Domingo, 17 de julio de 2016 | Hoy
URUGUAY > LA ORILLA ORIENTAL DEL LITORAL
Un pueblo sorprendente y de pocos habitantes, sobre la margen este del río Uruguay, ofrece arte, historia y gastronomía de primer nivel. Muy cerca de Paysandú y de la entrerriana ciudad de Colón, van apareciendo una pulpería, un frigorífico, talleres artísticos y otras curiosidades de discreta orientalidad para descubrir al mismo tiempo típicos sabores uruguayos.
Por Lorena Lopez
Fotos de Lorena Lopez
Con Jandra recorremos las calles de Casa Blanca, un pueblo de 350 habitantes sobre el río Uruguay, nacido en 1806 con la instalación de una planta procesadora de carne. Estamos a 20 minutos de auto de Paysandú y las calles de conchillas nos acompañan con su silencio y sinuosidad, mostrándonos por momentos el río y por momentos coloridos murales creados en las paredes de algunas casas. Es que en este pequeño lugar se convive con el arte y la creatividad. Al punto que el monumento que lo distingue es una obra metálica que honra a la vaca, protagonista de la historia local ya que aún hoy funciona el frigorífico que le dio origen al pueblo. “En febrero del año pasado inauguramos este monumento y se cerraron tres cápsulas del tiempo para que se abran en el futuro y pueda saberse cómo era la vida aquí”, describe Jandra, directora de la productora cultural Voces del Faro. “Además, constantemente se realizan muestras de arte y conciertos; también tenemos un programa de residencias para artistas, donde los seleccionados vienen a vivir aquí por unas semanas para compenetrarse con el lugar y crear”.
Dentro del “circuito turístico” de Casa Blanca se destacan La Casona de los Cuatro Vientos (1862), la capilla Santa Ana (1886) y el frigorífico, que permite conocer bien de cerca una planta de faena que exporta carne para todo el mundo. El recorrido se complementa con la visita al taller del artista plástico y escritor Mario Sarabí y con un almuerzo en el exclusivo restaurante La Pulpería, una construcción de 1860 reciclada y restaurada con gran estilo y belleza. Hacia allá vamos.
INTELECTO Y SENTIDOS Un vitral que representa al Minotauro (vale recordar que estamos en el pueblo de la carne, las vacas y, por lo tanto, del toro). Una escalera que desciende a la cava. Pisos de madera y la réplica de un claveciterio del siglo XVI. Música sacra en el ambiente, vajilla de cristal trabajado, cubiertos que pesan. Así nos recibe Eugenio Schneider, presidente del mencionado frigorífico y creador de este sitio gourmet, La Pulpería. “Bienvenidas, señoras”, nos dice con una voz de trueno que combina justo con su chaleco de lana, bombachas de campo de corderoy y botas de caña larga. “Antes de sentarnos a la mesa permítanme enseñarles la casa”, enuncia y de pronto nos encontramos en un invernadero que alberga una huerta completísima, ya que gran parte de lo que se consume en los platos proviene directo de la tierra, del “patio de atrás” del restaurante que abarca varias hectáreas. Tomares, rúcula, radicheta y plantas difíciles de nombrar crecen al abrigo del invierno y son cosechadas prolijamente, casi a diario. “Aquella es la mecedora de Diógenes, que ofrezco a los turistas que quieren reflexionar mirando el agua”, bromea Schneider mientras señala una suerte de barril sostenido por dos cadenas y ubicado en dirección al río. Se hace la hora de la comida y volvemos al restaurante, mientras nuestro anfitrión recita el poema en prosa “Los Gauchos”, de Borges.
