PERU > PASEO URBANO DE CHORRILLOS A BARRANCO
Crónica de una visita relámpago a la capital peruana. Parapente a orillas del Pacífico, cocina tradicional de sello casero y museos al paso para descubrir desde el arte de los pueblos preincaicos hasta las fotografías del renombrado Mario Testino.
› Por Guido Piotrkowski
Fotos de Guido Piotrkowski
Volar en parapente puede ser una buena forma de arrancar el día. Y Lima es una de las pocas metrópolis de Sudamérica que ofrecen esta posibilidad. Planear de cara al mar, sobre la playa y los acantilados de la única capital latinoamericana que balconea al Pacífico, surcar el cielo de la ciudad panza de burro, como le dicen a Lima, porque la mayor parte del tiempo está nublada. Pero ese no es impedimento para volar, sino que todo depende de las famosas térmicas, las corrientes de aire que utiliza el cóndor para elevarse. Y como nunca se sabe, hay que acercarse hasta el Parque Raimondi, muy cerca del famoso Parque del Amor. Allí están los parapentistas, que ofrecen vuelos en tándem o biplaza. Dicen que la mejor hora es entre el mediodía y las cuatro de la tarde, pero sólo tengo 12 horas en la ciudad, y una hoja de ruta que cumplir. Así que me acerco alrededor de las 11, recién aterrizado de Puno, en busca de Eduardo Gómez, uno de los tantos instructores... y a esperar.
Mientras tanto, doy una vuelta por el parque más romántico del continente, el lugar donde el 14 de febrero –el día de los enamorados– cientos de parejas vienen a participar de un concurso muy peculiar: el beso más largo. En el centro de este icono limeño donde las parejas van a contemplar el atardecer frente al mar, y los recién casados a tomarse las fotos de rigor, se destaca la escultura El Beso, del artista local Víctor Delfín. Vuelvo cerca del mediodía, pero Gómez dice que las condiciones no están dadas. “Está muy caliente”, argumenta para mi decepción, Y bueno, dicen que siempre hay que dejar algo para la próxima vez.
COMER CON LUCHITA Enseguida me pasa a buscar Cynthia Cáceres, quien abrió su propia agencia, Lima Mentor, hace seis años. Su intención, dice, es mostrar otro punto de vista de la ciudad. “Mi principal diferenciación es incorporar elementos que despierten los sentidos, el contacto directo con nuestras tradiciones y personajes en el transcurso de nuestras visitas”, me cuenta mientras vamos camino al restaurante Luchita, que ofrece comida casera en el barrio de Chorrillos, en el extremo sur de Lima. Luchita es uno de esos reductos escondidos, no tan famosos ni for export, y Cynthia lo descubrió en su afán por mostrar esa cara más diversa y amplia de Lima, que tiene unos 4000 restaurantes, el punto de partida del boom de la gastronomía peruana.
Andrés Arias y Luisa “Luchita” Fonseca de Arias son quienes llevan adelante el restaurant; Luchita es el alma máter, la alquimista de las recetas caseras que se cocinan en esta preciosa casona de estilo francés del año 1876. La casa, que tiene varios salones, una decoración antigua y ecléctica, una galería y un patio interno, pasó por varios propietarios hasta que Andrés y Lucha la compraron en 1994 y la restauraron, manteniendo el espíritu original.
Durante la Guerra del Pacífico el ejército chileno ocupó todo el barrio; destruyó y quemó casi todas las casas. Casi, dicen, porque esta fue utilizada como capitanía de puertos y refugio del ejército peruano: y fue una de las pocas que se salvó de la destrucción. Si hasta tiene pasillos subterráneos que conecta los patios posteriores de la casona con los acantilados de la playa de Chorrillos.
Mucho antes de llegar acá, a fines de los ’60, Luchita cocinaba en la playa de pescadores, donde hacía ceviche y arroz con mariscos. “Todas las recetas son de ella, y también cocina. Tiene buena mano, mire cómo estoy”, bromea don Andrés y se ríe mientras se toca la panza y nosotros degustamos un pisco sour también hecho por Luchita, que nos espía, vergonzosa, desde el mostrador. “Lo más curioso es que a ella no le gustan los mariscos, pero los cocina”, agrega el hombre, y sugiere entonces que pidamos un tiradito de entrada y tacu tacu de fondo, dos platos bien típicos. El primero es como el ceviche, cocinado en limón, pero cortado en tiras y sin cebolla. Mientras que el tacu tacu es un plato heredado de la cocina africana, hecho tradicionalmente para aprovechar los restos de otras comidas. Es la mezcla de frijoles canarios con arroz blanco y aderezo de cebollas, formado en una masa que se fríe. Luchita ofrece tres tipos: Tacu Tacu a los Tres Quesos, que lleva encima un filet de pescado con salsa de quesos edam, mozzarella y tipo suizo-cajamarquino o danbo; el Tacu Tacu a lo Macho, con una salsa de mariscos; y Tacu Tacu con Lomo Saltado, que tiene un bife frito con cebolla y tomate.
