ITALIA > LA FORTALEZA DE CASTEL DEL MONTE
En el sur de la península italiana, el emperador Federico II levantó a mediados del siglo XIII una de las más fascinantes construcciones de la Edad Media. De base octogonal y limpias formas geométricas, su compacta silueta de piedra caliza sigue cultivando misterios sobre una colina de 540 metros de altura con vista a toda la región.
› Por Graciela Cutuli
Fotos de Graciela Cutuli
Federico II de Hohenstaufen, stupor mundi, nieto de Federico Barbarroja y hombre de costumbres muy poco convencionales para su época, fue considerado una suerte de Anticristo por sus continuas disputas con el entonces todopoderoso reino pontificio. Vivió entre 1194 y 1250, precisamente cuando la Iglesia consolidaba su poder con las cruzadas, y se lo recuerda no sólo por sus excentricidades sino por haber sido poeta y políglota, fundador de la Universidad de Nápoles, autor de un tratado de cetrería y por sobre todo emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.
Hoy día es posible seguir una ruta de Federico II en Puglia, “el taco de la bota” italiana, la región donde dejó una huella inconfundible en la forma de un notable patrimonio artístico. El itinerario llevaría de Apricena –donde se encuentran la Domus Precina y la fortaleza de Castelpagano– al Castillo de Monte Sant’Angelo, sin olvidar Gioia del Colle, el castillo suevo de Trani o la residencia imperial de Fiorentino. Pero hay un lugar que sobresale entre todos. Por sus particularidades arquitectónicas, sin duda. Pero especialmente porque, pasado cerca de un milenio, sigue hablando a la humanidad de ciertos misterios que parecen encerrados, enigmáticos, en las lisas paredes que resplandecen bajo el sol mediterráneo.
LA ENCRUCIJADA “Castel del Monte posee un valor universal excepcional por la perfección de sus formas, la armonía y fusión de elementos culturales provenientes desde el norte de Europa, desde el mundo musulmán y desde la antigüedad clásica. Es una obra maestra única en la arquitectura medieval, que refleja la cultura humanística de su fundador, Federico II”. Claudia Nicolamarino, con quien llegamos una mañana al castillo partiendo de la cercana Andria –un paraíso epicúreo signado por el vino, el aceite de oliva y las almendras– conoce al dedillo la motivación de la Unesco, que hace 20 años declaró a la obra de Federico II parte del Patrimonio Mundial. Como guía de la región, transitó una y otra vez los muros y las salas que parecen traer al siglo XXI un misterioso eco medieval: y no sólo por el tiempo transcurrido, sino porque en Castel del Monte el emperador poeta parece haber querido dejar un mensaje de rara significación. A cada uno el descubrirlo.
“A través de su obra, Federico II habla”, explica Claudia mientras subimos la colina donde está emplazado el castillo, considerado un ejemplo único dentro de la arquitectura militar corriente en el siglo XIII. Si pudiéramos sobrevolarlo, como algunas de las rapaces que se pierden en el horizonte o un moderno dron, lo veríamos como una perfecta corona apoyada sobre la elevación del terreno: una corona donde el número ocho tiene una significación particular. Octogonal es la planta de todo el edificio; octogonal la del patio; octogonales los torreones que jalonan los ángulos de la estructura.
Recorrer el castillo implica descubrir o recordar un amplio vocabulario arquitectónico: «Ventanas geminadas de medio punto; bíforas; tríforas; bóvedas de crucería». Pero se imponen especialmente intrigas de otra naturaleza: ¿por qué esta fortaleza, en este lugar? ¿Por qué un recinto supuestamente defensivo que no tiene siquiera el típico foso alrededor?
