INDIA > RITOS Y LEYENDAS EN EL GANGES
Toda India se moviliza en estos días para celebrar en el Ganges el rito religioso de Kumbh Mela. Millones de peregrinos se sumergen en el mítico río para librarse de sus pecados. Tan sagrado como humano; tan purificador como dramático, el Ganges fluye del Himalaya al golfo de Bengala con sus aguas cargadas de dioses y leyendas.
› Por Vicente Molina Foix *
El Ganges nació como el “río blanco”, pero los siglos, las calamidades y el uso de sus aguas por el hombre lo han hecho de un color indeciso y abstracto. Su nacimiento se cuenta en uno de los más hermosos episodios del Ramayana, y desde ese borroso tiempo del mito, el curso del Ganges ha corrido en paralelo al devenir de la India. Agastia, un santón filosófico temido por la capacidad insaciable de su estómago, tuvo un día el antojo de tragarse el océano, cosa que hizo sin gran esfuerzo, trayendo así la más atroz sequía a la tierra. Como la situación amenazaba la existencia de toda la población, las divinidades tuvieron que arbitrar –allá en sus altas moradas del Himalaya– una solución, decidiendo al fin desprenderse del río celestial, el Ganga (o Ganges), que con el flujo de su Vía Láctea descendería a la tierra para regarla.
Pero los dioses sabían que el infinito caudal lechoso de Ganga podría tener un efecto no muy distinto del que hoy conocemos, sobre todo en el Levante español, como gota fría. La súbita descarga en una tierra sedienta y seca de la masa de agua iba a ser más dañina que saludable, y es entonces cuando en la leyenda aparece Siva, el dios dual de la destrucción y la creación, sensual danzarín y asceta enfurruñado. Sus congéneres le encomendaron a Siva la tarea de parar el golpe de toda aquella agua que bajaba de la montaña o, según otras versiones, salía de un dedo del pie del dios Visnú. Y de ese modo, Ganga fue al bajar recibida por la cabeza de Siva, célebre por su trenzada mata de pelo en la que el agua de Ganga estuvo circulando varios años sin encontrar un cauce. En ese esfuerzo, el río fue perdiendo su fuerza torrencial, y así, cuando al fin el propio Siva lo dividió en siete riachuelos, Ganga llegó a las llanuras indias sin causar daño. (...)
Sin embargo, el río sagrado de la India no sólo tiene leyenda y espíritu trascendental sino también una geografía, una fauna, unos peligros y unos olores a veces demasiado humanos. (...) No se trata del más extenso ni el más caudaloso del mundo; el Nilo, el Amazonas y el Mississipi son casi tres veces más largos que el Ganges, y también el Indo, el Eufrates, el Níger, el río Amarillo y el Danubio lo superan en longitud. En todo caso, sus dimensiones son colosales. Desde el montañoso norte hasta las proximidades de Calcuta, el Ganges recorre 2506 kilómetros, cruza tres de los estados indios más poblados (150 millones de habitantes), y su ramificación final forma un delta de una anchura de 320 kilómetros. (...)
Como todos los grandes ríos sometidos a las crecidas y a las sequías, el Ganges puede ser ameno y temible. Recuerdo una aventura vivida en Allahabad, ciudad situada a 135 kilómetros al oeste de Benarés. Allahabad tiene un antiguo fuerte bastante airoso y también ofrece, a quien le interese la genealogía de los humanos más que las de los dioses, la casa familiar de los Nehru. Tuve la suerte de coincidir en un viaje con el Kumbh Mela, festividad religiosa muy concurrida (casi 3 millones de peregrinos en aquella ocasión), que a Allahabad le corresponde albergar cada 12 años, repartiéndose el honor con otras tres ciudades en las que, según la mitología hindú, cayeron gotas del néctar de la inmortalidad. La cultura acuática de los indios es proverbial, tanto como su pasión por el peregrinaje, y el espectáculo de una creencia tan viva, tan llena de color, es, sobre todo para un ateo, desconcertante al principio y a la larga revelador. Así lo fue por cierto para Pier Paolo Pasolini en su viaje a la India de 1961, realizado en compañía de Alberto Moravia y Elsa Morante, del que el poeta y cineasta italiano, que escribió al volver un excelente libro breve, El olor de la India, sacó unas muy inteligentes conclusiones sobre el modo en que la religión hindú, “en teoría la más abstracta y filosófica del mundo”, es de una practicidad incomparable, pues sus fieles la viven en sus actos y la enseñorean de su carácter, no como la mayoría de los católicos italianos (¿y españoles?), que dicen profesarla sin verdaderamente cumplirla.
