› Por Félix Bruzzone
Uno de mis primeros cuentos publicados. Salió en un libro colectivo llamado En celo, el primer tomo de una serie de antologías en las que casi todos los escritores que participábamos éramos absolutamente desconocidos. Una antología de jóvenes promesas. Un género totalmente nuevo para nuestra literatura (fuera de los libros de taller literario o los de premios que publican a los finalistas). El cuento se llamó primero “La rubia”, después “Las patas en el pasto” (involuntariamente estaba ahí, ahora que lo pienso, la frase ícono del 17 de octubre: “las patas en la fuente”), y hubo algunos títulos más. Pero ninguno gustaba y una noche mi mujer me dice ponele “Barrefondo”, y el nombre estuvo unos días dando vueltas, como el sol que va incinerando a los personajes del cuento, y al final quedó. Un título a primera vista explícito, obvio, que no sé si le hace justicia al cuento, pero que tiene fuerza y es fácil de recordar. El barrefondo es una herramienta que se usa para limpiar el fondo de las piletas. Los hay de variadas formas y calidades. En la jerga el nombre casi no se usa, se lo llama simplemente “carrito”, puesto que los modelos suelen tener ruedas y hay que desplazarlo con ayuda de un palo, empujándolo o arrastrándolo. Ver cómo trabaja uno de esos artefactos es de las cosas más gratificantes que existen. Parece una tontería, pero ver entre las ondas del agua cómo un fondo lleno de tierra, polvo, hongos, hojas, se va convirtiendo en franjas limpias quizá sea como verse uno mismo limpiándose las cosas sucias que tiene. Las cosas interiores, digo. En el cuento esta cuestión creo que no aparece. Es más bien un muestrario de cosas sucias que ya no se pueden limpiar. Los personajes limpian piletas, pero el sol los tiene como apelmazados desde hace tiempo. Las cosas apelmazadas no se pueden desa-pelmazar. La arena de los filtros para piletas, por ejemplo, que son las que se usan para retener la suciedad suspendida en el agua, con el tiempo se apelmazan y la única solución es cambiarla. Una vez cambié la arena de un filtro pequeño que se había usado en forma indiscriminada, tanto que la arena, adentro, era un conjunto de piedras. La mugre había hecho de argamasa y algunas veces las piedras eran tan grandes que había que golpearlas para romperlas y lograr sacarlas por la boca del filtro. El cuento nació de una voz, que es la voz de Yuyo y ese lenguaje que inventa. Luego esa voz creció y se contagió al otro personaje, Tavo, dando lugar a otro relato que también creció, hasta convertirse en una novela. La novela se llama igual que el cuento, “Barrefondo”, y arranca con Yuyo muerto y Tavo enloquecido. Puede decirse que la novela Barrefondo, que se publicó el año pasado, salió del cuento “Barrefondo”. Pero en realidad salió de la voz de Yuyo. Creo que las voces de la gente creativa, como Yuyo, que inventa una forma de hablar, son capaces de promover cambios insospechados. En la novela, por ejemplo, la voz de Tavo es la voz de Yuyo, o sea, la voz de un muerto. La voz de un muerto que no vuelve como fantasma sino que vuelve en la voz de otro. En este caso: un compañero de trabajo, un amigo. Pienso que, tal como pasa en esta dupla de cuento y novela, el cambio lingüístico es una de las formas de la memoria en las que la literatura, que trabaja en el remolino de esos cambios, debería siempre indagar.
