BRASIL - LA CIUDAD DE BELEM DO PARá
Puerta a la Amazonia
En el norte de Brasil, donde el legendario río Amazonas desemboca en el mar formando un delta, una visita a Belem, una de las ciudades que tuvo su hora de gloria a fines del siglo XVIII con el fugaz boom de la industria del caucho. Rodeada por la selva, es considerada “la puerta de entrada” para recorrer la Amazonia en barco.
› Por Julián Varsavsky
En Pará –uno de los siete estados que conforman la Amazonia–, la selva ocupa dos tercios de su territorio. La capital del estado es Belem, fundada en 1616 por los portugueses cuando instalaron en la boca del río Amazonas una fortaleza para defenderse de los piratas ingleses, franceses y holandeses, que aún hoy sigue en pie. Lo hicieron para inaugurar la utopía de explorar ese universo llamado Amazonia, que escondía El Dorado y sus catedrales de oro. Pero la tarea era infinita y todavía en el siglo XXI se esconden allí canales nunca explorados por el hombre blanco, especies animales y vegetales desconocidas, e incluso pequeños grupos de indígenas que viven aislados en el corazón de la selva sin haber tomado contacto jamás con las nuevas civilizaciones.
A la europea
Belem vivió su “belle epoque” a fines del siglo XVIII, cuando se descubrió la “borracha”, la materia prima para producir caucho, también llamada el “oro negro del Amazonas” por la riqueza que generó. Los aires parisinos llegaron como un huracán renovador y la ciudad cambió su cara casi de un día para el otro. Se abrieron avenidas y frondosas plazas que rápidamente estuvieron rodeadas de palacetes neoclásicos con columnazas y arcos de medio punto. Y por supuesto se levantó en un abrir y cerrar de ojos un teatro de ópera que todavía está en funcionamiento y fue inspirado en la Escala de Milán para uso exclusivo de los “barones del caucho”. Pero Belem no es una pequeña París selvática sino una ciudad ecléctica, resultado de los avatares de la historia. La influencia portuguesa perdura en los caserones coloniales con azulejos lusitanos y también hay algunos edificios de estilo barroco italiano y otros con las líneas ondulantes del art nouveau. El epicentro de la ciudad vieja es el recientemente restaurado barrio Feliz Lusitania, que fue origen de la ciudad junto a la Bahía de Guajará.
Mercado tropical
Junto a la ciudad vieja está el curioso mercado del Vero-o-Peso. Su origen se remonta a los tiempos coloniales, cuando el predio era un puesto de control junto al río donde se pesaban las mercancías. En los últimos años el mercado ha sido remodelado –sin perder su esencia ni su millar de pequeños puestos– para alcanzar un nivel óptimo de limpieza.
Entre los puestos de este mercado se concentra una parte fundamental de la cultura amazónica, estrechamente ligada al río. Por un lado están a la vista las creencias populares del pueblo parense, incluyendo una infinidad de hierbas medicinales y toda clase de remedios preparados con productos de la selva de acuerdo con las recetas indígenas.
Pero lo más importante para un viajero es poder probar o al menos observar, la complejidad de la gastronomía amazónica. De hecho en esos puestos al paso –que son muy higiénicos–, se puede comer pescado frito por poco más de un dólar. El pescado es el componente elemental de la cocina parense y en el mercado existe un enorme sector exclusivo para su venta. Sólo se vende pescado del día y sus variedades parecen casi infinitas (se conocen más de dos mil especies). Algunos de los pescados en exhibición están cubiertos por una especie de caparazón negra articulada –como la de los cangrejos– que les otorga un raro aspecto de bicho prehistórico a medio evolucionar. También está el pirarucú, un verdadero monstruo marino de tres metros de largo, emblemático del Amazonas que, visto colgado de un gancho, en el mercado parece una media res (su carne es considerada la más sabrosa de todas). Pero lo más curioso es que a veces los vendedores ofrecen pescados sin nombre que pertenecen a especies poco comunes que suelen picar y ni siquiera el vendedor las ha visto nunca en su vida.
A un costado, junto al río, está el sector de puestos de venta de mandioca. Se lo reconoce por su larga serie de hombres en short, ojotas y torso desnudo, sentados en un banquito con un tubérculo en una mano y su filoso cuchillo en la otra. Su trabajo es pelar la mandioca conmilimétricos golpecitos muy repetitivos que al menor descuido podrían rebanar un dedo como si fuese una zanahoria. Los trocitos de cáscara van cayendo a su alrededor formando una “alfombra” marrón que cubre todo el piso. La mandioca está presente en la mesa diaria de todas las personas en la región. Para tener una idea de su importancia cultural, basta con recorrer el sector del mercado dedicado únicamente a los subproductos de mandioca. Algunos son la farofa –una harina muy gruesa que acompaña la comida–, la tapioca y una clase de harina blanca. De la mandioca también se produce en el mercado –a la vista de todos–, una salsa llamada tucupí.
El sector más colorido es el de las frutas como el rambután, el mangostino, la guayaba y el caqui, entre muchísimas otras con un aspecto nunca visto para quien no es de la zona. Por su parte, en el mercado de artesanías están todas las tallas y la cestería que producen los indígenas en la selva. Por último está el mercado de la carne, ubicado en un anexo enrejado al estilo europeo que fue forjado en Glasgow en 1875.
Hacia la isla de Marajó
La excursión más importante que se realiza desde Belem es a la isla de Marajó, la mayor del delta amazónico, tan grande como la suma de Noruega y Dinamarca. La isla está rodeada por los ríos Amazonas, Tocantins y el océano Atlántico. Por lo general se la visita por dos días y se puede llegar en barco desde Belem –se tardan unas tres horas– o también en avioneta. La recomendación es dirigirse directo a algún establecimiento rural que ofrezca alojamiento para realizar todas las excursiones por la selva que se hacen desde allí. Esto permite un acercamiento a la complejidad de la selva, sobre todo si se tiene un buen guía. Uno de los establecimientos rurales más recomendables es Sao Jerónimo, una “fazenda” con buena infraestructura para alojar turistas. El paseo más interesante es el recorrido en lancha por los igarapés, vastas zonas de la selva que permanecen inundadas por la lluvia gran parte del año. La experiencia es bastante extraña porque no se navega por un canal o un río sino por la selva en todo su esplendor, zigzagueando entre plantas colgantes y toda clase de árboles que alcanzan hasta 40 metros de altura. La excursión incluye una caminata por la selva con un guía al frente que va revelando a los turistas las múltiples especies que habitan la Amazonia. Durante el paseo, puede llegar a cruzarse una hormiga tucandera –mide 3,5 centímetros y es la más grande del mundo– o una tarántula carangrejeira, cuya saliva tiene una sustancia que mejora los problemas coronarios. El problema es que una multinacional ha patentado la fórmula y ya ningún otro laboratorio –ni siquiera brasilero– puede aprovechar los beneficios de la tarántula.
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