VERANO12 › EL CUENTO POR SU AUTOR

Topografías y reflejos

Cuando evoco el viaje a Berlín de mayo de 1993 tengo un sentimiento de duelo. En la esquina del hotel al que nos llevaron había un teléfono público. Juan Saer y Tomás Eloy Martínez cruzaban todos los días para llamar a larga distancia. Saer hablaba horas con Laurence, su mujer, y Tomás con la suya, Susana Rotker. Esas llamadas se quedaron sin interlocutores. Que yo recuerde, en el Park Consul estaban Eduardo Belgrano Rawson, Juan Forn, Martín Caparrós, yo. En otros hoteles estaban Hebe Uhart, Reina Roffé, los uruguayos Mattos y Delgado Aparaín, es avara mi memoria. Al llegar nos esperaba un libro que reunía cuentos de todos nosotros, más dos de Abel Posse y de Jorge Asís. Los separo porque verlos en la lista fue un disgusto para varios. ¿Qué hacer? Ni modo que la Casa de las Culturas del Mundo destruyera el libro por la protesta. Además, horresco referens, se anunciaba la llegada de Posse, diplomático en Praga. Juan Forn cuenta en un artículo recordatorio que Tomás Eloy nos reunió para hablar del asunto y anunció después a los organizadores del congreso que ninguno de nosotros se quedaba si ellos no repudiaban públicamente la presencia de Posse, por su complicidad con la dictadura mientras era diplomático en París. Jorge Asís era la yapa del disgusto: había apoyado el indulto de Menem. No hubo entonces entrevista que nos hicieran en la que no se dijera, de entrada, nuestra denuncia. Estábamos lejos de la confirmación reciente de esa complicidad, hace dos años, cuando Posse fue nombrado secretario de Cultura del gobierno macrista y desplegó su discurso reaccionario sin ningún pudor. Pero en el exilio habíamos leído las notas obsecuentes del embajador Posse en La Nación, regidas por aquel “principio” de que “los argentinos somos derechos y humanos” para denunciar la “campaña antiargentina” en el exterior. En París, también actuaba el llamado Centro Piloto, en cuyo sótano Astiz cumplía funciones.

Con ese trasfondo de protesta —cuestión de principios— nuestra estadía tuvo momentos de gran brillo e intensidad. Era una primavera rebosante de espuma. Caparrós había alquilado un auto al que nos subíamos Forn y Tomás para cortos y largos paseos: Postdam, Pérgamo, restaurantes junto al río. En el oeste el zoológico frente a cuyas jaulas Mopi (Caparrós) respondía a cualquier inquietud sobre chimpancés, serpientes y osos, mirlos y águilas, demostrando ser de esos jóvenes que saben todo; en el Este el Centro de documentación “La Topografía del Terror”, sede de la Gestapo, que linda con el último resto del Muro, en cuyos sótanos vimos las señales de la muerte, y provisoriamente unas resmas de hojas con nombres de víctimas del nazismo, apenas un borrador de lo que después sería el archivo de documentos y fotografías de la historia del Reich emplazado ahora en ese lugar.

Se habían organizado algunos viajes al interior. A Reina Roffé y a mí nos tocó ir en tren a Leipzig para hablar con estudiantes del Instituto de Literatura Iberoamericana. Fuimos a la Iglesia de Santo Tomás y mientras sonaban todos los órganos nos inclinamos frente a la tumba de Bach. Con Tomás Eloy fuimos a Rokstock, donde en 1992 alemanes fascistas organizados atacaron y prendieron fuego a un campamento de trabajadores vietnamitas hasta desalojarlos recibiendo aplausos de otros compatriotas. Se nos había advertido que podía producirse algún incidente si se enteraban de que éramos extranjeros.

Con ese trasfondo, la situación fortuita se produjo y me incitó a contarla: un acto virtual en una pantalla fue reemplazado por un hecho real “proyectado” sobre una pared. El trueque fue ganancia. El muro en cuya superficie se proyecta una escena de amor fue algo así como un premio que compensaba la imagen esquiva y frustrante del porno televisivo. No había corte, la secuencia estaba completa y el ojo tenía la libertad de apropiarse de ella hasta el final. La experiencia tenía el valor de ser irrepetible porque dependía de la luz y la sombra cambiantes. Era una proyección que iba a cesar cuando los amantes completaran su designio y apagaran la luz.

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