Tavo sabe que la rubia quiere. Lo que pasa es que la mujer y ese hijo bobo que tiene, el de la silla de ruedas, no paran de amasarle el ombligo, y el suegro: ese le llena el mate con pitos y conejitos de Pascua. Me dice Yuyo, no seas así, tanta rosca, porque sino en una vuelta de éstas el Rey de Reyes te patea afuera. Pero eso es pura baba, el Rey de Reyes lo único que quiere es que le limpiemos las piletas y listo, es un Alí, un Babá y los cuarenta ladrones: el día que ese cigarra trabaje yo me pongo una peluca y me hago travesti. Así que le dije Tavo, la rubia quiere, ayer salió de la pieza, salió al balcón, bajó al jardín por la escalera esa, la caracol, esa de hierro negro, bajó rápido porque se ve que le quemaban las patas, y después fue por el pasto, que le pinchaba y ella ponía caritas, y cuando llegó al borde de la pileta me dijo qué calor, ¿te falta mucho?, ¿puedo meterme ahora? No, ahora no. Y también dijo ¿vos sos nuevo?, ¿el otro no viene más? Sí, le dije, viene pero hoy me tocó a mí. Y ella se metía la mano entre la tirita de la bikini y la piel, la estiraba y la soltaba como una gomita, como que le gusta que le duela, y cuando yo ya me iba me dijo a ver si un día de estos venís con el otro, los dos, así limpian más rápido, y se rió, y después se tiró al agua, plaf, y mientras yo terminaba de llevarme las cosas, el alargue, el cepillo, también dijo yo a esta hora siempre estoy sola, mi papá y mi mamá trabajan mucho.
Así que ahora le digo vamos, Tavo, vamos un día los dos juntos y vemos qué se junta. Para mí que la rubia quiere. Sí, porque cuando yo ya me estaba yendo dijo el otro es más grande, sabe más, y también dijo que yo soy tan... Iba a decir lindo pero dijo así, vos sos tan... O sea que la guacha quiere. Y vos viste lo que es ese lomo virgen, lo adobás y le damos vuelta y vuelta, purrete la poma, en la pileta, en el yacuzzi, en la pieza, sí, los tres a los saltos en la cama con todos los peluches que le regala el novio saltando de alegría.
Y Tavo a lo primero dice no, Yuyo, estás loco, andá solo y dale vos, todo eso es para problema, barroso, esa rubia es una víbora, yo una vez… Y se hace el galán, el que ya le dio goma, y puede ser, sí, pero por como es Tavo para mí que es todo manteca, que ella una vez lo miró y él se hizo la miniserie. Si este almeja sigue así al final no sé, porque hay que aprovechar ahora que la cosa fuma-fuma, si no capaz que después a mí también se me pasa. Los tres juntos, sí, la rubia, sí, pero Tavo... Hoy me imaginé todo: nosotros llegamos, la rubia, la bikini en la rubia, la bikini en el agua, la rubia en el agua, yo al agua, Tavo al agua, toda entera la rubia en el agua, al sol, Tavo con la rubia, yo con la rubia y todo durazno hasta que me acuerdo de que Tavo tiene casi cuarenta y que es más sucio que una muela y que… No sé, lo mejor es que la rubia traiga una amiga, una prima, y que yo les dé a las dos, Tavo no.
Entonces a la otra semana le pregunto por alguna amiga, así, que no entienda mucho, si tiene amigas, algo así, y ella pone cara de asco y dice no, nene, yo quiero amigos; y después agarra una de las mangueras que uso para sacar agua de la pileta y se pone a regar las plantas.
Así que trago saliva y lo encaro otra vez a Tavo y le digo que es ahora o nunca, que la rubia es mermelada, pero él dice otra vez que no, ¿no quiere a otro?, ¿por qué no le preguntás al Rey de Reyes?, él es trampa fija. Pero al Cristo ese qué le voy a decir… Además la rubia lo quiere a Tavo, no sé qué le vio pero ella lo quiere a él. Entonces le digo sos una chaucha, Tavo, a vos te pelan, te hierven, te meten en una ensalada con huevo duro y te mastican sin aceite, por eso que estás colgado del Rey de Reyes, como si ese jilguero fuera Tarzán: ése es un lombriz, y si vos estás con él hace tanto es porque sos como él, te meten en el anzuelo y las carpas te hacen la carpa. Y no resulta, Tavo se pone licuado y empieza con lo de te hago echar, Yuyo, le digo a Cristo