Dom 10.04.2016
turismo

LA RIOJA > DE POSTA PUEBLO A LOS VIñEDOS

El hijo del Zonda

A mitad de camino entre Talampaya y el Valle de la Luna, la parte riojana de la ruta presenta novedades a las puertas del Parque Provincial El Chiflón. Un buen viaje para conocerlas, disfrutar la renovada Cuesta de Miranda y detenerse de paso en dos de las mejores bodegas locales.

› Por Guido Piotrkowski

Fotos de Guido Piotrkowski

Napoleón Indómito nació el 4 de mayo de 1914 en Nápoles, sur de Italia. A los pocos días fue dejado por sus padres en la basílica de la Santissima Annunziata Maggiore, una especie de Casa Cuna que contaba con un orfanato. «Desde la calle ponían al bebé en una cesta y con un mecanismo de poleas mandaban al niño dentro de la iglesia, donde las monjas lo recogían. Lo hacían para mantener el anonimato de los padres biológicos», recuerda hoy Mario, uno de sus cinco hijos. El nombre, Napoleón Indómito, se lo pusieron las religiosas: porque cuando lo adoptaban, no llevaban el apellido de sus padres adoptivos».

Ya adulto, casado y con tres hijos, Napoleón -como tantos otros en aquellos tiempos- emigró a la Argentina. Llegó solo en el año 1949, y en 1950 viajaron su esposa y tres de sus hijos. Desde un principio comenzó a trabajar en la construcción como albañil y con los años, en 1971 y junto a los hermanos de Mario, pudo poner su propia empresa constructora.

Además del trabajo, Mario parece haber heredado las cualidades de semejante apellido: ya con un buen pasar, se lanzó igual a la aventura de lo desconocido. En 1994, aprovechando el régimen de diferimiento de impuestos en la provincia de La Rioja, fundó Piedra Blanca, una finca donde hasta hoy se producen olivos. Cuando los árboles comenzaron a dar frutos, fue más allá y se lanzó a otra aventura: en 1998 empezó a construir el hotel Naindo, primer y único cinco estrellas de la ciudad de La Rioja, frente a la plaza principal. La obra estuvo parada desde 2000 a 2003 debido a la crisis, pero finalmente abrió sus puertas en 2004.

En 2009 Mario dejó definitivamente la constructora familiar y, una vez establecido el proyecto del Naindo, decidió encarar otro nuevo y más ambicioso, el que más le hace honor a su apellido. Mario Indómito acaba de inaugurar el hotel Posta Pueblo, en las puertas de la Reserva Provincial El Chiflón. Un lugar apartado de todo, sobre la RN 150, en medio del corredor que conecta el Parque Nacional Talampaya (en La Rioja) con su vecino sanjuanino, el Parque Nacional Ischigualasto, más conocido como Valle de la Luna.

Indómito, apoyado por las autoridades provinciales, apuesta todo a que el pequeño parque cobre vida propia, que no sea sólo un lugar de paso sino un oasis donde hacer pie.

Viñedos de la bodega La Puerta, en el Valle de Famatina, donde se organizan visitas guiadas.

LAS BODEGAS Y LA CUESTA Llegamos a La Rioja un día antes de la inauguración del nuevo hospedaje. Antes de adentrarnos en las salvajes tierras del Chiflón, encaramos rumbo a la Bodega y Hotel de Vino Paimán, en el Valle de Chañarmuyo, para pasar la noche. A 85 kilómetros de Chilecito, al pie de las sierras del Paimán y con la vista del imponente Cordón del Famatina hacia el sur, es el lugar indicado para quienes buscan descansar en silencio y soledad, Y para quienes disfrutan de las noches estrelladas: aquí vi caer, en cámara lenta, la estrella fugaz más grande de mi vida.

Para la cena hubo cabrito asado en el horno a leña con ensalada, regado con algunas de los mejores vinos de la bodega. Como buen bebedor, regido por el sentido común más que por una suerte de erudición vitivinícola, este cronista recomienda expresamente el Paiman 5 Hileras, un blend de tres variedades: Malbec, Tannat y Petit Verdot.

Por la mañana temprano hicimos la visita a la bodega, guiados de la mano experta de Mauricio Barrientos, quien nos explicó los procesos del vino y la historia del emprendimiento. “Acá sólo se cultivaban nueces, y el dueño decidió poner muchos varietales para ver cuáles se adaptaban mejor. Fueron Malbec, Cabernet y Tannat. Lo que hacemos ahora es reinjertar sobre los que no dieron resultado”, relata al final del recorrido, en la terraza, mientras los visitantes quedamos absortos con el paisaje: al frente la cadena del Paimán, hacia atrás el nevado del Famatina, y en el medio viñas, viñas y más viñas.

Pasado el mediodía nos encontramos en la bodega Valle de la Puerta, en pleno Valle de Famatina: allí nos recibió Javier Collovati, ingeniero agrónomo que nos llevaría a recorrer las instalaciones. Se camina por puentes de metal elevados sobre gigantescos tanques de acero inoxidable, donde se cocina a fuego lento el elixir que, una vez macerado, llegará a la mesa. Para quien ya visitó varias bodegas, el recorrido -muy didáctico y al mismo tiempo lleno de tecnicismos vitivinícolas- resulta un tanto repetitivo, pero para quien nunca estuvo en la trastienda del vino, es un paseo interesante.

