Domingo, 5 de junio de 2005 | Hoy
NOROESTE > EXCURSIONES EN 4X4
Dos recorridos en camionetas 4x4 por paisajes “fuera de ruta” del Noroeste argentino. Excursión a una mina de oro abandonada en la cordillera riojana y una travesía por la soledad inmensa de la Puna salteña, siguiendo la ruta del Tren de las Nubes hasta las Salinas Grandes.
Por Julián Varsavsky
Recorrer un país en una camioneta doble tracción es entre las formas modernas de viajar la que permite recuperar mejor el espíritu originario del viajero que exploraba los vericuetos menos transitados del algún confín, sin un mapa de ruta ni un calendario fijo. Con una camioneta se puede avanzar por paisajes desolados, donde a veces no hay caminos y la fauna vive en libertad, casi sin contacto con la especie humana. Sin embargo, no es necesario ser dueño de una 4x4 para disfrutar de los paseos por algunos de los sectores más alejados y hermosos de la Argentina, ya que existen muchas empresas en todo el país que ofrecen servicios por uno o varios días a precios bastante accesibles.
Entre las múltiples opciones, un informe sobre un recorrido por la Puna salteña siguiendo la ruta del Tren de las Nubes y una excursión a la mina riojana El Oro.
Además del Tren de la Nubes, existe una forma alternativa de recorrer la Puna salteña con comodidad y sumo detalle: un camión turístico remodelado especialmente para ofrecer confort y una visibilidad óptima de los paisajes.
La excursión parte a las 6 de la mañana desde las calles desiertas de la capital salteña. Rápidamente se recorre el Valle de Lerma con sus grandiosas montañas, para desembocar en la Quebrada del Toro. La primera parada es en la antigua estación de trenes de Chorrilos, donde se sirve un desayuno.
De a poco se va subiendo hacia la Puna, esa dura superficie plana que no se quebró al surgir los andes, pero se elevó junto con ellos hasta los 3500 metros, conformando una árida llanura con escasas ondulaciones. A la vera del camino aparecen esos pueblitos extraviados en medio de la nada, que sumidos en el absoluto silencio son lo más representativo que existe de la desolación de la Puna. También se ven algunos pequeños cementerios cercados por un murito de adobe, tras el cual sobresalen coloridas cruces con flores que le dan al paisaje una dolorosa belleza. En el trayecto aparecen tropillas de llamas. Es la oportunidad de abrir el techo corredizo del vehículo para que los viajeros, parados en los asientos, saquen medio cuerpo fuera del camión en movimiento y disfruten sin mediaciones de excelentes panoramas para sacar fotos hasta el arribo a San Antonio de los Cobres.
El pueblo está a 3775 metros sobre el nivel del mar, en medio de un valle rodeado de cumbres que sobrepasan los 6500 metros. Por sus calles de tierra y arena prácticamente no transitan autos. El silencio es absoluto, y, como evitando profanarlo, sus habitantes hablan en susurros. Se supone que fue creado en el siglo XVII por indígenas atacamas que huían de los españoles.
La travesía continúa hasta el viaducto La Polvorilla, el famoso puente que cruza el Tren de las Nubes, fotografiado hasta el infinito por quienes realizan la célebre excursión. Allí se puede observar desde abajo esa mole de acero de 70 metros de altura, una verdadera proeza arquitectónica para la época en que fue inaugurada (1930).
Siguiendo la Ruta 40, se recorre el corazón de la Puna y, a medida que se asciende, la aridez se vuelve más extrema. Tras la huella de la camioneta quedan los últimos pueblitos con cinco casas y una iglesia, donde pareciera que se termina el mundo. Los últimos restos de vegetación arbustiva también desaparecen y de pronto, tras la Cuesta de Lipán, la Puna sur se despliega sobre una planicie desértica y totalmente blanca que se pierde en el infinito.
En las Salinas Grandes no hay un solo arbusto, ni una rama seca; solamente se vislumbra un suelo liso con resquebrajamientos en forma de pentágono que se reproducen con la exactitud matemática de una telaraña. La única excepción son los misteriosos conos de sal que dejan los trabajadores de la salina. Hacia el Este y el Oeste, la salina sí tiene fin, al pie deunas serranías que detienen la visión. Hacia el Norte la mirada es infinita y se diluye en un horizonte blanco. Y difícilmente otro paisaje pueda transmitir mejor la idea de la nada absoluta. Desde allí, el regreso al asfalto y las luces de la ciudad de Salta.
En esta excursión, el vehículo parte desde la ciudad de Chilecito al amanecer con rumbo al cordón de Famatina y sus cumbres nevadas. El camino sube la cuesta de Guanchín y al costado se extiende un inmenso valle cubierto de coirones, los típicos arbustos dorados de las zonas de altura. Después de una hora de viaje se llega al lecho del río El Oro, llamado así por el color ocre brillante de sus aguas, que arrastran un mineral llamado pirita –el oro del tonto–. Cada tanto hay que atravesar el río de lado a lado con el agua tapando la mitad de las ruedas de la camioneta. Y en cierto momento la estrecha cuesta termina y hay que avanzar directamente sobre las piedras del lecho del río. Más adelante renace el camino y otra cuesta ascendente lleva hasta el puesto Las Placetas, donde el guía de la excursión ha instalado una rústica cabaña para los almuerzos turísticos. Desde el puesto, sólo resta continuar unos tres kilómetros hasta el final de una quebrada que desemboca en una especie de vallecito muy profundo y cerrado. Allí, casi en el centro de la provincia de La Rioja y a 3 mil metros de altura sobre una montaña está la mina El Oro.
A lo largo de los siglos, la mina fue explotada por los indios diaguitas, luego los incas, los jesuitas, más tarde por los gobiernos provinciales, y también por una empresa norteamericana, hasta que la estatizó el gobierno de Perón. Fruto de la avidez humana, han quedado 2800 metros de túneles que perforan la montaña, junto con toda la maquinaria para procesar el oro y los restos de las estructuras de acero y cemento que albergaron un pequeño pueblo de 600 habitantes.
El fantasmal circuito continúa a través de la vía de trocha angosta abandonada por donde se trasladaban las vagonetas con el mineral. Después de cruzar un puente colgante sobre un precipicio de 300 metros se llega a los socavones. A decir verdad impresiona un poco pararse frente a la entrada de uno de esos oscuros túneles para ingresar al corazón de una altísima montaña.
Como si la mina hubiese sido abandonada de un día para el otro, en el interior se ven montones de clavos tirados en el piso, bulones acumulados arriba de una mesa en un túnel, viejas vagonetas oxidadas e incluso el hornillo de fundición de lingotes con su puertita cerrada. Afuera, y junto a un precipicio, hay una plataforma de cemento sin paredes con una solitaria chimenea de piedra. Es lo que queda del hotel donde se hospedaban los empresarios norteamericanos. Su estructura de dos plantas era de madera pinotea, al estilo del Lejano Oeste norteamericano, pero como se creía que en sus paredes se escondían fabulosos tesoros, fue reducido a cenizas.
Aunque gracias al extremo aislamiento todo se mantuvo en pie hasta 1984, el estado actual es bastante ruinoso porque a partir de ese año se corrió la voz de que podía haber lingotes escondidos y llegó gente a destrozar todo, una vez más, queriendo cumplir el esquivo sueño de El Dorado.
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