lo de la pileta climatizada, que el que fundió la bomba fuiste vos y que nos hicieron zapatilla por culpa tuya. Y cuando está en eso me agarra del cuello, no muy fuerte pero me agarra, y me dice lavate la boca con jabón o te paso un cepillo de alambre hasta sacarte espuma. Entonces le digo bueno, Tavito, ya sé, no te amorotonés, no vamos a fundir biela por un panqueque como éste. Vos tenés tus cosas, tu familia, y yo nada, soy un pibe y entonces comprendo –le digo así, comprendo, con cara de ajo y porro– que no te enfile embarrar las llantas. Y cuando Tavo se calma agarro por otro lado y le digo acordate de tus años de delfín. Y ahí la cosa cambia, le gusta que le digan delfín porque se debe pensar que los delfines son libres como pájaros, que saltan, que bailan, y que entonces su mujer y el hijo bobo y la silla de ruedas y el suegro quedan en otro planeta. Así que aprovecho y le hablo de cómo saltaba rejas y cercos y paredes y ventanas, le invento aventuras de cowboy con las chuletas del barrio y entonces a él se le empiezan a encender los ojos, los ojos llenos de amor, de acordarse cosas, y a mí se me va eso de que Tavo tiene cuarenta años de peste encima. Y hasta se pone a hablar, sí, el que nunca larga buzón anzuela una historia vieja y me cuenta de una clienta de cuando él recién largaba con esto de limpiar piletas, hace diez o quince años, antes de trabajar para el Rey de Reyes. La mina era viuda y tenía una nena de doce o de trece que se había enamorado de él y que cada vez que él iba se le paseaba por los ladrillos del borde de la pileta y hacía clac-clac con unas ojotas con suela de madera, y a él la nena le gustaba porque era graciosa y divertida, hasta le contaba chistes que aprendía en la escuela, chistes verde moco y algunos medio mete-pan, y cuando se acuerda de eso dice cómo iba a hacer algo con esa nena, cómo iba a mirar a mi mujer después de eso, una patada, y dice que la nena después se puso de novia y que el novio era bastante más grande que ella y que la mamá no la cuidaba y que una vez él los escuchó en la pieza, la nena gritaba, le dolía, y él gritaba, le gustaba, y al final un día Tavo lo encaró solo, le cruzó la chata y le bajó el parabrisas con una llave francesa. Y después, cuando la nena se fue con otro y con otro y con otro, Tavo se dio cuenta de que estrujar a ese fosforito había sido mondongo, sí, matambre, porque todo eso no era por culpa del novio sino de la madre, y de la nena. Así que después de acordarse de todo eso Tavo dice bueno, Yuyo, no la dejemos pasar, y yo digo claro, claro, y mis ganas de amasarme a la rubia son una zanja llena de riñoncitos crocantes.
Pero en el medio la rubia llama al Rey de Reyes y le dice que esta semana no vayamos a limpiar y que la otra tampoco y nos tiene así como aljibes hasta que un día llama para pedir cloro y el Rey de Reyes me manda a mí. La emoción de un cornalito que zafa del mediomundo. Cuando llego ella me dice pasá, nene, seguime, y me hace entrar a la casa y yo digo dónde querés que deje el cloro y ella te dije seguime y entonces la sigo, cuadros pompa, adornos rufián, al de esa foto lo conozco, y después vamos por un pasillo de techo alto y plantas que cuelgan y ella abre una puerta y hay una escalera que va para abajo hasta un sótano, y cuando llegamos me dice dejá el cloro acá, éste es el lugar, y prende una luz y el sótano está lleno de trapos viejos y olor a pasto seco, a fardo, y sí, miro bien y hay fardos en el fondo, casi no se ven y cuando trato de acercarme un poco ella se me viene encima y parece que va a bajarme el pantalón o algo así pero no, pasa de largo y dice vengan mañana, nene, los dos, la pileta está tan sucia…
Tavo no lo puede creer. Me dice que exagero y puede ser, mucha pimienta, pero la verdad es la verdad, Tavo, ¿cómo querés que te lo diga?, ¿ají?, ¿pimiento?, ¿morrón?, vos me conocés. Y mucho no me conoce, arena, canario, pero igual un poco me conoce y me dice bueno, Yuyito, mañana vamos.