Aquellos días del Kumbh Mela, en Allahabad, yo tenía reciente la lectura de Un buen partido, la estupenda novela de Vikram Seth (Anagrama), donde en un capítulo se relata precisamente la tragedia allí ocurrida a principios de los años ‘50 durante una de esas peregrinaciones masivas: el ansia de zambullirse en las aguas del Ganges cuando los astrólogos predicen que es la hora más purificadora provocó una avalancha en la que muchos fueron aplastados y otros se ahogaron al caer en tropel al río, contándose 350 muertos. Por fortuna, los baños rituales de las multitudes fueron ordenados y relativamente pacíficos cuando yo estuve, y tan sólo me extravié en la marea humana que desde el pueblo iba hacia la orilla: cuando quise darme cuenta estaba ya mojándome los pies en el agua. Pero, al margen de que mis pecados quedasen involuntariamente lavados y mi cuerpo adquiriese la inmortalidad en la inmersión, mi experiencia fue gozosa, y en algún momento de un exaltado misticismo laico, si tal cosa es posible.
En Allahabad (antiguamente llamada Prayag), la importancia sagrada de las aguas está muy realzada porque en esta ciudad el Ganges, a tal altura muy extendido (dos kilómetros de una orilla a otra) y fangoso, pero de poco fondo, se junta con el más limpio, estrecho y profundo Yamuna, y el curso fluvial se hace escenificación de un antagonismo divino. Y es que el Ganges es la hermana del Yamuna (la Ganga, la Yamuna, recordemos la condición femenina de los ríos hindúes), y en su confluencia algunos textos de las escrituras védicas señalan ciertas rivalidades mitológicas, si bien el papel del Ganges es indiscutido como río de la salvación, donde las cenizas de los muertos han de ser sumergidas tras la cremación para quedar aquellos eternamente purificados. Ganga es el río blanco; Yamuna, el río negro emparentado con Yama, dios de la muerte, y ambas divinidades fraternas están representadas en la mayor parte de los templos del norte de la India, esculpidas en relieve sobre las jambas de las puertas: Ganga, montada en el makara o cocodrilo, siempre con sus fauces abiertas, que significan la devoración regeneradoras del mundo, Yamuna, reposando sobre su símbolo cosmogónico, la tortuga. (...)
El Ganges es un río con escaleras, y también ellas tienen leyenda, más allá del permanente papel utilitario que desempeñan en la vida de los moradores de su cuenca. En Benarés son majestuosas, pero en innumerables puntos de su recorrido las hay más cortas y de peor piedra: todas poseen una mezcla de domesticidad informal y elegancia sublime. Me parece que hoy no se lo lee mucho entre nosotros, pero el escritor, pintor y pedagogo bengalí Rabindranath Tagore, Premio Nobel de Literatura no sólo traducido sino difundido al español por otro Nobel (y su devota esposa), Juan Ramón Jiménez, fue en toda su obra un paisajista de lo maravilloso, y en mi opinión, mejor narrador que poeta o dramaturgo. Una de sus piezas magistrales es el cuento Las escaleras del río, perteneciente al libro de relatos breves Mashi, en el que la voz narradora es la del propio ghat del Ganges en una aldea de Bengala: “Si deseáis oír hablar de los tiempos ya idos, sentaos en este escalón mío y prestad vuestros oídos al murmullo del agua ondulante”. Así empieza el cuento, a lo largo del cual su insólito narrador impersonal describe las incidencias naturales del río y la fantasmagoría amorosa que tiene lugar –en un pequeño templo dedicado a Silva– frente a sus escalones de piedra que, sólo en número de cuatro, sobresalen del agua del Ganges. (...)
Pero aquel viajero que quiera tener una visión del Ganges menos desmesurada y orgánica, más a escala con la mirada del hombre, puede –en otro itinerario que no pasa ni mucho menos cerca del río– verlo fijado en la roca en una de las grandes obras maestras del arte indio. El pueblecito de Mamallapuram se halla en la misma bahía de Bengala, pero muy al sur, en el estado de Tamil Nadu, a 58 kilómetros de distancia de la capital, Madrás. Aquí floreció en el siglo VII una dinastía emprendedora y cultivada, la de los Pallava, y los relieves al aire libre en Mamallapuram, sus cuevas esculpidas y su Templo en la Orilla son las mejores muestras conservadas de este arte pallava refinado y efímero. La obra central del conjunto se llama La penitencia de Arjuna y reproduce en la piedra episodios –como de costumbre intrincados– del Panchatantra: reyes con cuerpo de serpiente, demonios belicosos, eremitas en oración, elefantes y ciervos y ratas que cuesta creer inmóviles en su desfile. Y entre esas figuras de un poderoso naturalismo y un deslumbrante vuelo imaginativo, el prescripto descenso del Ganges sobre las trenzas de Siva, con todas las menudencias de la leyenda divina. Esta zona del golfo de Bengala fue la más afectada de la India por el tsunami de la Navidad de 2005; hubo víctimas mortales y destrozos que dañaron el Templo en la Orilla. Sin embargo, el nacimiento del río sagrado permaneció incólume en su filigrana. Le pudo a ese mar que también parecía mandado por unos dioses menos propicios.
* De El País Semanal.
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