SAN JUAN EN 4 X 4 POR LA CORDILLERA
› Por Julián Varsavsky
Eclipsados por el Valle
de la Luna, en la provincia de San Juan existen otros paisajes desconocidos
encumbrados en las alturas de la Cordillera de los Andes, que muchas
veces quedan afuera del itinerario del viajero tradicional. Uno de ellos es
el cruce a Chile por el paso internacional Agua Negra, una de las excursiones
más coloridas y deslumbrantes que hay en toda la provincia. El camino,
si bien es de tierra consolidada, carece de complicaciones, y lo ideal es recorrerlo
con una camioneta 4x4 (en caso de que se utilice un auto común se debe
ir con mucha precaución).
La excursión comienza temprano en la mañana en la capital sanjuanina,
para empalmar con la Ruta Internacional 150. Esta ruta se convierte rápidamente
en un camino de tierra que sube las montañas cordilleranas con un trazo
zigzagueante al borde de profundos precipicios. A la media hora de viaje arribamos
a una pampa de altura que es un arenal perfectamente liso (la camioneta no pasa
sobre él). El camino sigue ascendiendo y comienzan a aparecer los picos
de la Cordillera de Olivares, que alcanzan alturas de 6250 metros. Y más
adelante el vértigo se apodera del viajero cuando un camino de cornisa
bordea la quebrada de Sarmiento y su precipicio de 400metros de profundidad.
En el trayecto pasamos frente a los hierros retorcidos de un antiguo puesto
de vialidad destrozado por los vientos durante una tormenta.
Estamos a más de 4000 metros sobre el nivel del mar y las montañas
carecen de toda vegetación, al punto que no crece ni el más mínimo
yuyito. A simple vista no hay indicio alguno de que exista vida sobre la tierra.
La aridez también deja al descubierto la compleja diversidad geológica
de estas montañas, reflejada en un abanico multicolor de minerales amarillentos,
verdosos, rojizos, violetas, blanquecinos, ocres, marrones y anaranjados, que
a veces están cubiertos por solitarios manchones de nieve. Además
aparecen en lo alto glaciares de altura como el Agua Negra.
Entre la inmensidad de estas coloridas montañas aparecen caminitos algunos
abandonados, que se pierden en el infinito, conduciendo hasta las minas
de cobre, oro, plata y zinc que existen en las profundidades de la cordillera.
Un cielo azul perfecto, sin una nube y con un sol radiante, nos invita a detener
la camioneta para tomar un poco de aire puro. A la vera del camino un hilo de
agua de deshielo baja por la montaña, ofreciendo un agua mineral helada
que refresca los paladares resecos por la altura.
Dos kilómetros antes del cruce a Chile nos encandila un gran brillo blanquecino
que aparece de repente tras una curva. A simple vista parece un glaciar que
llega hasta el borde de la ruta, pero en verdad es una enorme serie de penitentes,
esa extraña formación de hielo que surge por una acción
combinada del sol y el viento a partir de grandes acumulaciones de nieve en
los terrenos áridos. Este fenómeno es muy particular en el mundo,
y se da sólo en latitudes como las de San Juan, Mendoza y algunos pocos
lugares de Asia.
La tentación por tocar el hielo de los penitentes seduce a todos y nadie
duda en detener la marcha para bajarse a jugar en ese laberinto
blanco que existe durante todo el año. Al verlos de cerca se descubre
que eran más grandes de lo que parecían, conformando una compacta
pared de 200 metros de largo, con hielos de cuatro metros de altura junto a
la ruta. En la parte superior son puntiagudos y parecen una sucesión
de torres con punta de aguja que se despliegan una junto a la otra escalando
la ladera montañosa. En ciertos lugares los penitentes forman pequeñas
cuevas de hielo con estalactitas puntiagudas que bajan del techo y se pueden
arrancar conformando una mortífera lanza de hielo. De todas formas hay
que ser cuidadosos con los hielos para evitar algún pequeño derrumbe.
El camino trepa hasta los 4770 metros, donde está el mojón que
señala el límite con Chile. Prácticamente al borde de la
ruta se levanta el escarpado Pico San Lorenzo, con sus descomunales 5600 metros
de altura muy bien disimulados debido a su cercanía con otros gigantes
cordilleranos. Hemos llegado ahora al punto más alto de este deslumbrante
viaje, donde la vastedad de los valles hace perder toda noción de las
proporciones del espacio. Al atravesar la cordillera, los ojos del viajero se
acostumbran a observar enormes espacios vacíos, donde las miradas vagan
en libertad por un ámbito infinito que parece ajeno a nuestro mundo cotidiano,
que ha quedado muy abajo. Estamos en el corazón de la legendaria Cordillera
de los Andes, rodeados de una soledad absoluta y libertaria, que es opuesta
a la que nos oprime en la pequeñez de un cuarto. Al mirar alrededor,
en el reino del viento y la soledad, el tiempo parece inmovilizado
en el instante posterior al que se levantaron estas montañas, hace 50
millones de años.
A 180
kilómetros de la ciudad de San Juan, en el extremo noroeste de
la provincia, la Cuesta del Viento encierra otro de los paisajes extraños
y desconocidos que posee San Juan, cuya visita se puede combinar con
la excursión al paso Agua Negra. Cualquier viajero un poco desorientado
podría llegar a la Cuesta del Viento y pensar que está
frente al famoso Valle de la Luna inundado por un gran diluvio. En el
espejo de agua sobresalen apenas la punta de los cerros más altos,
que parecen ahora coloridos islotes perdidos en medio de un mar de aguas
color turquesa. Pero se trata en verdad de un lago artificial en el
Departamento de Iglesia, originado hace once años por la construcción
del dique Cuesta del Viento que, por un azar de la intervención
humana, conformó uno de los paisajes más sorprendentes
de nuestro país. |
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