Dom 24.04.2016
turismo

CORDOBA > DE LA CAPITAL PROVINCIAL A TRASLASIERRA

Paisajes para toda la vida

Las montañas, arroyos y cascadas de la provincia son sinónimo de las vacaciones de la infancia para generaciones de argentinos. A medida que pasan los años, el conocimiento del pasado jesuítico se suma a la doble búsqueda de aventura todoterreno y descanso para completar el viaje cordobés del siglo XXI.

› Por Emilia Erbetta

Córdoba nació porque hubo un hombre que no cumplió sus órdenes. Jerónimo Luis de Cabrera tenía que fundar una ciudad en el norte de lo que hoy es el territorio argentino. El virrey del Perú, Francisco Alvarez de Toledo, le había señalado el valle de Salta, pero Cabrera quiso conocer la tierra de los comechingones. En 1572 envió una expedición de reconocimiento que lo entusiasmó: las tierras eran fértiles, había siete ríos, más de 70 arroyos, minas de oro y plata, buen clima y aborígenes amigables. Sentó las bases de la ciudad en la zona más alta, el 6 de julio de 1573, donde hoy está el barrio Yapeyú. Al año siguiente Toledo lo mandó a fusilar.

La nueva ciudad se llamaba “Córdoba de las Provincias de la Nueva Andalucía”. Tiempo después se trasladó hacia un sector más ancho y llano, donde hoy está la Plaza San Martín y lo que se conoce como la Manzana Jesuítica, un grupo de edificios construidos por esa orden religiosa y declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. A las siete de la tarde de un día de semana de comienzos de abril, en la Plaza San Martín hay hombres leyendo el diario, parejas de adolescentes que dejan de charlar para mirar el teléfono y dejan de mirar el teléfono para besarse, una pareja que llora abrazada, grupos de amigos tomando mate, chicos jugando a la pelota con la camiseta de Talleres, una mujer que cruza tomando un helado en cucurucho, otras mujeres haciendo tiempo con bolsas en la mano, sentadas sobre los canteros. En 2016 o en el siglo XVI, esta plaza siempre fue el corazón de Córdoba, la plaza mayor, plaza de armas, parada de militares, acá se ajusticiaba a los condenados a muerte durante el período colonial y se hacían corridas de toros. Como ahora, era el punto de reunión de los cordobeses.

La iglesia de la Compañía de Jesús, una de las joyas arquitectónicas de la era jesuítica en la capital cordobesa.

PLAZA Y CATEDRAL Aunque para ellos la plaza y las iglesias sean una escenografía vital, un recorrido turístico por la capital de la provincia siempre empieza por acá, frente a la Catedral, que empezó a construirse en 1582 pero tardó 200 años en estar terminada. “Los derrumbes hicieron que se demorara la edificación. En épocas de lluvia el arroyo La Cañada crecía y arrasaba con todo a su paso”, cuenta María Belén Urquiza, subsecretaria de Turismo de la ciudad y enciclopedia andante sobre la historia cordobesa. “En 1730 llegaron los arquitectos jesuitas Giovanni Bautista Primoli y Giovanni Andrea Bianchi para construir la bóveda de cañón corrido. Después otros arquitectos vinieron y le pusieron su sello: un frontis neoclásico, una torre de estilo manierista, una cúpula barroca y una ornamentación interior que data de finales del 1800, cuando se colocaron los vitreaux y se cambió el piso”, explica. Los toques finales son del siglo XX: la pintura del techo de la bóveda comenzó en 1906, obra del artista catamarqueño Emilio Caraffa, y el Cristo Redentor que corona la cúpula fue traído desde París en 1901. En 2016, sobre las escalinatas de la Catedral, chicos y chicas se desparraman con sus mochilas y teléfonos antes de volver a casa.

Separado de la Catedral por el pasaje Santa Catalina está el Cabildo. Entre los dos edificios cuelgan fotos en blanco y negro que, una al lado de la otra, forman varias guirnaldas. Son las caras de los hombres y mujeres que estuvieron aquí cuando fue centro clandestino de detención durante la dictadura. El Cabildo también tardó en levantarse: las primeras maderas se pusieron en 1580 pero el edificio de estilo colonial estuvo listo recién en 1860. Entre 1906 y 1987 fue Central de Policía y ahí funcionó el D2, el Departamento de Informaciones de la Policía de Córdoba, un lugar por el que pasaron, entre 1971 y 1982, más de 20.000 personas y se asesinó al menos a 50. Todo esto en el medio de la ciudad, a metros de la plaza principal y rodeado por iglesias. Ahora ahí funciona el Museo de Sitio y el Archivo Provincial de la Memoria, un espacio que vale la pena recorrer para conocer la historia de Córdoba más allá de los jesuitas y la Reforma Universitaria de 1918.