«Su ubicación elevada -aclara nuestra guía- le da un papel clave de enlace visual y táctico entre las construcciones defensivas situadas sobre la costa, como los castillos de Barletta y Trani, y los del interior, de Canosa a Basilicata». Pero hay más. Castel del Monte fue interpretado como observatorio astronómico, templo laico y pabellón de caza: probablemente fue todo eso y debe ser leído también bajo la forma de «monumento representativo y simbólico del poder imperial, corona de piedra destinada a infundir entre propios y ajenos respeto y temor». Es algo más que una metáfora, considerando que la Capilla de Aquisgrán donde fue coronado Federico II tenía ocho esquinas. Y si la arquitectura musulmana recurre con frecuencia a las formas octogonales, avalando la postura multicultural que representaba el emperador, también se cree que el castillo se levantó con una mirada a las diferentes constelaciones: es por eso que, según la época del año, las luces y sombras de Castel del Monte lo convierten en una suerte de calendario celeste de roca. Un paso más allá, y hay investigadores dispuestos a relacionar la fortaleza con las pirámides de Gizeh, Notre Dame de París, la Catedral de Chartres y Jerusalén. Las pruebas se basan en mediciones, números y orientaciones, pero la realidad es que ninguna es totalmente concluyente, y por lo tanto dejan abierta la puerta a toda clase de conjeturas que al fin y al cabo enriquecen el enigma y su simbología.
SALA A SALA Castel del Monte es diferente de otros castillos también por la elección de los materiales de construcción: se trata de la piedra caliza -cuyo color claro varía según las horas del día generando bellos efectos cromáticos- y la breccia coralina, un aglomerado compuesto de roca caliza, tierra roja y arcilla que se extrae de las canteras del cercano Gargano. El resto, hoy, no queda más que imaginarlo: no perduraron los mosaicos y mayólicas que eran propias de las viviendas reales en el sur de Italia y constituían gran parte de la vívida decoración interior. Tampoco quedan demasiados testimonios sobre el proceso de edificación: apenas una orden, de 1240, en que el emperador pide a un funcionario la compra de cal y piedras para «seguir rápidamente los trabajos del castillo situado cerca de la iglesia de Santa María del Monte», una iglesia benedictina que ya no existe. Sí resulta interesante comparar Castel del Monte tal como está hoy con fotografías antiguas que lo muestran antes de la restauración efectuada en el siglo XX: porque si bien se mejoraron mucho los muros exteriores y se le dio una limpieza general que resalta la claridad natural de la piedra, lo cierto es que la imponente estructura octogonal llegó intacta prácticamente hasta nuestros días.
Se entra en la fortaleza por el portal monumental orientado hacia el este y se sigue un itinerario que pasa por la Sala I y II hacia el patio interior. Aquí, como en todo el conjunto, el número ocho vuelve a hacerse presente y evoca el octavo día de la creación del mundo y la resurrección de Cristo, que de este modo se vincula directamente con el emperador. No es todo: a la manera del cuadrado y el círculo, el octógono también forma parte de los símbolos de la mente y de otra dimensión. Basta mirar hacia arriba –e intentar tomar la foto que recorta el cielo en forma octogonal siguiendo la planta del castillo– para sentirse en el fondo de un pozo: probablemente no una casualidad, ya que en la simbología medieval así se representaba el conocimiento. Y hay quienes dicen que el conjunto todo puede haber sido una suerte de templo del saber… mientras otros lo consideran una suerte de gran «spa» dedicado al cuidado del cuerpo, como en los hammam árabes, debido a las ingeniosas canalizaciones y las inéditas salas de baño.
«Si alguien vivió aquí en forma permanente, no es tan fácil decirlo –concluye Claudia–, aunque para algunos historiadores Federico II pudo haber organizado torneos y fiestas, con las típicas tiendas coloridas que hoy vemos en las reconstrucciones históricas del cine». Recorriendo los salones, donde hay restos de columnas, escaleras, cocinas y baños, se sigue una suerte de laberinto de difícil orientación: y hasta resulta complicado llegar a la Sala del Trono. Una vez más, no se sabe si era para proteger al emperador, o bien para respetar la rígida organización social medieval, ubicando a cada residente del castillo en el nivel que le resultara asignado.
Lo cierto es que hoy el ojo entrenado podrá reconocer la silueta del Castel del Monte en muchos otros lugares que dan cuenta de su importancia no sólo en la tradición académica sino también en la cultura popular: desde las viejas estampillas italianas hasta las monedas italianas de un centavo de euro; desde la biblioteca de El nombre de la rosa hasta los edificios medievales que aparecen en algunos videojuegos. Un motivo más para admirar la duración de los misterios que quiso transmitir Federico II en su amado sur de Italia.
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