NATURALEZA RESERVAS ECOLóGICAS BONAERENSES
En el reino de los pastos
Para resguardar lo poco que queda de los paisajes bonaerenses originales, que la mano del hombre modificó a lo largo del tiempo, existen varias reservas donde se procura que las últimas especies autóctonas no desaparezcan definitivamente. Para conocer aquella antigua naturaleza, escapadas muy ecológicas a la Reserva de Otamendi, cerca de Campana, y a la Reserva Ribera Norte, en pleno San Isidro moderno.
Por Julián Varsavsky
Salvo aquellas personas compenetradas a fondo con los temas de la ecología, pocos conocen que en la provincia de Buenos Aires existen numerosas reservas ecológicas de un gran valor natural, sobre todo porque a lo largo del tiempo, la ganadería, los cultivos y las especies vegetales exóticas que se plantaron modificaron la original pampa bonaerense. Es por eso que los paisajes bonaerenses de la actualidad son absolutamente distintos a los que veían los indios en el pasado. Por ejemplo, especies tan comunes con el cardo, el eucalipto, el ligustro y la casuarina no existían un siglo y medio atrás. Sólo en estas reservas ecológicas se puede ver hoy cómo era el paisaje autóctono, cuyo orden y equilibrio natural tardó más de 60 millones de años en formarse.
Reserva Ribera Norte. En el partido bonaerense de San Isidro existe desde 1988 una Reserva Ecológica Municipal que protege el último relicto de la original costa rioplatense, un “baldío costero” de 10 hectáreas, al lado del Club Náutico, que por azar permaneció intocado por el hombre. A través de un sendero de interpretación autoguiado de 1200 metros se puede tomar contacto, con mucha paciencia y silencio, con unas 200 especies de reptiles, anfibios y aves.
A lo largo del trayecto se va pasando por los diversos ambientes naturales bonaerenses: el pajonal –con sus totoras y cortaderas–, la laguna de 1800 metros cuadrados, el matorral ribereño y sus sarandíes, el bosque de sauces y el de alisos, los bañados, la costa y el último ceibal restante en toda la ribera norte del Río de la Plata.
El área de la laguna está totalmente cubierta por repollitos de agua y camalotes. Allí habitan diez clases de ranas y sapos, coipos –o la falsa nutria– y tortugas de agua que suelen asolearse en la orilla a toda hora del día. Una “joya alada” que aparece de repente es el refinado colibrí garganta blanca, sorprendiendo al visitante con la vibración de su aleteo a un metro del sendero. Entre las aves esquivas se cuenta al ñacurutú, el búho más grande de América. Pero también hay patos barcinos, un pajarito llamado celestino –de color azul–, rapaces como el carancho, gallinetas y horneros.
El verano es la época de mayor exuberancia en la reserva: al eclosionar las crisálidas el ambiente se llena de mariposas, los lagartos overos salen de su hibernación y llegan de lejos las aves migratorias. Una comunidad de 300 garzas brujas –que sólo salen de noche– arriba cada año a nidificar entre las plantas de sarandí blanco, dentro de los pajonales. Pero además, la migración incluye unas 150 garcitas blancas y otras tantas garzas bueyeras, que se suman a las garzas moras de hasta un metro y medio de alto que suelen verse caminando por la playa. De todas formas, el hecho de que haya tantas garzas en la reserva no garantiza que uno las vaya a ver en demasía, ya que permanecen semicamufladas entre los matorrales.
La gran mayoría de las 168 especies de aves que hay en la reserva son autóctonas del ambiente ribereño, al igual que el 80 por ciento de las especies vegetales. De esta forma se conforma un ecosistema muy equilibrado que los dos guardaparques de la reserva y el equipo de voluntarios tratan de preservar eliminando las especies vegetales exóticas que avanzan sobre las demás modificando el ambiente.
Reserva Ecológica de Otamendi. Creada en 1990 para resguardar uno de los últimos relictos de lo que fue la pampa bonaerense, esta reserva está bajo la jurisdicción de la Administración de Parques Nacionales, que ha realizado en los últimos años un cuidado trabajo de conservación.
El sendero de interpretación más recorrido de la reserva está flanqueado por bajos pastizales pampeanos. A lo largo de un kilómetro de recorrido se observa una muestra del típico pastizal de la pampa ondulada, donde sobresalen grupos aislados de ombúes y talas. Al recorrerlo se oye el canto de las calandrias y el zumbido de las abejas atraídas por el perfume de las chilcas. Los carteles indican que el lugar es el “reino de lospastos”, donde prosperan el “pelo de chancho”, los pastizales de flechillas y las erizadas matas de hunquillo. Al bajar la mirada se descubre que allí donde algunos sólo ven “un montón de yuyos”, se desarrolla un fervoroso microcosmos lleno de actividad, con multitudes de insectos, ranitas, culebritas y arañas que entretejen sus telas con imágenes de calidoscopio.
Más adelante se encuentra un bosque de talas donde se disfruta de una abundante sombra y un elegante césped natural al borde de una barranca. Al fondo del talar, casi como un ventanal entre la vegetación, está el mirador natural, ubicado al borde de una elevada meseta. Desde allí la panorámica abarca casi la totalidad del área protegida –3000 hectáreas– que se extiende hasta el río Paraná de las Palmas, bordeado por bañados o terrenos inundables, una amplia llanura de pajonales que precede al río. Desde el mirador, el pajonal ofrece el aspecto de un mosaico con retazos de distintos tonos, señalando las diferentes especies de hierbas de gran tamaño: juncos, totoras, espadañas y cortaderas.