Domingo, 24 de abril de 2005 | Hoy
NUEVA YORK > UN BARRIO MUY ESPECIAL
Aunque pasen los años y otros barrios intenten desplazar al “Village”, la zona históricamente bohemia de la ciudad en la que reina el jazz sigue irradiando su brillo creativo desde la Washington Square, donde en mayo se instalará una vez más la exposición de arte libre que inunda de color las primaveras neoyorquinas.
En la primavera del norte, el color se irradia en el Greenwich Village desde la Washington Square Outdoor Art Exhibit, la exposición de arte libre que se inaugura en mayo y en la que los más destacados artistas despliegan sus mejores obras en todos los rincones del parque. Aunque, en realidad, la muestra no hace más que acentuar las brillantes facetas de este elegante barrio de La Gran Manzana que ya en el siglo XIX se había convertido en la zona bohemia de la ciudad. Fue en esa época cuando artistas y escritores comenzaron a instalar en el Village sus estudios y talleres. Mark Twain, Henry James, Jack London, Stephen Crane, O’Henry, Sherwood Anderson y Edgar Allan Poe –quien escribió en una oscura pensión de esta zona La caída de la Casa Usher– son algunos de los escritores que habían fijado su residencia en los alrededores. También el pintor Edward Hopper y Gertrude Vanderbilt Whitney, quien inició aquí, en una pequeña galería, su proyecto de lo que es hoy el Whitney Museum of American Art. Y, de algún modo, el carácter bohemio quedó sellado para siempre cuando una noche de mediados de 1917 los artistas John Sloan y Marcel Duchamp, en compañía de algunos amigos y unas cuantas botellas de vino, forzaron una pequeña puerta de acero e irrumpieron en el interior del arco de la plaza. Una vez en la cima, encendieron faroles japoneses, leyeron poemas a los cuatro vientos y, con unos pocos disparos al aire, declararon el inicio de “la revolución que transformará al Greenwich Village en una república independiente”.
Color, brillo y murales Como toda Nueva York, el Village no escapa a los contrastes. Sólo que, a diferencia de otras zonas de la ciudad –donde la belleza y el color suelen mezclarse con lo sórdido con apenas una cuadra de diferencia–, aquí todas las diferencias comparten el colorido y el brillo. Por la mañana, el sol baña los señoriales frentes de Grove Street, la calle de las casas más elegantes del barrio, con sus distinguidas escaleras en las entradas y enredaderas y flores decorando las paredes y bordeando las ventanas. Pero, a pocas cuadras, el visitante se asombrará con paredones enteros pintados maravillosamente por estudiantes de las escuelas de arte con los más variados motivos que combinan estilos clásicos y de vanguardia.
Es muy fácil llegar a Greenwich Village. Hay que caminar por la Quinta Avenida en dirección sur hasta chocarse con el inmenso arco de Washington Square. Una vez allí, lo único que hay que hacer es dejarse llevar por el azar y deambular por las calles –sobre todo las hermosas MacDougall, Bleecker y Christopher– en las que abundan restaurantes de casi todos los países del mundo, disquerías instaladas en distinguidas casas de frente de ladrillos y sofisticadas boutiques en cuyas vidrieras sobresalen los colores fulgurantes de la ropa, las pelucas, los extraños maniquíes y hasta los zapatos, para hombres y mujeres, que además “asustan” con sus extravagantes formas.
Jazz en el Village Por la noche, los neones de extrañas geometrías sorprenden en las entradas de algunos bares y cafés, así como también en las vidrieras de locales nocturnos. Si bien hay clubes dedicados a todos los géneros musicales, hoy es el jazz –así como el folk lo fue hace más de cuarenta años– la música que prima en el barrio. En el 178 de la Séptima Avenida, casi en la esquina de la Calle 11, está desde 1935 el mítico Village Vanguard, por cuyo escenario no sólo han pasado los más grandes jazzeros (Sonny Rollins, Bill Evans, John Coltrane, Thelonious Monk, el mismo Miles Davis y hasta nuestro Gato Barbieri), sino también figuras como Jack Kerouac –quien recitaba sus poemas acompañado por un saxofonista amigo–, el inigualable comediante Lenny Bruce y cantantes de la talla de Judy Garland y Harry Belafonte.