Pueblo Estancia La Paz recuperó el antiguo lugar de vacaciones del dos veces presidente Julio Argentino Roca.

LOS VERANOS DE ROCA La Manzana Jesuítica, formada en el centro cordobés por la Cripta Jesuítica del Antiguo Noviciado, el Colegio de las Huérfanas, la Iglesia Compañía de Jesús, la Capilla Doméstica, la Universidad Nacional de Córdoba y el Colegio Monserrat, es el punto de partida de lo que se conoce como la ruta jesuítica o el Camino de las Estancias. En 1615 los jesuitas, que habían llegado a la región a fines del siglo anterior, comenzaron a comprar tierras para construir estancias que serían centros rurales, fabriles, agrícola-ganaderos. Todo lo que producían estas fincas se usaba para mantener a la orden. Salvo una -la de San Ignacio de los Ejercicios, que desapareció- todas las demás estancias siguen en pie y se pueden visitar: la Estancia Caroya, que se levantó en 1616 y fue una fábrica de armas blancas durante los tiempos de luchas independentistas, la Estancia de Jesús María, donde los jesuitas hicieron vino y hoy funciona el Museo Jesuítico Nacional, la Estancia de Santa Catalina, que todavía conserva una gran iglesia colonial, la Estancia de Alta Gracia, que está en el centro de la ciudad del mismo nombre y hoy es su iglesia parroquial, y la Estancia La Candelaria, que permanece en medio de las sierras, a 220 kilómetros de la capital.

La buena fortuna de los jesuitas se terminó en 1767, cuando el Rey Carlos III los expulsó de España. Acá les sacaron las tierras y se las repartieron a los políticos de la época: 70 mil hectáreas de sierra y valles que recibieron las figuras destacadas de la época. Parte de las hectáreas que pertenecían a la Estancia Santa Catalina pasaron a manos de Tomás Funes y Eloísa Díaz a principios del siglo XIX. Unas 8.500 hectáreas en las que Funes, un político, comenzó a construir un casco de estancia. La hija de Funes, Clara, se casó con Julio Argentino Roca y la Estancia La Paz se convirtió en la casa de veraneo del presidente, que recibió allí, en Ascochinga, a personajes como Domingo Faustino Sarmiento, Nicolás Avellaneda o Carlos Pellegrini. Esa antigua estancia, con jardines diseñados por el paisajista francés Charles Thays, hoy es el hotel Pueblo Estancia La Paz, cuya suite principal es la Roca, donde dormía hace más de un siglo el dos veces presidente. La leyenda dice que en esa misma habitación Roca tenía un pasadizo secreto que salía desde un ropero hacia el cuarto de al lado, por donde pasaba para visitar a su amantes.

El relieve de Córdoba permite “hacer alta montaña y bajo riesgo” por los numerosos circuitos de trekking.

CAMINO A TRASLASIERRA Nicolás Costamagna podría ser uno más de los hermanos Culini Weinbaum, que conducen el programa de turismo aventura MDQ. Le gusta la comparación, creció viéndolos en televisión. Pero cuando está trabajando como guía de turismo alternativo para Emprenatur (Emprendimientos en la Naturaleza) no se arriesga como ellos. “De abril a octubre Córdoba es ideal para hacer turismo alternativo. Esta todo pensado para eso, para que quien no hace este tipo de actividad usualmente se pueda divertir sin riesgo”, explica mientras la combi se bambolea por el Camino de las Altas Cumbres. Vamos a Nono, Traslasierra, y avanzamos por la RP 34, sinuosa como una montaña rusa de asfalto. En el camino hacemos algunas paradas. La primera es en el kilómetro 68, para conocer una cascada escondida entre las montañas. La encontramos después de caminar unos diez minutos entre piedras, buscando cuál es la más firme para pisar. La cascada cae con ruido dentro de una cueva y forma una pileta que en verano debe ser una delicia. El agua es pura: estamos en la Pampa de Achala y el guía explica que aunque representa sólo el dos por ciento de la superficie de la provincia, genera el 70 por ciento de la reserva hídrica de Córdoba.

“La geografía cordobesa te permite hacer alta montaña y bajo riesgo. A partir de abril empieza un clima ideal de poca lluvia y mucho sol y se pueden hacer actividades durante el dia a una temperatura baja, que no es riesgosa. Tenemos muchos puntos donde hay tirolesa, arborismo, escalada. Córdoba te permite hacer todas las actividades de turismo alternativo excepto esquí o deportes de nieve”, dice Costamagna al pie de La Ola, una pared de roca por la que vamos a escalar y bajar en rappel con equipo homologado (casco y un arnés que nos agarra de piernas y de cintura). Los fines de semana los parajes La Ola y El último sol de marzo se llenan de escaladores que se prenden a la piedra precámbrica con las manos embadurnadas de polvo de magnesio para agarrarse mejor. Bien arriba quedan las marcas blancas de polvo, como pinturas rupestres.