Terminada la visita, Collovati nos condujo a la Casa de Huéspedes para almorzar y catar todas y cada una de las botellas desplegadas sobre esa mesa generosa en una exquisita variedad de vinos de La Puerta. Sobresale el Gran Reserva Bonarda, aunque la línea Alta es muy recomendable también en todas sus cepas: Malbec, Bonarda, Malbec-Bonarda y Torrontés. La cata vino acompañada de unas exquisitas aceitunas rellenas con queso parmesano, espárragos, corazón de alcauciles y una variedad de tartas horneadas por la mano experta de Alicia, la encargada de las visitas guiadas, quien se reveló como una gran cocinera.

“Mis abuelos tiene viñedos de toda la vida, y yo estudié para quedarme acá”, contaba Collovati entre bocado y bocado, entre trago y trago. Collovati es ingeniero agrónomo, pero también se define como enólogo de oído y desarrolló su propio vino en la finca familiar de Sañogasta, el Collovati Malbec y Torrontés.

Ahora sí, con la panza llena y el corazón contento, estábamos listos para partir rumbo al Chiflón, pero antes aprovechamos la vendimia para pasar por los viñedos y olivares, donde un ejército de trabajadores golondrina recogía los frutos a todo vapor.

Paredes verticales de roca del Chiflón, una suerte de «mini Talampaya» sobre la RN 150.

A LAS PUERTAS DEL PARQUE Desde Chilecito surcamos un pequeño tramo de la mítica Ruta 40, el que atraviesa la fantástica Cuesta de Miranda, una de los caminos mas lindos del país. La cuesta fue asfaltada recientemente, y aunque el pavimento le quita romanticismo le aporta agilidad y seguridad al zigzagueante sendero de montaña. Luego tomamos la ruta 76, directo al Chiflón. Tras largas horas de viaje por caminos desiertos, flanqueados por cerros ocre-anaranjados y en los que hay que andar muy atento a vacas, guanacos y otros animales sueltos, arribamos al nuevo Hotel Posta Pueblo, donde aún ultimaban los detalles para la inauguración. Recorrimos las instalaciones, cenamos, fogón con guitarreada y a dormir.

Por la mañana, en el acto inaugural hablaron las autoridades provinciales y Mario Indómito. Todos hicieron hincapié en las dificultades de montar un hospedaje en este lugar, donde no había agua ni luz, a 100 kilómetros del centro de abastecimiento más cercano. “Sabíamos que nos metíamos en un problema difícil. Arrancamos prácticamente sin agua, la traíamos en camión; no teníamos comunicación, teníamos luz pero sólo un transformador chico que no alcanzaba para desarrollar el complejo. Hoy contamos con toda las infraestructura necesaria para arrancar”, declaraba el emprendedor orgulloso.

Posta Pueblo es un coqueto y rústico alojamiento que emula una posta, esos sitios de descanso tan necesarios que son como agua en el desierto para el viajero cansado. Es el único alojamiento en unos 100 kilómetros a la redonda, tiene pileta y la carta es elaborada por el chef del Naindo. “Es un proyecto que nace como consecuencia del Naindo, es seguir apostando a un destino que creemos muy importante, como Talampaya y Valle de la Luna -comenta Mario Indómito a Turismo/12-. Tiene una ubicación estratégica que permite reducir mucho los recorridos de los viajeros”. El hotel está a 20 kilómetros del Valle de la Luna y 80 de Talampaya.

Al atardecer, una vez que el calor amainó salimos a recorrer el parque, cuya entrada esta ubicada a 200 metros. Nos acompañaba Hugo Molina, guía baqueano que, como tantos otros pobladores de la zona, trabajó en la construcción del establecimiento.

El parque fue abierto al turismo en 2002 y es como una versión en miniatura de Talampaya: de hecho pertenece a la misma cuenca geológica que integra también Ischigualasto. Se trata de una reserva geológica y arqueológica, con importantes vestigios de las antiguas culturas que habitaron estas tierras: se pueden ver petroglifos, morteros y pucarás. Antes de su apertura, el terreno era usado por los pobladores para el pastoreo y la cría de animales.

Hay tres circuitos principales que vale la pena hacer de la mano de los guías, siempre partiendo temprano en la mañana o cerca del atardecer, para no sufrir las altas temperaturas. La excursión “tradicional” se hace primero en vehículo, para luego seguir en una caminata corta y de baja exigencia, de unos 800 metros, hasta un mirador. La otra también arranca en vehículo, pero se le suma un paseo un poco más extenso e intenso, de casi dos horas, mientras la tercera opción es un trekking de tres horas, que finaliza en un bosque petrificado en la parte alta del parque, con una gran panorámica.

Aquella tarde alcanzamos a hacer el trekking corto, comenzando bajo un impresionante paredón de 70 metros de altura por donde corre el cauce de un rio, andando luego por un sendero desde donde se ven las famosas geoformas: la Pirámide, la Tortuga, el Loro, La Casa y la Cara del Gaucho. La caminata culmina en el mirador sin nombre. “Es para que el turista se imagine y le ponga el que quiera”, apunta Molina. El Chiflón, dicen, es un derivado del viento Zonda que sopla entre los paredones de este impresionante cañón. Un soplido intenso, salvaje, indómito. Un oasis donde hacer pie.

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