Domingo, 13 de febrero de 2005 | Hoy
ESCAPADAS > MUY CERCA DE SAN ANTONIO DE ARECO
En el pequeño poblado de Vagues, a sólo cuatro kilómetros de San Antonio de Areco, hay una posada con pileta rodeada de árboles que brinda alojamiento con desayuno. Aunque no ofrece las comidas, es una opción para tener en cuenta si se quiere pasar un fin de semana en medio del campo, matizando la tranquila estadía con cabalgatas y paseos por la zona de Areco.
El pueblo de Vagues le debe su nombre a la primera persona que se apostó en este paraje en 1730. Y por cierto el lugar no ha crecido mucho desde aquel entonces: sólo tiene un casco de quince casas –algunas muy antiguas– donde viven unas 90 personas. Además hay una vieja estación de tren abandonada y muchos campos sembrados y haras de caballos de polo en los alrededores.
En este marco de calma pueblerina –sin autos y casi sin gente– se inauguró hace un año la Posta de Vagues, una casa de campo con pileta donde, por sobre todas las cosas, se viene a descansar. Sus dueños son una familia que, cansados de la gran ciudad, vendieron su casa y su negocio para mudarse al campo, dando así un cambio radical a su vida. En un principio, la idea era simplemente disfrutar del lugar, pero con el tiempo abrieron un restaurante de campo y la gente empezó a decirles que se querían quedar. Entonces construyeron cuatro habitaciones dobles y, a pesar de que se llenan todos los fines de semana, no piensan agregar ni una sola más. La Posta de Vagues fue pensada por sus dueños para disfrutarla ellos mismos, así que nada que pueda romper el encanto de la total tranquilidad está dentro de los planes. Incluso consideran que las instalaciones no pueden garantizar la diversión de los menores de 15 años, así que no se puede venir con niños a este lugar. Por sobre todas las cosas, los dueños de casa resaltan que los huéspedes lo que más hacen es dormir. Se levantan tarde, se dan un baño en la pileta, luego se acercan hasta Areco para almorzar y al rato ya están durmiendo otra vez la siesta.
La Posta de Vagues está dentro de un predio de 3 mil metros cuadrados, pero para el caso es como estar en el medio del campo, ya que apenas una cerca casi invisible separa al visitante de un horizonte verde que se extiende como una planicie hasta donde alcanza la mirada.
Alrededor de la pileta hay pinos, nogales, ceibas y paraísos, a cuya sombra retozan en un estanque patos y patitos. Las habitaciones están alineadas en una galería de ladrillos a la vista con un techo decorado con cenefa de chapa recortada y sostenido por troncos rústicos que ofician de columna. Todas las puertas y ventanas de las habitaciones –que parecen recién estrenadas– son recicladas de viejas casas de campo de la zona. Por los grandes ventanales de los cuartos que dan hacia la parte posterior –y hacia el horizonte verde– se ven las vacas de un campo vecino que se acercan hasta un bebedero cercano. En la noche, el silencio es casi total, salvo por el palmeteo de las hojas de los árboles cuando se levanta brisa, el ruido metálico de las aspas de un molino lejano y los mugidos a deshora de algunas vacas.
A metros de la Posta de Vagues hay una antigua caballeriza de ladrillos que vale la pena visitar, aun cuando uno no esté dispuesto a realizar una cabalgata. Pero lo recomendable es hacerla y vivir la experiencia de recorrer 700 hectáreas a campo traviesa. Quienes guían las cabalgatas no son ningunos improvisados ni ofrecen tampoco un simple paseo por el campo. Son profesores de equitación que enseñan a montar como se debe, a ensillar y galopar, y sumergen al viajero en las complejidades de todo lo que tiene que ver con el “mundo del caballo”. Durante el trayecto se visita una estancia agrícolo-ganadera y se observa la producción de la soja, se atraviesan lomadas y un arroyo donde suele haber garzas blancas, perdices, patos sirirí y crestán, nutrias, tortugas y gallaretas. El precio de la cabalgata es de $ 20 por persona. Se organizan salidas de luna llena y el paseo hasta el arroyo también se puede hacer en bicicleta desde la posada.
En la Posta de Vagues no se sirven comidas, pero sí un desayuno que incluye sandía y manzanas, jugos naturales, tostadas con mermeladas y dulces caseros, un exquisito budín marmolado y, por supuesto,té y café. También se puede pedir en cualquier momento de la estadía una jarra de refrescante y pura agua de pozo.
El marco del desayuno es un viejo galpón reciclado que en las paredes tiene estantes con antigüedades como planchas, vajillas, juegos de tocador, una balanza de la década del ‘30 para pesar cereales, una caja registradora, radios y teléfonos. Además hay herramientas de campo que ya no se usan, como guadañas, hachas y trinchetas.
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