BRASIL > MANAOS Y LA ENTRADA A LA SELVA
Un recorrido por la selva amazónica partiendo desde Manaos, la ciudad de los antiguos “barones del caucho” que quería parecerse a París. Una travesía de tres días en una barcaza por el río Amazonas y un lodge en medio de la selva que permite palpitar al menos una parte de la inabarcable densidad de la Amazonia.
Vista desde el cielo, la selva amazónica parece un oscuro
laberinto con un motivo vegetal repetido hasta el hartazgo. Abajo, tras la ventanilla
del avión, caracolea la inmensidad plateada del legendario río
Amazonas, el de mayor volumen de agua de la tierra. A cada orilla del río
alcanzamos a divisar un reino fortificado que se levanta tras una muralla de
árboles alineados tronco a tronco hasta el infinito. Sobrevolamos el
universo selvático llamado Amazonia, que alberga todavía los sueños
de El Dorado y sus catedrales de oro y también a más de un millón
de especies animales y vegetales; el mismo submundo que alguna vez habitaron
siete millones de indios que ya casi no existen.
Al descender en Manaos –la capital del estado Amazonas– descubrimos
una ciudad enclavada en el centro de la mayor selva tropical del mundo. Pero
sus polucionadas calles denotan un polo industrial con 1.200.000 habitantes
donde la selva ha sido desplazada. Sin embargo, la jungla acecha por los flancos
de la ciudad e incluso resiste en indoblegables manchones verdes que se cuelan
en rincones aislados de la urbe, conformando una espesa vegetación con
árboles, lianas y cañas de bambú de 40 metros de altura.
Los barones del caucho Manaos nació
a mediados del siglo XVII con la creación de un fortín portugués.
Su auge como ciudad comenzó en 1860 cuando surcaban el Amazonas los grandes
barcos cargados de una materia prima que había sido descubierta en la
selva llamada hevea brasiliensis en latín, “borracha” en
portugués y caucho en español. A su regreso los barcos llegaban
a Manaos con productos manufacturados en Europa y Estados Unidos para el consumo
exclusivo de una clase social enriquecida de súbito, cuyos representantes
fueron conocidos como “los barones del caucho”. Estos nuevos ricos
hicieron su fortuna explotando a los inmigrantes nordestinos –los seringueiros–,
quienes llegaban a la selva en busca de un porvenir y eran engañados
con el viejo truco de endeudarlos con el almacén de la empresa para quedar
así atrapados en un engranaje que implicaba tener que trabajar para pagar
las deudas que no paraban de subir. El resultado fue un sistema de semiesclavitud.
Con el auge del automovilismo, estos magnates amasaron fortunas asombrosas que
no eran fáciles de dilapidar en medio de la selva. Entonces comenzaron
con las excentricidades. Por un lado, desdeñaban el agua de los ríos
así que algunos mandaban sus ropas a lavar a Francia. Por otra parte,hicieron
traer un teatro casi completo desde Europa para tener su propia ópera,
que en aquel tiempo estaba realmente en medio de la selva.
El sueño dorado de estos “barones” era construir una metrópoli
europea en la selva cuyo modelo era París. Y hacia 1912 parecían
cerca de lograrlo, hasta que llegó la debacle. Ese mismo año un
explorador inglés llamado Henry Wickman sacó de contrabando 70.000
semillas del árbol que prodigaba el látex para probar si podía
germinar en otro lugar más práctico a los intereses del imperio.
Y germinaron, nada menos que en los Jardines Reales Británicos, y de
allí fueron a parar a Ceilán y a casi todo el sudeste asiático.
La decadencia de Manaos fue inevitable y sostenida a lo largo de medio siglo.
En 1967 la economía de Manaos dio un vuelco al ser declarada la ciudad
“zona franca libre de impuestos”. El gobierno decidió salvar
a Manaos permitiendo el ingreso libre de toda clase de accesorios y piezas para
la fabricación de productos industriales y electrónicos. Como
resultado se instalaron grandes industrias de marcas internacionales y, paradójicamente,
la capital del estado Amazonas pasó a ser un gran polo de desarrollo
industrial en medio de la selva. Es así que en las últimas décadas
viene a Manaos gente de todo Brasil exclusivamente para comprar electrodomésticos
a bajo precio.
Recorriendo Manaos La gran ciudad
de hoy es un reflejo de su pasado “europeísta” y su presente
industrial. Por un lado están los grandes edificios y los negocios de
venta de productos electrónicos. Y por el otro, los restos de la ciudad
europea en decadencia que conserva esporádicos fulgores igual que una
vieja dama de alcurnia que ha perdido su fortuna pero no su orgullo ni la costumbre
de exhibir sus últimas joyas extraídas del viejo arcón
del olvido.
La “prenda” antigua mejor cuidada de Manaos es el Teatro del Amazonas.
Le siguen algunas mansiones victorianas y el Mercado Municipal inaugurado en
1882 con un armazón de hierro y vitrales de estilo art nouveau con forma
de arco de medio punto. Se trata de una réplica exacta del extinto mercado
parisino de Les Halles diseñado por Eiffel. Un interesante contraste
se descubre en la efervescencia y el sucio caos de un mercado tropical hasta
la médula. Hoy en día se vende de todo en el mercado, especialmente
los productos típicos del Amazonas. En el sector de la pescadería
se ofrecen trozos de pescado pirarucú, que tiene el tamaño de
una media res. En unas jaulas sobre la vereda están expuestos al mejor
postor numerosos gansos, gallinas, palomas blancas, loritos y conejos. La rítmica
música nordestina suena a todo volumen en un ambiente húmedo y
caluroso donde gran parte de la gente anda en cueros, vistiendo apenas un short
y un par de ojotas, algo absolutamente lógico en este contexto.
