Lunes, 25 de julio de 2016 | Hoy
18:28 › OPINION
Por Eduardo Aliverti
Lo que se amontonó la semana pasada, por acciones y definiciones oficiales representativas de un interés de clase brutal, es inédito en lo que va del gobierno macrista. O tal vez sea que impresiona un contraste: el de Macri guapeando que “se acabó la joda”.
Esa afirmación presidencial, proviniendo de un empresario de negocios con el Estado, debería generar sarcasmo de modo instantáneo. Pero el momento político se caracteriza por un discurso gubernamental que tiene cierto éxito en adjudicar todos los males habidos y por haber a la gestión anterior. El “se acabó la joda”, entonces y además de las franjas más gorilas, prendería por ahora en un imaginario de clases populares y medias que reside en tener que aguantar, porque el kirchnerismo se revela como una ficción bochornosa y estimulada por la andanada mediática. Y –quizá sobre todo– porque otra cosa no hay. Destapar corrupción K, sin que importe si con seriedad o a la bartola, disimula aquello que los escribas del Gobierno definen como errores y nunca como la consecuencia de un modelo que sólo beneficia a los grupos más privilegiados del poder económico. Es así que se garantiza una impunidad declarativa, o impunidad a secas, que en otras circunstancias llevaría a que sus protagonistas tuvieran más cuidado. Pero hoy se sienten con unas licencias que no dejan de asombrar, ni de indignar ni de, al cabo, ser auténticas. Son lo que son, no lo ocultan y es lo que votó una estrecha mayoría, pero mayoría al fin. Tampoco se trata de alentar sentimientos revanchistas o de pase de factura. Cualquiera que tenga una vocación progresista, dispuesta a pensar primero en lo que podría juntarse y no en lo que separa, contra la renovada ofensiva neoliberal, se equivocará si hace eso porque recluirse en un núcleo duro es indispensable ideológicamente pero no sirve a los efectos prácticos. Cabe reconocer que es difícil porque las autenticidades del oficialismo son, en verdad, una provocación. El presidente de la Rural le da sentido a que quienes viven más allá de la General Paz no tienen derecho a comer lomo. El milico Aguad, Oscar, ministro de Comunicaciones nacional, sostiene que el shock contra los pobres es necesario para atraer inversiones que derramen riqueza. Y no se puede seguir con el Fútbol para Todos porque esa plata hay que destinarla a la salud y la educación, dicho por quienes en unos pocos meses transfirieron al capital más concentrado, por vía devaluatoria y quita de retenciones, un 75 por ciento del monto total destinado a obras públicas, lo cual cuadruplica la partida para Salud y multiplica por nueve el presupuesto nacional destinado a Vivienda.
En su artículo “El engendro tarifario”, del jueves en Página/12, Fernando Krakowiak desarrolló unas cuentas que es imprescindible citar porque desafían, como pocas, la lógica gubernamental de que no había otro camino (tanto respecto de las tarifas de servicios públicos cuanto acerca del ajustazo en general). Va resumido. Si en el bimestre mayo-junio del año pasado un cliente de Metrogás consumió 400 m3, abonó 253,4 una vez sumado el IVA, entre cargo fijo, cargo variable y lo destinado a obras de infraestructura de gas. Ese mismo cliente, en el mismo período de este año y por los mismos conceptos, tendrá que pagar 1174 pesos incluyendo el IVA, lo cual representa un aumento de 363,3 por ciento. Significa que el techo de 400 por ciento, anunciado por el Gobierno como “solución” al tarifazo, no implicaría cambio alguno para ese hogar. Luego, supongamos que ese mismo cliente, en lugar de mantener su consumo, lo hubiera multiplicado por cinco (unos 2000 m3). Su factura sería en ese caso de más de 11 mil pesos, que es un aumento de más del 4200 por ciento. Pero si entra en vigencia el tope de 400 por ciento, sólo pagará 1267 pesos. Y los más de 9800 pesos restantes los subsidiará el Estado. En síntesis, el que ahorre gas no tendrá ningún beneficio y el que incremente su consumo saldrá ganando. O dicho en otros términos, como refuerza Krakowiak tras tomar un informe del humorista Juan José Aranguren, el costo fiscal de la fijación del techo lo pagarán quienes ahorren gas y la mayoría del subsidio irá a parar a los sectores acomodados. Hood Robin en estado puro, mientras Macri desespera para que bajen la calefacción en el festejo de la Rural y no se ande por la casa en patas y remera durante el invierno. ¿Esto sería que se acabó la joda?