Ya en la mesa, luego de servir un espumante realizado con el “método ancestral”, nuestra maître nos coloca una suerte de baberos con los que atravesaremos todo el almuerzo y nuestra ropa permanecerá impoluta. Comenzamos con caviar (producido en la zona, en Río Negro) acompañado de manteca batida con agua, crutones, una ensalada con diente de león y, para los que eligen no tomar alcohol, una creación de la casa llamada Bebida Tabaré, que lleva té negro, jengibre y almíbar de ananá, ingredientes que logran una intensa mixtura. “Lo que viene es una caricia para el paladar”, promete nuestro anfitrión y acto seguido aparece el Terciopelo de Tomate, una sopa espesa y de suave cremosidad, con coriandro y quién sabe cuántas cosas más. El acompañamiento ideal es con rodajas de pan de centeno. “En mi vida he comido pan que no haya sido amasado por manos de mujer cercana”, suelta de pronto Schneider como lo más natural del mundo y cuesta creer que una persona de carne y hueso nunca haya ido a la panadería... pero así es. Lo cuenta y se ríe, mientras aclara que “mujer cercana” incluye madre, hermana, esposa, ama de llaves. Más allá de quién haya puesto sus manos en estos panes perfectos, ásperos y con semillas, este plato de terciopelo cumple su función de acariciar el paladar y todo el tracto por donde sea que vaya descendiendo, dejando una huella tibia y envolvente. La escena o plato final de este almuerzo consiste en un Mefisto: pastas rellenas con las que al primer –delicioso– bocado uno comprende que debió haber sido alertado ya que el calor y el picor suben por garganta y mejillas hasta que todo abrigo es una molestia (sí, tiene pimiento chile). Schneider se ríe y festeja los efectos del picante mientras un vino blanco dulce helado y un café fuerte coronan nuestro almuerzo. Cuando nos levantamos de la mesa, el dueño de casa nos despide entonando las palabras del trovador provenzal Raimbaut de Vaqueiras: “Ni el primer día de mayo / ni el cantar de los pájaros / ni del gladiolo el florecer pueden / noble y bella señora / darme alegría/ mientras no vea llegar un mensajero / que Vos enviaréis”.
TEATRO, PLAYA, CULTURA Nuestra recorrida por la región nos lleva a Paysandú, ciudad cabecera a la que se llega con sólo cruzar el puente desde Colón, en Entre Ríos. Y, al igual que en esta ciudad, el río Uruguay es protagonista absoluto, tanto para los deportes náuticos y la pesca como para simplemente caminar por la rambla o descansar en las playas. También para andar en bicicleta, ya que hay circuitos pensados para recorrer las calles pedaleando.
Luego de visitar la plaza histórica donde se narra la épica resistencia de los soldados del General Leandro Gómez para defender la ciudad durante más de un mes, recorremos el Paseo de los Artesanos y probamos el típico postre Chajá, de 1927, que tiene bizcochuelo, merengue y frutas, y marida perfecto –para contrarrestar lo dulce– con una cerveza artesanal que en este caso fue la Bimba Brüder, producida localmente. Muy cerca de allí se ubica el teatro Florencio Sánchez, que abrió sus puertas en 1876 y hoy se encuentra restaurado y con espectáculos para toda la comunidad. Pegadito está el Café del Teatro, de la misma época, que hoy ofrece comidas gourmet, tragos y recitales como parte de la tendencia actual de fomentar la cultura y las artes, ofreciendo también entretenimiento y opciones de comidas y vinos diferentes.
“Hace diez años hacemos teatro que se relaciona con el patrimonio histórico cultural de la ciudad y realizamos intervenciones en espacios públicos como museos, plazas y calles”, cuenta Darío Lapaz, director de teatro y del Espacio Imagina. “Apuntamos a plantear preguntas y responderlas a nivel escénico. Hemos trabajado mucho con distintas obras, siempre buscando la palabra de la gente, ya que hay muchos descendientes directos de personas que hicieron historia en Paysandú, por eso es un teatro vinculado a la identidad y un vehículo para relacionarnos con lo que nos rodea”. Una de las propuestas teatrales más llamativas es el Bus Turístico, una serie de espectáculos gratuitos que transcurren sobre el ómnibus, con personajes que se incorporan a medida que suben en las diferentes paradas. La última “función” giró en torno a una historia sobre Los Iracundos, grupo de música sanducero (el gentilicio de Paysandú) que hizo furor entre la década del 60 y del 80 y que aún hoy tiene sus fans. Hay que ver qué se viene para la próxima.
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