del té, torta negra, scones y toda la tradición galesa de Trevelin.

DE GUANACOS Y TE Cuando el sol empieza a bajar y el aire se vuelve cortante, llega la hora de dejar el cerro y emprender el regreso. La cercanía con Esquel –sólo doce kilómetros de una ruta en muy buen estado, con vistas al Cañadón de los Bandidos– es otra de las ventajas de La Hoya, aunque no cuesta nada desviarse unos kilómetros para llegarse hasta Trevelin, el pueblo galés donde la hora del té supera largamente el five o’clock para extenderse hasta la noche. Antes, sin embargo, no faltará la oportunidad de bajarse a sacar algunas fotos de los guanacos que están siempre apostados en una curva del camino, poco después de salir del complejo de esquí: tan habitual es su presencia que se la conoce como la Curva de los Guanacos. A sus anchas sobre la ruta, los guanacos suelen andar algo más arriba en la montaña, en los pastizales de mayor altura, pero bajan en invierno en busca de agua y pastos. Los lugareños saben también que de aquí parte un sendero que lleva al Cañadón de los Guanacos, para ascender al cerro 21 en una caminata de unas cuatro horas con vistas magníficas hacia la ciudad.

Y después sí, cómo no tentarse con la mesa de Nain Maggie en Trevelin, que ostenta tradición galesa de pura cepa y se prodiga en scones, pan casero, manteca salada, torta negra y sobre todo la inefable torta de crema, acompañada de un té que hará olvidar todos los anteriores que uno haya probado. En esta mesa donde el té es un arte, la tetera es de porcelana, pero sí se ve... Más que suficiente para saltearse la cena e irse directo a dormir después de haber planificado la visita al Parque Nacional Los Alerces y al gran clásico esquelense: la querida Trochita.

El sendero que lleva al Mirador del Lago Verde, en el Parque Nacional Los Alerces.

PARQUE TODO EL AÑO Los bosques no cierran por vacaciones: al contrario, abren el encanto de su vegetación a otros colores y otras experiencias. Muy cerca de Esquel, el Parque Nacional Los Alerces ofrece un paseo distinto al habitual en esta época del año, cuando hay menor afluencia turística y, sin calor que apriete, la caminata invita a abrirse paso por los senderos que permanecen abiertos. Como el clima y otras condiciones por supuesto influyen, lo primero es visitar el Museo y Centro de Interpretación del Parque Nacional en Villa Futalaufquen para informarse sobre las posibilidades (y no hay que confiarse con el clima que haya en Esquel, porque aunque la distancia es de apenas 50 kilómetros, el cielo puede mostrarse muy distinto en un lugar y otro). Allí mismo se informa sobre los senderos que requieren registro previo.

En la zona norte del Parque Nacional, el sendero al Mirador Lago Verde –que coincide con una parte de la Huella Andina, el sendero de largo recorrido que también atraviesa Alerces- está abierto y es ideal para hacer un trayecto accesible de trazado circular, que recorre unos 2200 metros (ida y vuelta) desde la Seccional Lago Verde. En esta época, parte del sendero tiene el encanto de la nieve, sin que el detalle blanco del paisaje ocasione mayores dificultades para la subida hacia el mirador. Entre coihues y helechos, cuando termina el bosque se accede a un pastizal de altura que ofrece una vista bellísima hacia un paisaje de ensueño: allí están, con sus colores verdes y azules que parecen tomados del cielo, el lago Menéndez en un extremo, el muelle del lago Verde y a lo lejos del lago Futalaufquen.

Volviendo a Esquel, la ciudad es el hogar de la Trochita, el ya célebre trencito de trocha angosta que recorre la estepa con locomotoras y vagones de principios del siglo XX. La Trochita –que este año celebra su 70° aniversario, ya convertida en mito de los confines patagónicos gracias a la literatura de viajes– recorre el trayecto hasta la comunidad de Nahuel Pan, donde se puede visitar un pequeño museo y conocer a los pobladores durante la parada de la formación. Pero la verdadera aventura no es llegar sino el viaje en sí, que en invierno –cuando la estepa está nevada– toma nuevos colores y le da otro encanto a las curvas del camino, momento en que todos desafían el frío para tomar las fotos del tren doblando sobre la trocha de apenas 75 centímetros de ancho. No se trata de algo excepcional, sino de un fenómeno que se produce cuando hay nevadas fuertes en la montaña y baja la temperatura en la ciudad. Aquí la exploración patagónica avanza al ritmo del traqueteo del tren, y tiene sin duda una fascinación adicional porque combina el paisaje con la historia de los pioneros en la comarca cordillerana.

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La Trochita avanza, con su característico penacho de humo, sobre la estepa invernal.
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