CORDOBA > EN EL VALLE DE CALAMUCHITA
Con sus ríos y balnearios, Santa Rosa de Calamuchita es una buena opción para unas vacaciones de verano en las sierras. Además sirve de base para paseos y excursiones por la zona. Entre ellos, la visita a un curioso monasterio de monjes benedictinos y a un complejo de cabañas orientado al ecoturismo. Y si se quiere ganar altura, un ascenso en 4x4 al cerro Champaquí.
› Por Julián Varsavsky
Santa Rosa de Calamuchita es un paraíso ecológico al pie de las Sierras Chicas, rodeado de lagos, ríos, saltos de agua, bosques y, sobre todo, de un profundo verdor. Lo primero que se percibe al llegar es un intenso aroma a verde y a agua que llena los pulmones de aire puro.
El pueblo, que atraviesa el río Santa Rosa, es el epicentro turístico de la zona desde donde se realizan numerosas excursiones. Y dispone además de una docena de playas sobre el río a la sombra de altísimos árboles. Los balnearios son muy concurridos, pero alejándose apenas 500 metros del centro hay playas de inmaculadas arenas bordeadas de pinos donde se descubren solitarios parajes.
Uno de los lugares más curiosos y extraños que se visitan desde Santa Rosa de Calamuchita es el monasterio benedictino Nuestra Señora de la Paz. Se llega por un camino de tierra que caracolea unos 20 kilómetros en las profundidades de las Sierras Chicas. El monasterio fue fundado en 1976 cuando llegaron al lugar tres sacerdotes que se instalaron en una vieja casa cedida por la congregación de Las Hermanas Esclavas del Corazón de Jesús, que tienen una antigua sede a pocos metros del monasterio.
El edificio del monasterio benedictino se terminó de construir en 1994, es moderno y confortable y se rige por la estricta Regla para Monjes redactada por San Benito en el año 480. Este santo llegó a Roma para formarse en teología pero abandonó sus estudios asombrado por la corrupción que reinaba en la ciudad y decidió retirarse tres años a una caverna para vivir como un ermitaño.
Siguiendo las reglas de su santo, los benedictinos llevan una vida de clausura, aunque bastante flexible, ya que a veces bajan al pueblo e incluso aceptan no sólo recibir huéspedes para retiros espirituales (hombres y mujeres tienen que dormir por separado, naturalmente), sino también visitas de turistas.
Una historia curiosa de Nuestra Señora de la Paz es la de los dieciséis monjes que abandonaron el monasterio después de vivir enclaustrados unos 20 años restaurando libros y documentos antiguos, la mayoría de la época de las misiones jesuíticas en Córdoba. Estos especialistas, únicos en el país, se habían formado en Europa y tenían un laboratorio donde restauraban incunables y pergaminos históricos, recibiendo pedidos de todas partes, incluso del extranjero. Aunque el hermetismo de los benedictinos ha impedido hasta ahora conocer las verdaderas razones del conflicto, se sabe que tuvieron que interceder monjes tutelares de otros monasterios para contribuir a resolverlo. Sin embargo, no tuvieron éxito ya que en 2005 todos los restauradores abandonaron el monasterio con rumbos divergentes para nunca más volver.
El lugar más extraño del monasterio es la ermita de ladrillo levantada sobre un promontorio rocoso frente al edificio principal, que tiene una habitación solitaria, húmeda y fría de dos metros de largo y de ancho por otros dos de alto. Allí estuvo recluida varios años la hermana Gangoitti (1901-1989), una porteña que después de pasarse 30 años de vida contemplativa como monja clarisa en Casablanca, quiso ser una ermitaña y se encerró en ese cuartucho en las sierras de Córdoba.
Más allá de esas historias de clausura, la visita al monasterio es muy agradable, ya que a la belleza increíble del paisaje se le suma el aspecto moderno del monasterio, que contrasta con la lobreguez de otros edificios religiosos. Allí los visitantes pueden asistir a la misa dominical con cantos gregorianos, y también comprar licores y dulces caseros que preparan los monjes en sus ratos libres. Las visitas son de 9 a 12 del mediodía y de 15.30 a 19.
