Dom 06.03.2005
turismo

SAN JUAN EN 4 X 4 POR LA CORDILLERA

Rodando por los Andes

› Por Julián Varsavsky


Eclipsados por el Valle de la Luna, en la provincia de San Juan existen otros paisajes desconocidos –encumbrados en las alturas de la Cordillera de los Andes–, que muchas veces quedan afuera del itinerario del viajero tradicional. Uno de ellos es el cruce a Chile por el paso internacional Agua Negra, una de las excursiones más coloridas y deslumbrantes que hay en toda la provincia. El camino, si bien es de tierra consolidada, carece de complicaciones, y lo ideal es recorrerlo con una camioneta 4x4 (en caso de que se utilice un auto común se debe ir con mucha precaución).
La excursión comienza temprano en la mañana en la capital sanjuanina, para empalmar con la Ruta Internacional 150. Esta ruta se convierte rápidamente en un camino de tierra que sube las montañas cordilleranas con un trazo zigzagueante al borde de profundos precipicios. A la media hora de viaje arribamos a una pampa de altura que es un arenal perfectamente liso (la camioneta no pasa sobre él). El camino sigue ascendiendo y comienzan a aparecer los picos de la Cordillera de Olivares, que alcanzan alturas de 6250 metros. Y más adelante el vértigo se apodera del viajero cuando un camino de cornisa bordea la quebrada de Sarmiento y su precipicio de 400metros de profundidad. En el trayecto pasamos frente a los hierros retorcidos de un antiguo puesto de vialidad destrozado por los vientos durante una tormenta.
Estamos a más de 4000 metros sobre el nivel del mar y las montañas carecen de toda vegetación, al punto que no crece ni el más mínimo yuyito. A simple vista no hay indicio alguno de que exista vida sobre la tierra. La aridez también deja al descubierto la compleja diversidad geológica de estas montañas, reflejada en un abanico multicolor de minerales amarillentos, verdosos, rojizos, violetas, blanquecinos, ocres, marrones y anaranjados, que a veces están cubiertos por solitarios manchones de nieve. Además aparecen en lo alto glaciares de altura como el Agua Negra.
Entre la inmensidad de estas coloridas montañas aparecen caminitos –algunos abandonados–, que se pierden en el infinito, conduciendo hasta las minas de cobre, oro, plata y zinc que existen en las profundidades de la cordillera. Un cielo azul perfecto, sin una nube y con un sol radiante, nos invita a detener la camioneta para tomar un poco de aire puro. A la vera del camino un hilo de agua de deshielo baja por la montaña, ofreciendo un agua mineral helada que refresca los paladares resecos por la altura.
Dos kilómetros antes del cruce a Chile nos encandila un gran brillo blanquecino que aparece de repente tras una curva. A simple vista parece un glaciar que llega hasta el borde de la ruta, pero en verdad es una enorme serie de penitentes, esa extraña formación de hielo que surge por una acción combinada del sol y el viento a partir de grandes acumulaciones de nieve en los terrenos áridos. Este fenómeno es muy particular en el mundo, y se da sólo en latitudes como las de San Juan, Mendoza y algunos pocos lugares de Asia.
La tentación por tocar el hielo de los penitentes seduce a todos y nadie duda en detener la marcha para bajarse a “jugar” en ese laberinto blanco que existe durante todo el año. Al verlos de cerca se descubre que eran más grandes de lo que parecían, conformando una compacta pared de 200 metros de largo, con hielos de cuatro metros de altura junto a la ruta. En la parte superior son puntiagudos y parecen una sucesión de torres con punta de aguja que se despliegan una junto a la otra escalando la ladera montañosa. En ciertos lugares los penitentes forman pequeñas cuevas de hielo con estalactitas puntiagudas que bajan del techo y se pueden arrancar conformando una mortífera lanza de hielo. De todas formas hay que ser cuidadosos con los hielos para evitar algún pequeño derrumbe.
El camino trepa hasta los 4770 metros, donde está el mojón que señala el límite con Chile. Prácticamente al borde de la ruta se levanta el escarpado Pico San Lorenzo, con sus descomunales 5600 metros de altura muy bien disimulados debido a su cercanía con otros gigantes cordilleranos. Hemos llegado ahora al punto más alto de este deslumbrante viaje, donde la vastedad de los valles hace perder toda noción de las proporciones del espacio. Al atravesar la cordillera, los ojos del viajero se acostumbran a observar enormes espacios vacíos, donde las miradas vagan en libertad por un ámbito infinito que parece ajeno a nuestro mundo cotidiano, que ha quedado muy abajo. Estamos en el corazón de la legendaria Cordillera de los Andes, rodeados de una soledad absoluta y libertaria, que es opuesta a la que nos oprime en la pequeñez de un cuarto. Al mirar alrededor, en el “reino del viento y la soledad”, el tiempo parece inmovilizado en el instante posterior al que se levantaron estas montañas, hace 50 millones de años.


La cuesta del viento

A 180 kilómetros de la ciudad de San Juan, en el extremo noroeste de la provincia, la Cuesta del Viento encierra otro de los paisajes extraños y desconocidos que posee San Juan, cuya visita se puede combinar con la excursión al paso Agua Negra. Cualquier viajero un poco desorientado podría llegar a la Cuesta del Viento y pensar que está frente al famoso Valle de la Luna inundado por un gran diluvio. En el espejo de agua sobresalen apenas la punta de los cerros más altos, que parecen ahora coloridos islotes perdidos en medio de un mar de aguas color turquesa. Pero se trata en verdad de un lago artificial en el Departamento de Iglesia, originado hace once años por la construcción del dique Cuesta del Viento que, por un azar de la intervención humana, conformó uno de los paisajes más sorprendentes de nuestro país.
Al llegar por la ruta aparece de repente la inmensidad radiante de un extraño valle que combina la aridez de un paisaje lunar con una transparencia de aguas caribeñas. Dentro del lago, rodeado por montañas de hasta 6250 metros, con un suave color violeta, sobresalen islotes solitarios cuyos rectos paredones tienen algo de fortaleza sumergida. Algunos presentan extrañas formas helicoidales, y otros tienen a un costado los evidentes restos de un gran derrumbe ocasionado por la fuerza del viento y del agua. A lo lejos daría la impresión de que una verdadera Atlántida en ruinas se esconde debajo de aquellas aguas de deshielo que bajan desde las cumbres montañosas. Y al fondo del paisaje, del otro lado del lago, unos rojizos vendavales de arena se elevan hasta el cielo con sus remolinos al acecho, amenazando con levantarnos por los aires si llegaran hasta nuestro lado.
La Cuesta del Viento hace honor a su nombre, porque allí uno literalmente se vuela. Hasta el mediodía no se mueve una hoja, pero después, si no hacemos fuerza con el cuerpo hacia adelante, bien podríamos ir a parar al suelo por la fuerza del viento. Por momentos el viento sacude fuertemente la camioneta detenida, mientras en el lago se producen olas y ráfagas de agua que se levantan varios metros sobre la superficie en forma de rocío. La razón de tanto viento es una especie de embudo que se forma justo donde ingresan las corrientes de aire en el valle. Al estrecharse el paso, el viento eleva su velocidad hasta los ochenta kilómetros por hora. El dique –como es lógico– es uno de los mejores lugares del mundo para la práctica de windsurf.

 

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