ESCANDINAVIA: OSLO Y ESTOCOLMO
Dos capitales para el Nobel
El 10 de diciembre, como cada año, se entregarán simultáneamente en Oslo y Estocolmo los premios Nobel. Cubiertas por la nieve, las capitales de Noruega y Suecia se iluminan en la larga noche nórdica y se visten de rojo y verde para anticipar la Navidad.
Por Graciela Cutuli
Diciembre se aproxima, y es mes de fiesta en Escandinavia. A medida que el frío se hace más intenso, las ciudades, bosques y lagos se van tiñendo de blanco bajo la nieve, las casas se iluminan durante esas noches que duran casi un día, y los preparativos para la Navidad visten las calles de rojo y verde. En Suecia y Noruega, en particular, diciembre tiene una significación especial: es el mes de la entrega de los premios Nobel, que se otorga en sendas ceremonias organizadas en Estocolmo –para los premios de Química, Física, Medicina, Literatura y Economía– y Oslo, para el premio de la Paz.
El mes y el día no fueron elegidos al azar: el 10 de diciembre es la fecha del fallecimiento de Alfred Nobel, el químico sueco que además de inventar la dinamita decidió legar su fortuna para premiar a quienes lograran avances para la paz y las ciencias en beneficio de toda la humanidad. El premio de Economía, que no estaba en su testamento, fue creado luego por el Banco de Suecia en homenaje a Nobel.
Estocolmo en invierno
La capital sueca es una de las ciudades más lindas de Escandinavia. Cosmopolita y abarcable a la vez, con un centro caminable (¡a pesar del frío invernal!) y una fiebre de shopping que se despierta puntualmente cada Navidad, se la conoce como “la pequeña gran capital” nórdica. El invierno es ideal para intentar alguna que otra pirueta en la pista de hielo al aire libre del parque Kungsträdgården, para pasear por el Djurgården –uno de los paseos preferidos de los suecos, con sus museos y atracciones, sobre la isla de Skansen, a poca distancia en barco del centro de la ciudad– y para tentarse en los negocios navideños de la avenida Drottningatan y Gamla Stan, el casco antiguo. Allí, donde todo el año cuelgan orgullosas banderitas suecas celestes y amarillas (de un barco sueco amarrado en el puerto de Buenos Aires vienen nada menos que los colores de Boca...), ahora oscilan con gallardía, entre viento y copos de nieve, las guirnaldas con los colores de Papá Noel que durante todo el mes se adueñan de Estocolmo.
El clima es mágico, tiene algo de cuento de hadas y mucho de fantasía, con miles de velas y luces encendidas brillando entre la bruma del día oscuro. Las viejas casonas medievales de Gamla Stan rebosan de artesanías, recuerdos –los típicos alces que simbolizan a Suecia, coronas de candelas como las que usan las chicas durante la cercana fiesta de Santa Lucía, caballitos de madera pintada– y dulces tentadores, como las “pepperkakkor” (galletitas de jenjibre y clavo de olor) que se comen durante el período navideño. En Gamla Stan –literalmente, la “ciudad vieja”– se levanta un museo muy apropiado para visitar en vísperas de la grandiosa ceremonia del Nobel: justamente, el Museo Nobel, creado en 2001 a partir de la llamada Exposición del Centenario. La muestra, que nació como una exhibición itinerante para recordar los cien años del primer otorgamiento del premio, sigue su viaje por el mundo (hasta enero de 2005 estará en Nueva York, y luego en San Francisco), pero al mismo tiempo una colección permanente sobre Nobel y el desarrollo científico y cultural al que contribuyeron los premios se exhibe en Gamla Stan.
Aunque no se pueda estar presente en la ceremonia, que es sólo para unos 1200 invitados, con la monarquía sueca en pleno, el clima Nobel invade toda Estocolmo en diciembre. Y para sentirse más presente hay que visitar el lindo edificio de la Municipalidad, el Stockholms Stadshus, donde se realiza el banquete del Nobel (al que faltará este año Elfriede Jelinek, la austríaca galardonada con el premio de Literatura, que decidió no enfrentar su fobia a las multitudes y enviará solamente un video con su discurso de aceptación). De recuerdo, es posible sellar allí el pasaporte con el logo de Estocolmo, y llevarse alguna réplica de la vajilla de porcelana que usan los invitados al banquete. Soñar no cuesta nada... o sólo unas pocas coronas suecas.
De paseo por Oslo
La doble ceremonia de entrega del Nobel es un recuerdo de los tiempos en que Suecia y Noruega aún estaban unidas. Alfred Nobel especificó en su testamento que el premio de la Paz debía ser elegido por el Storting (Parlamento noruego), tal como se hace hasta hoy. El Nobel de la Paz se entrega entonces en una ceremonia organizada en el Rådhus (municipalidad) de Oslo. Años atrás, hasta los ‘90, la ceremonia se realizaba en el Instituto Nobel, y en la Universidad de Oslo. Como en Estocolmo, se trata de una ocasión muy especial que cuenta con la presencia de los reyes y concluye con un banquete en honor del ganador de ese año.
La capital noruega también está invadida por el clima navideño que se respira en esta época. Oslo, que hasta 1925 se llamó Christiania, es una ciudad marinera que hoy se reparte cómodamente entre el pasado y el presente, dominada por la silueta imponente del castillo-fortaleza de Akershus, levantado en el siglo XIV. Las calles peatonales del centro son pura vida y animación, aunque para el carácter latino el trato con los noruegos requiere sin duda un tiempo de adaptación a un estilo mucho más reservado. Uno de los edificios sobresalientes, una construcción austera de ladrillo rojo, con torres de base cuadrada en cada punta, es el Rådhus: lo más interesante es la sala central, decorada con pinturas al fresco y óleos, y los bajorrelieves exteriores que recuerdan los principales hitos de la historia noruega. En junio del año próximo, abrirá también en Oslo el Nobel Peace Center, consagrado a la historia de los Nobel de la Paz.
El Palacio Real, el Mercado de Flores de Stortorget, la Catedral y el Parlamento (Storting) son también pasos obligados para el turista, en toda época del año: pero sin duda los lugares más atractivos de Oslo se encuentran en el curioso Parque de Esculturas de Gustav Vigeland, los museos dedicados a las naves vikingas y a la Kon-Tiki en el barrio de Bygdoy, y el Museo Popular Nacional, reconstrucción de la historia del pueblo noruego a través de su estilo de vida y sus construcciones tradicionales, totalmente al aire libre. Sin olvidar el museo consagrado a Edvard Munch, de donde hace pocos meses fue robado –para la sorpresa general, en uno de los países considerados más seguros del mundo– una valiosa versión de El grito firmada por el pintor expresionista. En este escenario, entre luces navideñas y mesas puestas para la noche de San Silvestre, será este año la ceremonia del Nobel de la Paz: y es una buena coincidencia que los noruegos, que conservan celosamente la integridad de sus bosques, lagos y fiordos, se lo hayan dado este año a una ambientalista africana que busca preservar también en su continente la riqueza de los recursos naturales.