Dom 06.03.2005
turismo

CHILE VIAJE A LA “REGIóN DE MAGALLANES”

El otro lado de la Patagonia

El sur de Chile alberga uno de los parques nacionales más asombrosos del continente: las Torres del Paine. Tomando como base a Punta Arenas y Puerto Montt, se puede visitar una región con hermosos glaciares, lagos, picos nevados y una rica fauna patagónica que convierten al extremo sur del país en un destino turístico de primer orden orientado hacia las actividades al aire libre.

› Por Graciela Cutuli

La Patagonia es tierra de contrastes. Del lado chileno, allí donde la costa se transforma en una puntilla de fiordos, la Región de Magallanes es una franja estrecha de tierras donde reinan los glaciares, los picos cordilleranos, las nieves eternas y el recuerdo de las épocas de esplendor de estas tierras australes. Esta región, la última y “Duodécima” del largo mapa chileno, está sorprendentemente aislada de su inmediata vecina del norte –la Undécima o Aisén–, de tan difícil acceso entre una y la otra que las leyendas situaron allí la mítica Ciudad de los Césares. Sólo por barco o por avión es posible llegar de una región a otra. Y por tierra el único paso posible es a través de la Argentina.
Una visita al extremo sur chileno, tortuoso pero fascinante, debería comenzar en la capital de Magallanes: Punta Arenas. No puede menos queasombrar que en este confín del mundo, a orillas del estrecho de Magallanes, se levante una ciudad de las dimensiones y la elegancia de Punta Arenas, una antigua colonia penal que se hizo rica gracias a la fiebre del oro.

Sandy Point Con ese nombre llamaban a Punta Arenas los antiguos mapas británicos, en los tiempos en que el lugar era apenas una guarnición militar y una colonia penal. Pero este asentamiento aislado, que logró imponerse a las penurias de la distancia y el clima, tuvo la suerte de convertirse en un punto clave de la ruta marítima que iba hacia California y Australia, cuando estalló la fiebre del oro. Fue la primera de sus buenas estrellas: las siguientes serían la industria de la lana y la carne de cordero, hasta que el siglo XX trajo las bonanzas del comercio, el petróleo y la pesca.
Todo el esplendor de la ciudad se exhibe en torno a la Plaza de Armas, sembrada de coníferas y rodeada de mansiones imponentes, que lucen a veces como si hubieran sido transplantadas directamente de París al fin del mundo. La Casa Braun-Menéndez es una de las más representativas: donada por aquella familia al Estado chileno, fue convertida en museo y se mantiene como en los tiempos en que vivían en ella los descendientes de José Menéndez, el empresario español propietario de algunas de las principales estancias del sur argentino.

Puerto Natales Aunque la geografía oficial chilena, con sus regiones numeradas, no parece muy propensa a los nombres románticos, Puerto Natales escapa a esa regla: está situada sobre el Seno Ultima Esperanza, donde alguna vez un explorador alemán fundó una estancia ovejera, luego devenida en ciudad portuaria. En la actualidad Puerto Natales es el punto de partida de las excursiones al imponente Parque Nacional de Torres del Paine. La ciudad está ubicada 250 kilómetros al norte de Punta Arenas y reúne sus principales atractivos a lo largo de la Costanera Pedro Montt, en cuyas aguas nadan –teñidos de dorado en cada atardecer– gráciles cisnes de cuello negro. Entre Punta Arenas y Puerto Natales vale la pena detenerse a visitar los pueblitos campesinos El Ovejero y Villa Tehuelches, donde funciona una cooperativa ganadera. Si se quiere pasar por tierra hacia la Argentina, se desemboca en la ciudad minera de Río Turbio, una buena opción para visitar el Parque Nacional Los Glaciares en la provincia de Santa Cruz.
Todos los días salen de Puerto Natales ómnibus que van hacia la Cueva del Milodón y las Torres del Paine. La cueva –en verdad es un conjunto de tres cuevas– está a sólo 24 kilómetros: allí, a fines del siglo XIX, el capitán Eberhard descubrió los restos del milodón (Mylodon darwini), un animal legendario cuya altura duplicaba a la de los hombres. Una réplica de tamaño natural muestra al milodón en el interior de la cueva, que tiene unos 30 metros de altura y 200 de profundidad. El lugar no podía menos que fascinar a Bruce Chatwin, que con su novela In Patagonia popularizó en Estados Unidos y Europa estas remotas regiones del extremo sur del continente.

Torres del Paine Este parque nacional chileno es uno de los más hermosos de América latina y sin duda también uno de los lugares ideales para avistar la fauna patagónica. Agrupa unas 180.000 hectáreas en torno a las Torres del Paine, un macizo montañoso que alcanza más de 2000 metros de altura y que, independiente de la cercana cordillera, se levanta aislado entre los Andes y el Pacífico. Desde el lago Pehoé, en el lado sur del macizo, una de las vistas más tradicionales permite distinguir el conjunto que conforman sucesivamente los picos Almirante Nieto, los Cuernos del Paine y el Paine Chico. Las Torres del Paine propiamente dichas, encambio, se divisan desde el lado norte después de una larga caminata (también hay caminos accesibles para los vehículos y bicicletas todoterreno, pero hay que recordar que el parque está muy protegido y no se permite alejarse por senderos no señalizados). El tiempo en esta zona es el propio de la Patagonia: inestable, a veces con las cuatro estaciones en un solo día.
Uno de los grandes atractivos es la facilidad para divisar fauna: ya sea en el camino al glaciar Grey, con sus grandes bloques de hielo flotante, rumbo a la imponente Cascada del Paine, en las lagunas Azul y Amarga, o en el lago Nordenskjöld, es posible ver guanacos, maras, cóndores, cauquenes, flamencos, ñandúes y zorros. El parque merece ser caminado, recorrido, fotografiado: ofrece incontables rincones de absoluta soledad, una naturaleza todavía virgen y grandes desafíos para los montañistas.
Escalar las Torres del Paine, sin embargo, no es para cualquiera: sólo lo logran los más audaces, los expertos en escalada en hielo y roca. La cumbre central del Paine Grande, que alcanza más de 3000 metros, fue conquistada recién en 1957. Para unos y otros, para expertos escaladores y simples caminantes, al atardecer –cuando el sol se va ocultando tras las montañas– las Torres del Paine cobran toda su dimensión. Toda la magia de la Patagonia.

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