Domingo, 12 de febrero de 2006 | Hoy
Un lugar que muchos visitantes de Santa Rosa consideran sin dudas encantado es la estancia La Florida, ubicada a 44 kilómetros del pueblo, en medio de las sierras. Por alguna extraña razón los recovecos del camino de tierra hasta el lugar producen una sensación de aislamiento muy grande, como si uno estuviera en un remaso del vertiginoso mundo actual. Cergio Vélez –sí, con “C”, por un error del Registro Civil– sale a recibir a los huéspedes junto con su esposa, los dos únicos habitantes y trabajadores del lugar. Aunque es el dueño de casa –una estancia de comienzos del siglo XIX que adquirió su abuelo hace nueve décadas–, Don Cergio viste como si fuese un peón (de hecho es dueño y peón) y asegura ser el único serrano que queda en la zona. Hace un tiempo, cuando la actividad agrícola ganadera de la estancia comenzó a desvariar, Don Cergio se vio ante la disyuntiva de vender las tierras de sus amores o comenzar a recibir turistas.
La Florida no ofrece el lujo campero de las estancias tradicionales sino un alojamiento sencillo y confortable donde las mayores suntuosidades son los ríos El Durazno, el silencio de las sierras y la soledad en la naturaleza. En total hay seis habitaciones y dos cabañas junto a un arroyo donde se pueden pescar algunas truchas. Y “ni por asomo pienso agrandar”, dice Don Cergio con sus pocas palabras, “ya que la idea no es ganar dinero sino simplemente poder seguir disfrutando del lugar con la mayor tranquilidad posible”. También hay un camping y mucha gente se acerca simplemente a pasar el día (el alojamiento suele estar lleno) y a comerse un chivito asado que se debe encargar con antelación. Luego de la comida se puede salir a caminar y recorrer un vergel plantado por los dueños de casa donde florecen las hortensias y diminutas rosas rococó a la sombra de nogales, manzanos, ciruelos, higueras y duraznos. Desde el casco central hay diez minutos de caminata hasta el arroyo, donde están las cabañas solitarias y unos metros más allá el idílico camping junto a la orilla.
Durante la visita muchos huéspedes entablan amistad con los dueños de casa y tienen el honor de ser invitados a comer en la cocina. Las charlas de sobremesa permiten conocer un poco la historia de la estancia, que adquirió Don José Silvano Vélez (el abuelo) en 1918. En esos tiempos, la familia Vélez tuvo que mudarse desde la vecina localidad de Athos Pampa, acarreando sus enseres en carretas tiradas por mulas y bueyes, y abriéndose paso entre las lomas porque no existían aun los caminos.
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