Es bueno perderse por el Village y de repente chocarse con la inmensa bandera azul y blanca del Village Voice, el famoso periódico inmenso y semanal que puede retirarse gratuitamente en casi todos los bares y varias esquinas de Nueva York; o pasar, sin darse cuenta, por la puerta del legendario club CBGB, que después de un origen folk, a mediados de los ‘70, se convirtió en la meca del punk y la new wave neoyorquina, donde dieron sus primeros pasos Patti Smith, los Talking Heads, Blondie y los inolvidables Ramones. O verse, casualmente, debajo de un inmenso piano de cola que, a modo de toldo, adorna la entrada de otro mítico club de jazz, el Blue Note. A metros de allí, en la misma vereda, dos inmensos murales de fulgurantes colores homenajean a todos los grandes del blues, el jazz, el soul y el rock.
Desde el pantano Aunque cueste creerlo, el área que hoy ocupa Washington Square era un enorme pantano donde las tribus originarias de este territorio iban a cazar patos y pescar en un arroyo que lo cruzaba de punta a punta. En 1626, los holandeses que se habían establecido al norte de la actual Manhattan –fundando la colonia Nueva Amsterdam– se apoderaron de estas tierras que bautizaron Bossen Bouwerie, y decidieron dedicar sus hectáreas a la plantación de tabaco. Sin embargo, fueron los ingleses quienes en 1664 le dieron al barrio el nombre definitivo cuando un capitán británico construyó allí una casa de campo a la que llamó Greenwich House.
Washington Square fue bautizada oficialmente en 1828 como Washington Military Parade Ground y alrededor de ella establecieron sus residencias las familias más aristocráticas de la sociedad de entonces, entre ellos los Delanos y los Vanderbilts. Cuando poco después esa “elite” decide emigrar al norte de la ciudad, comienzan a llegar al barrio escritores, pintores, escultores, poetas, músicos y fotógrafos, quienes le cambian el color y la atmósfera. Paralelamente empiezan a aflorar los locales donde se reunían en infinitas tertulias a charlar y beber, como el café Romany Marie’s y las tabernas Chumley’s y Cedar.
En 1834 se funda, en el extremo norte de la plaza, la Universidad de Nueva York y, en 1876, se inaugura en la esquina de la 6ta Avenida y la Calle 10 uno de los edificios más bellos del barrio: la Jefferson Market Library. De estilo gótico victoriano fue, originalmente, el Palacio de Justicia y gracias a la firme voluntad de los vecinos años después se evitó su demolición. Hoy funciona como biblioteca pública.
Por siempre bohemio El joven pelirrojo, de lentes al estilo Buddy Holly y amplia camisa leñadora, rasga su guitarra acústica y entona unos melódicos versos a los que acompaña también con una armónica. La imagen es más que familiar en Washington Square y remite, de inmediato, a la helada mañana de febrero de 1961 en la que un todavía desconocido Bob Dylan llegó a Nueva York y fue directamente a caminar por el Greenwich Village, el ya legendario barrio que a comienzos de la década del ‘60 se había convertido en la meca de los cantantes folk de los Estados Unidos. Bob Dylan también colaboró para que el “Village” –como lo llaman los neoyorquinos– sea un sitio tan especial de la ciudad. El creador de “Blowin’ in the wind” y “Like a rolling stone” tocó alguna que otra vez en los bancos de Washington Square hasta que comenzó a hacerlo en clubes como The Gaslight, The Commons y el Cafe Rienzi.
El repertorio del joven pelirrojo incluye las más hermosas melodías de Neil Young, Joni Mitchell, Johnny Cash, Woody Guthrie y Willie Nelson. Yasí, en la liviandad de un soleado mediodía, continúa la tradición bohemia de aquellos espíritus libres que –pesar de los tiempos que tanto cambiaron– aún están soplando en el viento de Greenwich Village. Igual que las canciones de Bob Dylan.
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