Domingo, 4 de septiembre de 2005 | Hoy
CHUBUT, EMPIEZA LA TEMPORADA EN PUNTA TOMBO
Este mes se abre la temporada en Punta Tombo, la colonia reproductiva de pingüinos de Magallanes más grande del mundo. A poca distancia de la Península Valdés y las colonias galesas, Punta Tombo es otro sorprendente paraíso natural de la costa patagónica.
Por Graciela Cutuli
Si no fuera porque el cielo y el mar, intensamente azules, le ponen dos bandas de color, el paisaje de Punta Tombo podría ser todo en blanco y negro. Pero en movimiento, como una película de Chaplin, con personajes igualmente graciosos que se acercan y se alejan contoneándose como si estuvieran en un gigantesco set de filmación. Al aire libre, bañado por el Atlántico sur y soplado por los vientos de la Patagonia, este lugar es uno de los más extraordinarios que se pueden encontrar en el sur argentino, de por sí nada escaso en paraísos naturales. La temporada, que va de septiembre a abril, acaba de comenzar: aquí el espectáculo empieza poco antes de la primavera, cuando llegan los pingüinos de Magallanes, con sus cuerpos blancos y negros, torpes en tierra pero ágiles en el mar. Este mes marca el principio del período de reproducción de la especie, típica de nuestras costas, que llega a reunir alrededor de medio millón de ejemplares en plena temporada.
En la agenda de un viaje a Puerto Madryn, sea por las ballenas que estarán hasta diciembre o incluso en pleno verano, cuando el otro gran atractivo son los apostaderos de lobos y elefantes marinos de Península Valdés, siempre hay que tener reservado un día para Punta Tombo: esta área natural protegida, situada 180 kilómetros al sur de Madryn y 107 kilómetros al sur de Trelew, depara algunos de los más bellos e inesperados encuentros con la fauna que se pueden gozar en el sur argentino. Y si hasta ahora el espectáculo estaba sólo a cargo de la naturaleza, para el año que viene se esperan novedades: a principios de 2006 comenzará la construcción de un centro de interpretación que se prevé inaugurar en el 2007. Una iniciativa más que necesaria a medida que crece la afluencia turística en toda la zona, y que complementa de manera ideal el “triángulo” formado por el Ecocentro de Puerto Madryn y el Museo Egidio Feruglio de Trelew, consagrado a los dinosaurios.
Entre la tierra y el mar No por vieja la comparación es menos efectiva: los pingüinos de Magallanes, que se distinguen de otras variedades (como el majestuoso pingüino emperador de la Antártida) por su característico doble collar blanco y negro en el cuello y a ambos lados del pecho, parecen elegantes caballeros que avanzan un poco a los tumbos por el terreno pedregoso de Punta Tombo. Claro que las personificaciones no deben ir más allá: los guardaparques, con buen tino, se encargan de aclarar que no hay que tocarlos por ningún motivo, so pena de recibir algún picotón o, lo que es peor, de que abandonen a sus crías si han entrado en involuntario contacto con seres humanos.
Punta Tombo, el hábitat de la especie durante su período reproductivo, es una franja estrecha y pedregosa que se interna unos 3,5 kilómetros en el mar, con un suave declive. Al viajero y al observador de fauna le permite la oportunidad única de ver a los pingüinos en su doble ambiente: en tierra, mientras ponen los huevos, incuban y alimentan a las crías, y en el mar, donde nadan en busca de alimento. No importa para dónde se mire: miles de pingüinos parecen literalmente brotar de las piedras, y hay cientos de ellos por todas partes. A poca distancia de la reserva, a la que se llega por un sinuoso camino de ripio, empiezan a aparecer los primeros nidos, cuevas excavadas bajo los arbustos que se van haciendo más frecuentes a medida que se acerca la costa (porque allí el terreno resulta más fácil de excavar). Los nidos más alejados están a casi un kilómetro de la línea costera; son cientos de metros que los pingüinos recorren a diario para internarse en el mar. El período de incubación, durante el cual machos y hembras se turnan en la tarea –uno empolla los huevos, puestos generalmente de a dos en el nido, mientras el otro parte en busca de comida– dura unos 40 días, y le siguen la rotura del cascarón y el rápido crecimiento de las crías. Los pingüinos son animales fieles: así como vuelven cada año al mismo nido, conservan también la misma pareja temporada tras temporada, durante toda la vida. Ambos cuidan a sus crías, amenazadas sobre todo por las grandes aves marinas y los zorros, que suelen destruir alrededor de una cuarta parte de los huevos. Sin embargo, la principal amenaza para la especie es la actividad humana: es triste ver algunos pingüinos empetrolados, con sus plumas impermeables arruinadas para siempre, como consecuencia de un derrame petrolero en el mar.
Temporada pingüinera Para un observador relativamente atento, no es difícil deducir el período de reproducción y crianza en que se encuentran las aves. Entre agosto y septiembre, cuando van llegando los primeros ejemplares, se encuentran sólo adultos que se disputan el territorio y arman sus nidos. Octubre es la época de incubación de los huevos, que dura entre 30 y 45 días. Al mes siguiente, los primeros pichones ya salieron del cascarón, y empiezan a alimentarse –no es nada raro verlos exigiendo ruidosamente su alimento– para crecer e independizarse. Sin embargo, es un tiempo peligroso para ellos: en las playas, las gaviotas están al acecho. Cuando llega enero, los pichones ya están más confiados, y se atreven a salir del nido. Al mismo tiempo empiezan a cambiar las plumas y a arriesgarse en sus primeras incursiones en el mar. Durante todo febrero, los ejemplares jóvenes mudan el plumaje; más adelante, entre marzo y abril, será el turno de los adultos. Nidos y playas se cubren del plumón gris abandonado, mientras los ex cachorros empiezan a pasearse con prestancia por la playa... a veces todavía reclamando comida a sus padres, que se niegan con firmeza dado el respetable tamaño alcanzado por la prole. Cuando llega abril, los pingüinos regresan al mar, donde pasarán el invierno, hasta que la llegada de la siguiente primavera los sorprenda de nuevo con sus preparativos para volver a Punta Tombo. Un ciclo natural, del que el hombre puede ser privilegiado testigo en las costas de Chubut.
Para conocerlo mejor en todos sus detalles, el año próximo comenzará en Punta Tombo la construcción de un Centro de Interpretación dedicado a los pingüinos de Magallanes, sobre una superficie de 850 metros cuadrados. El complejo, que tiene prácticamente el doble de superficie en total, incluirá un área de viviendas y servicios, y una gran confitería para uso de los turistas. Basado en el concepto de arquitectura sustentable, el edificio –que se encontrará dentro del área natural protegida– buscará respetar las texturas y colores del entorno. Para ello tendrá en cuenta los espacios de sombra, la utilización del adobe como integración del recurso natural, y la incorporación de la línea del horizonte, considerada por los proyectistas como una fuerte barrera arquitectónica. Un nuevo paso en el conocimiento de nuestra fauna, sobre todo tendiente a la protección de estos animales que en los últimos años se han convertido en uno de los grandes recursos turísticos de la región.
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