En Ecuador, el gobierno de Rafael Correa impulsa una consulta popular con relación a la incompatibilidad de ejercer cargos públicos y tener bienes o capitales, de cualquier origen, en paraísos fiscales. Esto es: lo que involucra a los funcionarios del macrismo y nunca, por lo visto, a quienes ejercieron durante la administración anterior. Eso, todavía, no pudieron inventarlo. No hay Panamá Papers que alcancen al kirchnerismo, mientras sólo se mira a López, las falsas monjitas y las causas que cual trastornado persecutor impulsa el juez Bonadio. Si los ecuatorianos aprueban el Sí a la consulta, quienes pretendan cargos electivos tendrán un año de plazo para repatriar fondos y de lo contrario quedarán imposibilitados para ejercer cargos públicos. Como se lo preguntó el politólogo Juan Manuel Karg, también en este diario el mismo jueves, ¿qué sucedería de realizarse una compulsa similar en Argentina y Brasil, donde las revelaciones golpearon a Macri y al entonces presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, ambos con titularidad de empresas offshore? ¿No tornaría en algo más serio que se acabó la joda? Y para agregar: comienza a reglamentarse el blanqueo impositivo que, como se sabe o debiera, induce a manifestar capitales en el exterior pero sin compromiso de repatriarlos. En teoría reglamentaria, la Afip tiene obligación de informar a otras dependencias de Estado sobre movimientos financieros sospechosos. Si hay lavado, u otro delito, la responsabilidad sancionatoria le cabe a otras reparticiones. Según trascendió, la reglamentación dirá que el organismo recaudador no tendrá el compromiso de compartir, con otras esferas del Estado, lo que surja del blanqueo. O bien, no habrá obligación de que se haga público. ¿Estaríamos así en el fin de la joda o apenas en su renovación? Macri dijo que “ya no hará falta escondernos”, así, en la primera del plural, en el discurso ante los suyos en la Bolsa de Comercio. Tiene razón. Quedarían habilitados para mostrar, traer entre poco y nada y, si la traen, que nadie investigue de dónde. Una joyita que amerita andar en patas y remera para festejarlo, y sin embargo los últimos datos surgidos del mercado sugieren que el blanqueo no tendrá la aceptación esperada. Si ocurre eso sería una curiosa parábola, o no tanto, de hablar con el corazón y que contesten con el bolsillo. El establishment le reclama a Macri correrse más a la derecha todavía, y hacerse cargo de un liderazgo político que no le cuadra muy bien que digamos. Si los López tienen su límite como mecanismo de convicción, también lo tiene que los medios adictos inventen las capacidades o expectativas que no hay. El Macri blanco y de ojos celestes que hace como si fuera un hombre común del pueblo llega hasta que, en algún momento, los de su clase le exigen andares más categóricos. En el gobernar, no en las entrevistas. Hace todos los deberes, pero cuanto más los cumple más le reclaman porque la visión del poder económico no entiende de sensibilidades sociales. Aprovechan, además, que no hay reacción opositora y que lo habido hasta diciembre del año pasado parece estar en las diez de últimas, sin conducción de ninguna naturaleza, agotado. Pero esa imagen política, alentada por la dispersión y el limbo peronista, no debería afectar el convencimiento de que lo vivido estuvo lejos de ser ficcional. Fue un modelo diferente, en los marcos capitalistas, y entre aquél y éste no hay distancia de errores sino de intenciones.
El caso del Fútbol para Todos, que de paso les viene a ciertos medios como anillo al dedo para desviar atenciones centrales, es una muestra más de que bajo la excusa del eficientismo (o peor: de la justicia social) es cercenado mucho de lo mejor que se había conseguido. Puede polemizarse sobre la falta de control a la dirigencia de los clubes o acerca del excesivo propagandismo gubernamental, durante y en el entretiempo de los partidos. O de casi todo lo que se quiera. Pero es difícil de aguantar que arguyan la plata que podría usarse para fines más urgentes, justo desde las usinas de los recortes de derechos, de la transa para volver a dejar el negocio en manos de los monopolios privados del pagar para ver, de la complicidad entre el Gobierno y el medio que tenía y perdió la exclusividad de las transmisiones. Si se tensiona la lógica de las prioridades sociales, se concluiría en que toda producción de lo denominado cultura, de masas o de elite, debe ser abandonado en nombre de la herencia y emergencia que el kirchnerismo dejó. Con ese criterio, ¿por qué dejar de gastar en el fútbol y no en el apoyo a toda manifestación artística, desde los talleres barriales hasta el Colón, si todo consiste en que debe ajustarse a cuenta de la catástrofe fiscal dejada por el otro gobierno? ¿Qué se ajustaron los del actual y sus socios? Lo que se paga para que los argentinos vean fútbol gratis, nada menos que el fútbol, su fútbol, es una parte mínima de la desfinanciación estatal producida por el macrismo a favor de buitres locales y externos.
Tómese el lector unos segundos, o lo que le parezca o sienta, para pensar hasta dónde está bajándose la vara de lo que debe discutirse. Fútbol gratis no; lomo solamente para los porteños que lo puedan pagar; cambiar el celular o la moto o viajar al exterior era una fiesta que se creyó una clase media tonta que ahora paga las consecuencias; si la nafta está cara no hay que sacar el auto; y si el tarifazo golpea entre quienes menos tienen debe entenderse que los consumos altos corresponden a los altas clases, porque al resto le vale el marche preso del costo energético y ecológico.
Vaya con la joda que se acabó.
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