A mitad del camino hacia el monasterio hay un paraje de 35 habitantes conocido como Parador de la Montaña, donde existe un complejo de 15 cabañas y departamentos rodeados de bosque, orientado al ecoturismo. En general llegan grupos familiares –o incluso grupos de colegio desde Buenos Aires–, con un perfil ecológico-educativo.
Aun cuando el viajero no decida alojarse en el parador, vale la pena visitarlo en el camino al monasterio. Además de contar con un restaurante criollo muy bueno y económico, es interesante conocer el sorprendente mural que está en el edificio central del complejo, cuyo autor es Rodolfo Campodónico, un muralista clásico argentino de la escuela de Diego de Rivera. En el mural de 120 metros cuadrados, pintado en 1993, está representada la historia de Córdoba desde el enfrentamiento de los comechingones con los españoles.
El Parador de la Montaña pertenece en la actualidad a la Asociación Judicial Bonaerense y trabajan en él unas 45 personas que convierten al lugar en autosuficiente en muchos aspectos. Un objeto muy curioso es un horno a energía solar que funciona entre las 10.30 y las 16, con rueditas para ir rotándolo cada veinte minutos. Si bien el horno tarda un poco más que uno común, allí se puede cocinar un pollo a la perfección. En otro sector del complejo hay una planta de biogás que utiliza la fermentación de los desechos de los conejos de la granja. Y en poco tiempo estará listo el sistema de paneles solares que abastecerá gran parte de la iluminación y la calefacción.
En el parador se produce queso, pan, licores, escabeches, alfajores y toda clase de hortalizas y frutas en una huerta orgánica donde el abono lo producen unas lombrices californianas en un piletón. Como insecticida se utiliza el jugo de las bolillitas maceradas de los paraísos.
La huerta parece ser, a su vez, una cantera arqueológica, ya que casi todas las semanas aparecen restos de alfarería, puntas de flecha y hasta estatuillas de barro fabricadas por los comechingones. El material es almacenado en un museo que también exhibe objetos de épocas más recientes, como una moledora de maíz de 1880, bombas de agua y molinos oxidados, y de tiempos más remotos, como el caparazón de un gliptodonte, una muela de mastodonte y una mandíbula de tigre diente de sable.
Por lo general, los visitantes se quedan una semana y disfrutan de las actividades de la granja, en especial los niños, quienes participan en talleres de pan casero y aprenden a ordeñar una vaca, a fabricar queso y a descubrir las singularidades de la vegetación y la fauna autóctona. Además juegan al fútbol, al paddle y nadan en la pileta.
La excursión a la cima del cerro más alto de Córdoba depara, para muchos, los paisajes más espectaculares de toda la provincia. Se asciende por un camino sinuoso hasta el pueblo de Villa Yacanto, en medio de uno de los últimos relictos puros de flora autóctona del monte cordobés: talas, molles y espinillos. Cada tanto aparecen algún zorro gris o una vizcacha cruzando el camino, y los aires están poblados de pájaros como la monjita –un ave blanca muy pequeña con la punta de las alas negras–, varias clases de zorzal, el pájaro carpintero negro con cabeza roja y numerosos aguiluchos color marrón claro.
Al llegar a Athos Pampa –una pampa de altura– la vegetación desaparece y a lo lejos se divisa un kilométrico pinar. Pasando las casas desperdigadas de Villa Yacanto, se toma un empinado y seguro camino de tierra al borde de espectaculares precipicios. Mucha gente sube en autos comunes, pero lo recomendable es un doble tracción. A medida que se asciende las rocas de la montaña se agigantan, y sobre la ladera nacen numerosos manantiales que forman pequeñas cascadas. Ya sobre el filo de la sierra, a más de 2800 metros de altura y a la derecha se vislumbra en toda su extensión el Valle de Calamuchita, hasta las Sierras Chicas.
En el cerro Lindero se deja la camioneta para iniciar la ascensión a pie hasta la cima del Champaquí. Una caminata sencilla entre rocas redondeadas de hasta 10 metros de altura lleva hasta la cima (en realidad es el cráter de un volcán inactivo), donde brilla un pequeño lago cuyas aguas brotan de las rocas. El paisaje, con los dos valles más hermosos de Córdoba, uno a cada lado, se asemeja a un mar de rocas de oleaje gris asediando el cerro.
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