UNIVERSIDAD › OPINIóN
› Por Fernando Peirano *
El viernes 22 de abril, Página/12 publicó los aspectos más salientes de un debate organizado por el Instituto Gino Germani (UBA) sobre el papel de las ciencias sociales y el vínculo entre conocimiento, tecnología y desarrollo. Frente a los argumentos difundidos, tan sustanciosos como polémicos en algunos casos, se puede sumar otro punto de vista, desde una perspectiva vinculada con la innovación tecnológica y las políticas productivas. En primer lugar, resulta difícil diseñar una estrategia de desarrollo si se convalida la existencia de una disyuntiva entre imitar y crear. Para desarrollarse como país, hay que hacer ambas cosas. Los estudios en el campo de la innovación indican que se crea imitando y se imita creando. También se ha planteado la posibilidad de forjar un proceso de desarrollo al margen de la globalización. Si esto implica apostar por la autarquía, debemos saber que esta opción siempre resta oportunidades más que abrirlas. Argentina tiene mucho por ofrecer a otros países que también se están esforzando por desarrollarse, por lograr un dominio sobre las variables clave para asegurar el bienestar de su población. Al mismo tiempo, Argentina tiene que sacar provecho de los avances y soluciones disponibles en otras sociedades desarrolladas y en desarrollo.
También se aludió a la conveniencia de considerar la propuesta de “crecimiento cero”, redistribución sin aumento de la producción. Esta recomendación, nacida de los círculos intelectuales de los países más ricos, no es una alternativa viable para atender las necesidades básicas del mundo en desarrollo. La distribución del ingreso está fuertemente asociada a las características de la matriz productiva que lo genera, por lo cual el mundo en desarrollo deber avanzar en su industrialización, aunque por un sendero más exigente que aquel que recorrieron los países hoy industrializados: un sendero donde los costos sociales y medioambientales no sean ignorados o transferidos a terceros.
El desafío del desarrollo implica resolver dos cuestiones un tanto más complejas y sutiles: por un lado, cómo insertarse inteligentemente en el mundo, cómo forjar el margen de acción para poder elegir con quién y para qué relacionarnos. Esta capacidad se edifica tanto en el espacio nacional como a través de una participación crítica en foros internacionales para poner fin al doble discurso que domina estos ámbitos. Por otro lado, debemos resolver cómo formalizar un adecuado esquema de socialización del conocimiento. La respuesta convencional, formulada por el mainstream, resulta ineficaz para un país en desarrollo como Argentina, donde las patentes no son un instrumento relevante para muchas de las actividades científicas y productivas. Se necesita más creatividad para resolver los conflictos en torno a quién orienta la inversión, cómo se solventan los costos y cómo se reparten los beneficios. Para ambos desafíos, el aporte de las ciencias sociales es imprescindible.
En esa misma dirección, contar con un Ministerio de Ciencia y Tecnología ha sido un paso importante. Pero hay que profundizar sus acciones y ajustar el rumbo para alentar, en mayor escala, la producción y el uso de conocimiento no sólo para sofisticar la actividad productiva y así fortalecer la competitividad de las empresas, sino también para resolver problemas sociales como transporte urbano, vivienda social, acceso al agua potable, generación de energía de fuentes renovables y erradicación de enfermedades asociadas a la pobreza. Estos problemas, por su magnitud, complejidad técnica y destinatarios inmediatos de escasos recursos, no resultan atractivos para la iniciativa privada. Pero además implican enormes desafíos de gestión y coordinación para transformar las iniciativas en respuestas efectivas. Frente a estos proyectos quedan al desnudo las limitaciones e ineficiencias del mercado como sistema para resolver el rompecabezas. Nuevamente, aparece la importancia de involucrar a las ciencias sociales para llevar adelante una buena gestión del desarrollo tecnológico.
También como sociedad tenemos por delante perfeccionar los sistemas de selección y evaluación. Una vez más, las ciencias sociales tienen que colaborar. Favorecer ciertas actividades productivas sobre otras no es una tarea trivial y es, al mismo tiempo, imprescindible. Priorizar líneas de investigación o desarrollos de tecnología son apuestas de largo plazo que encierran fuertes conflictos. Una adecuada participación del Estado puede garantizar que los beneficios privados deriven en beneficios sociales. Los ejemplos son muchos, tanto en el mundo como en la experiencia argentina de los últimos años.
* Economista AEDA, docente de posgrado en Economía de la Innovación (UNQ).
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