El colorido de las frutas exóticas se lleva casi todas las miradas del
visitante, al igual que las olorosas especias y las bolsas de guaraná
en polvo, un estimulante natural de la Amazonia muy popular en Brasil.
En los puestos cuelgan toda clase de baratijas y productos de consumo diario
como son los remedios de origen natural basados en recetas indígenas.
Lo más interesante de este mercado es que no tiene productos para el
turista sino que se trata de una auténtica feria para el consumo popular.
Justo detrás del mercado –y conformando un todo con él–,
está ese otro lugar de paso que es el puerto sobre el río Negro.
Este singular puerto flotante fue construido en 1902 con una estructura articulada
de origen inglés que se adapta a los cambios de nivel del río,
que puede fluctuar con diferencias de hasta 14 metros. Desde allí parten
las típicas barcazas amazónicas colmadas de hamacas rumbo a las
profundidades de la selva.
El Encontro das Aguas Desde el puerto
parte una excursión a la confluencia de los ríos Negro y Solimoes,
lugar de nacimiento del río Amazonas según la cartografía.
Vamos en una típica barcaza amazónica por el río Negro
observando un paisaje costero que no tiene nada de especial, salvo algunas casas
elevadas sobre palafitos y los jugueteos de una tonina rosada que persigue la
embarcación. Luego de seis kilómetros, cuando todo el mundo ya
está distraído en alguna charla, el guía nos advierte que
hemos llegado al “Encontro das Aguas”. De repente descubrimos que
enfrente nuestro se unen dos ríos conformando un horizonte de agua que
parece infinito hacia adelante y a los costados. Pareciera que hemos salido
al mar, pero en verdad es el nacimiento del río Amazonas. Pero en los
hechos se considera que el Amazonas nace en el origen de su afluente más
lejano, es decir en los deshielos de los Andes peruanos. En su periplo el río
fluye por 6400 kilómetros –unos pocos menos que el Nilo–
a lo largo de nueve países, alimentado por un millar de afluentes.
Este mismo horizonte de agua y más agua es el que debe haber visto Francisco
de Orellana, el primer europeo que descendió el río en 1541 y
aseguró haber combatido con una tribu de mujeres guerreras con el seno
cercenado para apoyar el arco y la flecha, al igual que las amazonas de la mitología
griega.
La excursión continúa por el Parque Ecológico January, donde nos espera un suculento almuerzo de pescado en un restaurante flotante. La siguiente actividad es un paseo en lanchita por los igapós, que son los sectores de la selva que se inundan de diciembre a marzo, la época de lluvias. Se trata de sectores de baja profundidad donde el agua inunda sectores de hasta 100 kilómetros de distancia desde la orilla del río (el 10 por ciento de la selva queda bajo agua). Entonces la lancha avanza libremente por la selva y va esquivando troncos de árboles, lianas y plantas colgantes. En el trayecto el guía nos muestra un ejemplar de samauma, uno de los mayores árboles de la selva, que llega a medir 40 metros de altura. Pero la estrella de la excursión es la victoria regia, una planta acuática con una gran hoja circular que mide dos metros de diámetro y flota en el agua pero tiene raíz adherida al fondo.
Un lodge en la selva La mayor parte
de los viajeros que visitan Manaos pasa unos tres días alojados en algún
hotel de estilo rústico pero muy confortable en medio de la selva. Y
no hace falta irse muy lejos, ya que en sólo veinte minutos de barco
desde la ciudad uno se encuentra rodeado por la jungla. En la costa de un afluente
del río Negro se encuentra el Amazon Eco Park, un complejo de cabañas
de madera con aire acondicionado a las que se llega caminando por diversos senderos
entre la vegetación.
El complejo tiene una playa de arena blanca con aguas inmóviles de color
té ideales para nadar. Justo enfrente hay una isla desierta poblada por
algunos monitos a donde se llega en cincuenta brazadas.
Durante la estadía los viajeros se dedican a realizar diversas excursiones
por la selva, y la más popular es a la Isla de los Monos. A esta isla
se traen bajo control científico monitos que han sido decomisados o que
están heridos y enfermos. Allí se los rehabilita para que vuelvan
a la selva. El paseo por la isla es a la hora del almuerzo, y cuando llegamos
a la isla ésta parece desierta. Pero un mono nos divisa y da aviso a
la comunidad. De inmediato corre la noticia de que ha llegado la comida y la
selva se enloquece. Comienzan los gritos y los monos vienen corriendo y a los
saltos de rama en rama hacia el lugar donde siempre se les coloca el alimento.
Con desesperación agarran todo lo que les cabe en las manos y se van
otra vez a las ramas de los árboles a disfrutar del festín. Saciado
el hambre, los más amistosos regresan para jugar con la gente. Algunos
piden “upa” como un niño, otros se suben a las personas sin
pedir permiso y quieren mamar de la teta de alguna turista con un escote tentador.
Lospaseos se suceden con tranquilidad a lo largo de los días: una visita
a una familia indígena de la etnia parassana, una salida para pescar
pirañas y también un desayuno en la casa de Doña Safira,
una cabocla de pura cepa que vive en una casa de madera junto al río
con una gran ventana sin vidrio (porque no hace falta), sin luz y sin agua corriente.
En términos generales el caboclo es el hombre de la selva actual -mestizo
por derecho propio-, que trabaja de pescador, agricultor, artesano, cazador
y leñador, todo al mismo tiempo. Si a un caboclo se le pregunta sobre
su origen, no dirá que es de tal o cual ciudad sino del río que
habita: "eu sou do rio Juruá"
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