“Yo le voy a contar algo que la gente no me cree, pero acá hay algo curioso, nadie vendía el tiradito, comercialmente no era conocido. Lucha comenzó a hacerlo en el ’72, no es la descubridora pero lo que hizo fue poner en común lo que comíamos todos los días”.
EL MATE El nombre de este museo situado en el bohemio barrio de Barranco, no hace honor a la infusión rioplatense, sino que responde a las siglas de Museo Mario Testino, el fotógrafo peruano más reconocido en la actualidad, y probablemente uno de los más importantes en la historia de Perú y Latinoamérica, al menos en el ámbito de la fotografía de moda y publicitaria. Revistas como Vanity Fair y Vogue lo eligen para sus producciones más destacadas, supermodelos como Kate Moss y Naomi Campbell lo adoran, fue el fotógrafo personal de Madonna y logró que Lady Di dejara de lado su estilo señorial y sobrio para posar descontracturada. Testino la produjo como si estuviera volviendo de una fiesta, desaliñada, con poco maquillaje y pocas joyas. Aquella sesión sería emblemática: fue la última antes del trágico accidente de 1997 que terminó con la vida de la princesa.
Testino vive en Europa desde hace varios años, pero en 2012 decidió abrir este museo en su tierra para exhibir su obra. “La gente viene a ver a Kate Moss, a Lady Di, y las fotos se van renovando, aunque siempre son de Mario”, comenta Mariela, quien me guía en el museo, mientras recorremos la antigua casona, totalmente restaurada por Testino. Hay copias gigantes de actores y actrices como Demi Moore, Angelina Jolie, Jennifer Lopez, Jude Law, Keanu Reeeves. “La idea es tener momentos emblemáticos del trabajo de Mario y las modelos son parte de su carrera. Además –amplía Mariela– no sólo para enseñar su trabajo, sino para traer artistas que de otra manera no vendrían a Lima”.
Una de las salas más llamativas es la que alberga la obra en la que Testino se corre de su lugar habitual. Se trata de una producción de colección de ropa peruana, que rescata los trajes típicos cusqueños, con fotografías inspiradas en el trabajo de Martín Chambi, el fotógrafo documental más importante de Perú. Testino lo reinterpretó rescatando los trajes típicos de la zona de Cusco, el lugar donde Chambí tuvo su estudio y desde donde salió a fotografiar la vida cotidiana del Perú andino e indígena.
EL MALI Para llegar al MALI, o Museo de Arte de Lima, desde Barranco hay que atravesar media ciudad, que a las cuatro de la tarde tiene un trafico tan caótico como el de cualquier capital latinoamericana. Sin embargo, con Cynthia al volante llegamos en tiempo y forma.
Recorrer el MALI con lujo de detalles, de punta a punta, puede llevar un día entero, o incluso más. Pero de todas maneras está muy bien diseñado y señalizado, resulta fácil de recorrer y en un par de horas se puede tener una buena impresión y darle una vuelta entera. El palacio fue construido entre 1871 y 1872 como sede de la Gran Muestra de Artes, Ciencias e Industrias, para conmemorar los 50 años de independencia, por el arquitecto italiano Antonio Leonardi. En estilo neorrenacentista, desde 1973 es Monumento Histórico y Patrimonio Cultural de la Nación.
La muestra permanente recorre, de manera cronológica, toda la historia del arte del Perú, desde la etapa precolombina al choque con los españoles y la fusión de culturas, la creación del arte cusqueño, el Virreinato, la República, el arte contemporáneo y el arte moderno, los indigenistas, el arte colonial, las antiguas culturas del norte y las del sur. “Es la historia del país a través de sus obras”, resume María Luisa, nuestra guía, mientras admiramos la novedosa adquisición: El biombo de los Incas, una obra de 1873 del artista Marcos Chilitupa Chavez valuada en medio millón de dólares. En el biombo está pintada la genealogía de los incas.
El MALI tiene 34 salas, que además de las obras tienen videos y animaciones. “El museo tiene 17.000 obras pero se expone el 10 por ciento –precisa María Luisa–. Por eso hay exposiciones temporales, o se hacen muestras internacionales”.
Hay salas especiales, como la dedicada a los metales, donde se exhiben un par de sandalias en oro que pertenecieron a un niño, coronas o un pectoral de oro puro, aros de plata y diversas herramientas de combate de distintas culturas precolombinas. “El museo te va contando cómo vivían los antiguos peruanos, cómo van evolucionando. Los moches fueron grandes guerreros, y se expresaba muy bien a través de las cerámicas, que se han encontrado en buen estado de conservación”.
Avanzando hacia la parte colonial y moderna, se ven cuadros de algunos artistas que se formaron y trabajaron en Europa como Ignacio Merino o Carlos Vacaflor, que fueron baluartes del realismo y el impresionismo en Perú. “Es un recorrido bastante amigable, lo puedes ver solo, esta bien explicado. No es un museo de estos que te agobia”. Como en Lima, donde no hay tiempo para agobiarse, y un día sabe a poco.
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