Domingo, 21 de agosto de 2016 | Hoy
SAN LUIS > SIERRA DE LAS QUIJADAS
El noroeste puntano es el más agreste de una provincia rica en huellas de un pasado tan remoto que se mide en millones de años. En sus relieves y colores, el Parque Nacional Sierra de las Quijadas permite interpretar aquellas eras geológicas donde los dinosaurios convivían con un mundo exuberante.
Cuatro cadenas serranas cruzan el territorio de la provincia de San Luis desde el límite con la vecina San Juan rumbo al sur. Son las Sierra de Guayaguas, Sierra de Cantantal, Sierra de las Quijadas y Sierra del Gigante: sobre una de ellas, la Sierra de las Quijadas, se conforma un Parque Nacional extendido sobre unas 75.000 hectáreas y creado hace 25 años con el objetivo de proteger una zona de transición –“ecotono” es el nombre que le dan los expertos en territorio y ambiente– entre varias ecorregiones que se dan cita en este lugar: el monte de llanuras y mesetas, el monte de sierras y bolsones, y el Chaco árido. Una transición que lo hace único.
El paisaje que aparece a la vista de los visitantes es como un libro abierto hacia los tiempos prehistóricos: cada línea del relieve, cada color de las capas sedimentarias, habla de un momento distinto de la formación de la Tierra. La aridez e intensidad del clima, de gran amplitud térmica entre las estaciones e incluso en el mismo día –de hecho es ideal visitar el Parque Nacional en invierno, para escapar a las altas temperaturas del verano– hacen de este un paisaje tan bello como duro: pero todo está allí, y hay una vida que late a la sombra de las piedras y la mínima vegetación que se impone a la sequedad. Sólo hay que saber descubrirla, como lo hacen unas 30.000 personas cada año.
AVENTURA PUNTANA En parte por lo reciente de su creación y por lo extremo que puede ser el clima, Sierra de las Quijadas no tiene el desarrollo de servicios turísticos que pueden encontrarse en otros Parques Nacionales. No es lejos pero hay que tener voluntad de llegar. Aquí la naturaleza es la que tiene la última palabra y son sus designios los que hay que aceptar al emprender el viaje hacia esta meta ideal para los amantes del trekking y de los deportes de cierta exigencia física, como la bicicleta de montaña.
Dos características se imponen: por un lado la estructura convexa de las formaciones, que podrían apreciarse claramente de ser vistas desde arriba. La tierra forma pliegues que a su vez revelan diferentes edades geológicas; aquí y allá las fracturas de la superficie forma desniveles que agregan atractivo a estos relieves áridos de colores intensos. Son los colores de la tierra: ocre, amarillento, rojo. Bajo el sol, casi encandilan. Bajo la luna, siempre acompañados de guías imprescindibles para adentrarse en los senderos protegidos –sea a pie o en mountain-bike– adquieren matices misteriosos y contornos de oscuros gigantes.
En el centro del Parque Nacional se encuentra el Potrero de la Aguada. Enorme depresión a la que se llega con cierto esfuerzo, permite asomarse de pronto a una suerte de gigantesco escenario formado a escala sobrehumana, entre altos acantilados, vertiginosas cornisas y farallones de roca que una mano ingente parece haber modelado como plastilina de los dioses.
El Potrero desmiente que las Sierras de las Quijadas sean aridez pura: en el fondo, sobre la arena y la roca, serpentea un curso de agua intermitente, que se hace visible o invisible siguiendo el régimen de las lluvias. Es el único elemento que permite la vida de manchones verdes en esta suerte de Marte terrestre, cuyos paisajes a veces hacen pensar en Talampaya, y a veces en los escenarios imaginarios del corto animado Viaje a Marte, de Juan Pablo Zaramella.
En los senderos del Parque Nacional, los tiempos son largos y es necesario saberlo de antemano a la hora de salir, organizar la travesía y llevar el agua necesaria para toda la caminata. Para llegar hasta el paraje Miradores se requiere aproximadamente una hora; para transitar a pie hasta el circuito Huellas de los Dinosaurios pueden hacer falta dos horas; y para seguir hasta Farallones –que tiene en total nueve kilómetros entre y ida y vuelta pero es uno de los sectores más bellos- hay que tener fuerzas para cinco horas de marcha.
ARIDEZ QUE PRESERVA Aunque no abunda la vegetación –la aridez tiene su precio– hay abundantes cactus, jarillas y quebrachos blancos. Son la sombra de especies como el puma, el zorro gris, la mara, el gato montés y el ñandú, mientras se adueñan del cielo los cóndores, halcones grises y águilas moras. Naturalmente, es en la zona cercana a los humedales donde se concentra la fauna, que difícilmente se deje avistar por el ojo de los recién llegados. Aunque nunca se sabe: la soledad de estas tierras puede dar sorpresas. Y es garantía de que la mirada atenta sabrá descubrir las huellas de los discretos habitantes del lugar.
En tiempos muchos más antiguos, en Sierra de las Quijadas había otra vida, una vida intensa, representada en especies como el pterosaurio. Este animal prehistórico es viejo conocido de los especialistas porque tenía en lugar de dientes una suerte de barbas para filtrar el agua y alimentarse de los microorganismos retenidos. Es decir, un sistema que recuerda al de las modernas ballenas.
Los paleontólogos han encontrado aquí huevos de dinosaurios, huellas, huesos: el nombre del Parque Nacional que a veces es desconocido de los propios argentinos es bien ubicado por los especialistas en la vida prehistórica, sobre todo las eras Paleozoica y Mesozoica, que lo ven en citas y publicaciones científicas. Un milagro de preservación, gracias a la aridez del clima y la solidez de este paisaje de piedra que a muchos les recuerda una versión local del Cañón del Colorado. Y la vista del cañadón que se extiende por ocho kilómetros desde el Potrero de la Aguada sin duda no desmiente la impresiónz
Informe: Graciela Cutuli.
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