Dom 05.05.2002
turismo

ITALIA EN LA RIVIERA DI LEVANTE

Cinque Terre, cinco bellezas

Una costa abrupta cortada a pico, promontorios rocosos coronados con fortificaciones medievales que se internan en el mar intensamente azul. Y la montaña que crece desde el agua hacia los Apeninos, las cimas verdes de pinares y las laderas escalonadas por las viñas, talladas por el trabajo humano desde tiempo inmemorial. Allí, al sur de Génova, cinco pequeños pueblos de la Liguria italiana cuelgan toda su belleza sobre el Mediterráneo.

Texto y fotos: Florencia Podesta

Las Cinque Terre son toda la Italia”, me dijo Roberto, un habitante. Se podría pensar que la afirmación viene de un amor por el suelo natal, lógico en este caso, pero no, Roberto es original de Como, una ciudad linda como pocas junto a un lago en los Alpes italianos. Sucede que en verdad la imagen del paraíso mediterráneo se condensa en las Cinque Terre.
Toda esta costa es una reserva natural pródiga en flora y fauna silvestre. En primavera, la explosión espectacular de flores silvestres justifica una visita: iris, ciclámenes, campanillas, amapolas, lilas, margaritas, orquídeas y más. Sin embargo, mucho de la belleza del paisaje proviene de la interacción humana con el medio: las terrazas ondulantes que, a través de los siglos, los agricultores modelaron como una grafía singular sobre las montañas. Se sabe que aquí hubo asentamientos romanos y que durante la Edad Media la zona recibió la influencia de los árabes que llegaban por el mar. El mar también trajo a los portugueses. Ellos dejaron su impronta en la “música” del italiano hablado en Génova, que para el desprevenido suena como el brasileño. También se conjetura sobre otros pueblos aun más antiguos, como los etruscos, o incluso otros desconocidos.
Las cinco tierras datan del siglo XII y son, de norte a sur: Monterroso, Vernazza, Corniglia, Manarola, Riomaggiore. Una pequeña iglesia medieval levanta su torre de visos moros por encima de los techos en cada una de ellas. Monterroso es famosa por sus limones y sus playas de arena fina. Es también la que tiene mayor infraestructura para recibir turistas, por ser la más accesible. Vernazza es la más bonita, con su plaza sobre el agua esmeralda rodeada de los frentes multicolores de las casas, y un pequeño castillo que se levanta sobre una roca en el mar. En Manarola, las campanas de la iglesia tañen al atardecer una melodía melancólica y mediterránea. Desde lo alto de Corniglia la empinada, se avista todo el golfo de las Cinque Terre. Se dice que fueron construidas en terrenos tan arriesgados sobre el abismo porque de esta manera resultaban menos vulnerables ante los ataques de los piratas.

Autos, abstenerse Las Cinque Terre están unidas por una vía férrea regional que hace el recorrido de Génova a La Spezia, parando además en otros sitios de la Riviera di Levante igualmente dignos de una visita: por ejemplo Portovénere, el puerto de Venus con su castillo medieval y un archipiélago de islas con playas solitarias; también Lérici, Portofino, Rapallo, Camogli y otras pequeñas ciudades balneario, bellísimas y elegidas por el turismo internacional, las que, sin embargo, logran conservar milagrosamente un aire de villa napolitana de pescadores.
Gracias al tren, entre otras cosas, las Cinque Terre tienen una particularidad maravillosa, que para el habitante de una ciudad tan estridente como Buenos Aires puede significar una revelación: existe la vida más allá del automóvil. Y sin duda, es una vida mejor. Hay calles, pero no circulan vehículos. A los autos sólo les está permitido llegar a un punto determinado de la ruta. Más allá, hay que ir cuesta abajo caminando hasta los pueblos (para los perezosos: se trata de distancias “europeas”, es decir, mínimas y atendibles). Aquí sólo se escucha el canto de los pájaros y las campanas de la iglesia y sólo se huele el perfume de los jazmines y de los “fornos” panaderos. La gente se moviliza en tren (muy frecuente) y caminando.

El poeta en su paisaje Hay un sendero, el “Sendero de las Cinque Terre”, que une los cinco pueblos entre sí a lo largo de la costa, y esta caminata es una de las más impactantes que puedan imaginarse. Un recorrido por una línea costera escarpada, llena de bosques y flores, que atraviesa las huertas, viñedos en terrazas y olivares, abismándose en precipicios donde golpean las olas, en playas de agua cristalina, con vistas memorables de los pueblitos sobre el mar como una pintura atmosférica de Turner. Todos los ingredientes del Romanticismo se ofrecen sin dobleces. Se comprende por qué esta tierra cautivó a los poetas románticos ingleses Byron y Shelley, quienes habitaron un tiempo en la región. Eran poetas enamorados de una antigua Grecia utópica, y de todo lo que exudara un espíritu de belleza helénica. Ahora la casa que fue de Byron pertenece al profesor encargado de la cátedra de griego y latín de la Universidad de La Spezia. Todo queda en familia. También el poeta italiano Montale habitó esta riviera, dando así nombre, por acumulación, a lo que hoy se llama Golfo dei Poeti.

De los Apeninos a la pizza El lugar es el paraíso de los caminadores ya que además del sendero costero parten desde cada pueblo numerosos senderos de montaña que se internan en los Apeninos (“il tramonto”) y que permiten llegar a santuarios o poblaciones más lejanas (costeras o monteses), en el curso de unas horas o de varios días. Cosa que hoy se llama “trekking”. Durante el día un incesante tránsito de caminantes de todas las edades suben y bajan por el sendero, sudando con el sol del mediodía, parando en la playa para un baño o un picnic. Pero al atardecer, la gran mayoría regresa a sus autos estacionados arriba en la ruta, o se toma el tren, hacia otra ciudad más “horizontal”, con lo cual las Cinque Terre vuelven a su dulce aire de pueblito en donde no pasa nada más que el sonido del mar y la brisa perfumada. Los pequeños restaurantes abren sus puertas a los pocos afortunados que pasan sus noches allí, y ofrecen buena comida sin excepción: frutos de mar, pasta y variedades de focaccia, la pizza típica de Liguria. En los senderos oscuros, sin embargo, persiste alguna actividad: los enamorados salen de caminata nocturna a ver la luna sobre el mar.

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