Por la alta temperatura, de las casas surgía un fuerte vaho a humedad y a productos en descomposición, por lo que sus dueños se apresuraban a retirar todo lo que quedó inutilizado, en especial muebles de madera, libros, ropas, colchones y alimentos que se pudrieron dentro de las heladeras.

Los camiones de vialidad y los tractores que arrastraban varias bateas recorrían las calles de barro y superaban pequeñas lagunas que llegaban hasta las casas, para recoger estos residuos, sobre los que comenzaban a formarse nubes de moscas y mosquitos de los matorrales y los recovecos húmedos.

El personal de Gendarmería entregó bidones de agua mineral y también baldes de plástico y cloro, que la gente mezclaba con el agua recogida de los charcos para limpiar pisos, paredes y mesadas.

En la zona céntrica, ya no había agua dentro de las viviendas, aunque la humedad marcaba la altura de más de un metro y medio que había alcanzado la inundación. En barrios del norte y el oeste, la mayoría de las viviendas permanecen inundadas.

Algunos vecinos afirmaban que hubo un relevamiento sobre sus pérdidas -que todos calificaban de "totales"- y necesidades, de parte de la municipalidad, pero otros se quejaban de que ninguna autoridad se había acercado a sus casas.

Por último, la policía patrulla las calles transitables para evitar actos de rapiña, mientras que en el barrio Don Pancho, que continúa anegado, sólo podían hacerlo gendarmes en los gomones de la fuerza y algún vecino en su bote.