Domingo, 22 de febrero de 2004 | Hoy
TURISMO RURAL UNA ESTANCIA EN TANDIL
A 10 kilómetros de la ciudad de Tandil, la estancia Don Liborio ofrece alojamiento en una casonade estilo vasco campestre construida en 1902,en donde se crían ovejas y caballos de polo, en medio de un gran valle serrano. Una picada con embutidos y galleta de campo en el ranchoEpoca de Quesos.
Por Julián Varsavsky
Desde hacía varios años, los amigos del matrimonio dueño
de la estancia Don Liborio le venían sugiriendo a la pareja que recibieran
turistas en el casco de su estancia y los atendieran como lo hacían con
ellos. La idea era dejar todo exactamente como estaba –sin invertir casi
nada– y abrir las puertas a los huéspedes ofreciéndoles
los mismos asados de siempre al borde de la pileta, poniendo los caballos a
disposición para un paseo al atardecer, e invitarlos con un whisky en
el living de la casa después de la cena, disfrutando de buena música
frente a los ventanales por donde se cuela la noche. Así lo hicieron
–al pie de la letra– a partir del año pasado, y el resultado
fue un éxito.
El casco, rodeado por el arroyo Tandileofú, sigue siendo el centro desde
el que se administra una estancia de 120 hectáreas donde se planta soja
y se crían ovejas y caballos de polo que se venden en el país
y al extranjero.
Sobre el kilómetro 156,5 de la ruta nacional 226 está la tranquera
de Don Liborio, que el visitante debe abrir y volver a cerrar para que no se
escapen los caballos. Un kilómetro más adentro está el
casco al que se llega por una larga avenida con hileras de plátanos a
cada costado. Una escalera de madera con barandas torneadas lleva a las habitaciones
de la segunda planta. En sus espaciosos interiores con piso de pinotea y techos
muy altos hay grandes armarios de roble con cerca de cien años de antigüedad.
Al abrir las cortinas de los ventanales, el exuberante verde de los árboles
–muy pegados al casco– se levanta ocupando todo el espacio de visión,
dejando entrever apenas unos fragmentos del cielo y de las sierras que se divisan
en la lejanía.
Cada detalle del confort en las habitaciones parece cuidado con devoción,
desde las sábanas y toallas perfumadas hasta las sales de baño
para sumergirse en las antiguas bañeras con patas de aves de rapiña.
En total hay cinco habitaciones, tres dobles y dos triples. Los huéspedes
suelen quedarse un fin de semana completo y realizar alguna visita a la ciudad
y sus alrededores. Pero la mayoría prefiere el mero reposo en medio la
naturaleza. Sea como fuera, en el campo hay muchas formas de entretenerse. El
para muchos novedoso juego del sapo —tan campero y argentino— puede
divertir a una familia entera durante horas. Junto al aljibe hay una hermosa
pileta, y por la noche se puede disfrutar de un video traído desde casa
o programar una película por Direct TV. Los partidos de polo –que
se realizan cinco veces por semana para entrenar a los caballos– atraen
la atención de los visitantes sin excepción. Y además se
puede practicar pesca menor en el arroyo vecino y jugar al paddle.
Cocina criolla. Tandil es una ciudad
reconocida por la calidad de su gastronomía criolla y de sus productos
naturales. Por un lado están los suculentos pollos criados en el campo
–más grandes que los que se consiguen en los supermercados de Buenos
Aires–, que en el caso de la estancia Don Liborio se sirven acompañando
los asados del domingo a la tarde. Las verduras que acompañan los platos
son adquiridas directamente en las quintas vecinas para garantizar su frescura
natural. Otro de los platos favoritos en la estancia son los ñoquis soufflé,
y para los postres se sirve marquisse de chocolate y frambuesas cosechadas en
el día a metros del casco, acompañadas con helado de vainilla.
Por lo general en Don Liborio se ofrece servicio de media pensión, con
la idea de que el huésped se acerque hasta la ciudad a disfrutar de la
cocina local. Allí, el lugar imperdible es Epoca de Quesos, un rancho
reciclado que fue declarado Monumento Histórico por ser la única
casa de la ciudad que carece de ochava. Desde 1970 el lugar permaneció
deshabitado, hasta que en 1990 Teresita Inza decidió arrendarlo para
vender sus embutidos. Pero la sorpresa fue grande cuando al abrir las puertas
se encontraron con un antiguo almacén casi intacto –que ya era
viejo en 1970–, con incontables reliquias en su interior. Allí
había latas, botellas y jarrones que hoy se exhiben por todo el local,
y hasta se encontró un jamón en el sótano. El rancho –con
su correspondiente matera y fogón– tiene paredes de adobe y fue
reacondicionado hasta en sus mínimos detalles con objetos antiguos. Funciona
como tienda de embutidos y también hay mesas para comer bajo techo o
en el jardín. El vino se sirve en jarras pingüino y la soda en antiguos
sifones recargados. En el sótano hay carne salada como en los tiempos
en que no existía la luz eléctrica. Luego de la recorrida, la
mayoría de los visitantes se sienta a alguna mesa para disfrutar de una
tabla de fiambres con galleta de campo a la luz de las velas. Epoca de Quesos
queda en el cruce de San Martín y 14 de Julio.
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