Las actividades típicas de Córdoba son la cabalgata y el trekking: desplazarse entre valles y montañas con la vista pegada al paisaje. Los guías de Emprenatur hacen cabalgatas con pernocte y asado serrano tanto en Olgamira como en Calamuchita, Traslasierra o Punilla, en el norte o en el sur de la provincia. En verano, organizan caminatas nocturnas para subir al Uritorco sin morirse de calor. En invierno suben todos los picos cordobeses de día, con el sol calentando tibio y pocas chances de lluvia. También bucean. El dato es una sorpresa, pero Gonzalo Basso, instructor de la especialidad, dice que Córdoba es el segundo lugar de buceo de la Argentina después de Puerto Madryn, en Chubut. “Acá hay mucho lago artificial y por eso hay numerosas construcciones antiguas sumergidas, como usinas o casas que han quedado bajo el agua”, explica Basso. Y pide un ejercicio: “Imaginate todo este valle, todo lo que se ve acá abajo del agua para recorrerlo, es precioso”. Basso lleva grupos a bucear a Carlos Paz, Cerro Pelado y embalse Río Tercero; también organiza bautismos de buceo en ríos profundos, donde hay muy buena visibilidad.

Relax otoñal: la vista de Calma Nono, un paraíso abrigado por “el otro lado” de las sierras.

NONO, LA PAZ Nono está a 160 kilómetros de Córdoba capital, pero parece mucho más lejos: cruzar las Altas Cumbres para llegar al valle de Traslasierra implica poner un poco el cuerpo a prueba de las curvas y contracurvas. El bamboleo vale la pena, porque los pueblitos del valle –Mina Clavero, Nono, Cura Brochero, Las Calles– son de una tranquilidad casi narcótica. Nono es el pueblo más antiguo de Traslasierra y, como en otros lugares de la Argentina, es común encontrarse con historias como las de Pablo Bontempi, el dueño del hotel boutique Calma Nono, que dejó Buenos Aires hace cinco años para encontrar una vida nueva –más tranquila y suave– en el pueblo donde veraneaba de chico en la casa de sus abuelos. Pablo construyó un hotel casi al filo de las Sierras Grandes, con un criterio sustentable de recuperación del agua y reciclado de residuos, sin tocar un solo árbol y acomodando la construcción a la escenografía que le propone la naturaleza. A 1100 metros de altura las habitaciones están rodeadas por espinillos, algarrobos y chañares.

Dulcinea Rodríguez también llegó a Córdoba agotada de la gran ciudad. Primero pasó por San Marcos Sierra. “Cuando te vas de la ciudad tenés un rotulo y yo era ‘fotógrafa’. Cuando me vine al monte, a la naturaleza, empecé a teñir con plantas, a hilar lana, a hacer huerta, a tejer, a experimentar con muchas cosas”, cuenta. Dieciséis años después, Dulcinea vive en Las Calles, un pueblito aún más chiquito que Nono, y ahí trabaja en las cremas y jabones de Tierra Pura, una pequeña marca artesanal de productos cosméticos y terapéuticos que buscan capturar, como ella dice “un pedacito de monte”. “Cuando empezamos a hacer maceraciones para extraer los principios activos de las plantas, vimos que algunas sirven para más cosas de las que creíamos”, explica Dulcinea. Con sus compañeras trabajan con caléndula, jarilla, romero y otras plantas de la zona con las que preparan jabones, cremas y aceites esenciales. “Estar en contacto con la naturaleza permite ver que nosotros también seguimos sus ritmos, sólo que a veces nos vamos separando y nos servimos de muchas cosas artificiales para sostener ese desequilibrio”, dice.

Los “yuyitos cordobeses”, asegura, no sólo son aromáticos. “Por la altura y el tipo de clima, con una estación de lluvia y una seca bien marcadas, las plantas quedan muy expuestas. La altura y las horas de sol producen plantas medicinales, con alto contenido de aceites esenciales. Una lavanda plantada acá es mucho más perfumada y tiene mucha más potencia en su esencia que en Buenos Aires, porque allá es muy húmedo y la planta se achancha”, se explaya. A Dulcinea le gusta Traslasierra porque “todavía tiene mucha pureza”: “Acá se conserva la inocencia del criollo, todavía están las pulperías, esa costumbre de estacionar el caballo en la puerta de la fonda. Acá se sigue plantando, la gente ha puesto cabañas turísticas pero no por eso dejó de tener su huerta”.

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