Esa noche sueño con un tobogán, un felpudo y un guiso de lentejas. Me tiro por el tobogán, me como el felpudo y de regalo me dan el guiso; pero al final soy un felpudo. Después, por un costado, un ninja sin cabeza me tira cuatro estrellitas y las esquivo, qué gracioso. Pero después resulta que no son estrellitas, son búmerangs que vuelven y me pegan en la nuca. No me muero. Igual, después me pisa una cosechadora y una moto de motor dos tiempos que hace ruido a bordeadora. Y esa moto va y viene y me pisa varias veces hasta que me despierto con el ruido del vecino que corta el pasto.
Después pasa Tavo. Dice vamos, Yuyo, ¿te quedaste dormido? No, ¿cómo me voy a quedar dormido, jabalí?, hoy estoy hecho un tornado. No hay mucho sol, lindo día para limpiar piletas, muchas, rápido que hay que terminar todo antes de almorzar, así nos queda la tarde libre para ir a lo de la rubia. Transpiramos. A la rubia le debe gustar así, máquinas. Comemos los sándwiches de dos bocados y en lo de la rubia Tavo estaciona la chata y hace todo despacio. Cerremos bien, dice, no vaya a ser que nos roben algo y después al Rey de Reyes qué le decimos, que estábamos acá para qué. Para lo más importante que hice desde que empecé a trabajar con ese laucha, pienso, y digo sí, tenés razón, Tavito, cerremos bien todo. Después, Tavo toca el timbre y le digo no, Tavo, ahora el timbre no anda, hay que tocar la campana con una soga que hay atrás de… Y cuando voy a estirar la mano para pasarle la soga me dice esperá, a lo mejor lo arreglaron, no vamos a despertar de la siesta a los vecinos, acá al lado vive una enana envidiosa que capaz que si sospecha algo nos mecha panceta, morrón, tomate, y nos tira a la parrilla. Así que esperamos un rato, tocamos el timbre varias veces y al final Tavo dice bueno, ¿dónde está esa campana? Tenía razón, a esta hora el ruido debe escucharse en veinticinco cuadras a la redonda. En la casa de Tavo la mujer debe estar mordiéndose las encías, y en la casa del suegro de Tavo el tipo debe estar eligiendo un cuchillo para venir a zanjearlo desde el ombligo hasta el culo.
Esperamos un rato pero nadie atiende. La rubia se hace rogar; ya va a rogar ella. Cuando entremos a descorchar le hacemos la Navidad, el Año Nuevo y un par de carnavales. Después, entre las cañas del cerco, vemos que alguien se acerca a la puerta. Sombrero negro, traje negro, corbata negra, ¿es el padre?, ¿se murió el canario o el padre de esta rubia es funebrero? Pero cuando llega al portón, queso gruyère, porque resulta que el que nos abre no es el padre de la rubia: es la rubia. ¿Es la rubia? Sí, camarón, camaleón, cangrejo, bicho canasto: el traje le queda grande y abajo del saco no tiene nada, ni la bikini, y la corbata está mal puesta y anda en patas, como siempre, ¿qué le picó para vestirse así?, ¿un mosquito brasilero? Y cuando estamos por decirle hola linda o algo así ella pone voz grave, ronca, y dice disculpen, ustedes deben ser los de la pileta. Un par de lágrimas le derrapan en la mejilla. Se me afloja la mandíbula como la vez que me hicieron manivela en el furgón. Después la guacha dice: hoy no van a poder limpiar, estamos de duelo, ayer murió mi querida hija, sí, pobre ángel, un accidente, mi mujer y yo estamos destrozados. Y entonces desde atrás se acerca un rubio grandote vestido de mujer, el novio de la rubia, tan inflado que si lo apretás se hace pis. Y desde más atrás, otro rubio grandote se asoma y los llama. Tiene puesta una sotana y hace ula-ula con una corona de flores. Los rugbiers son momias con olor a colonia para bebés, pienso mientras el novio agarra a la rubia de la cintura y se la lleva para adentro.
Nos quedamos sin saber qué hacer. Los pajaritos cantan. Al final, Tavo abre la chata y dice subí, Yuyo, paciencia, y cuando subo arrancamos.
Ahora el cielo está despejado y el sol alto es un dardo venenoso. En las dos primeras cuadras, todas de tierra, casi vomito. Las venas se me ponen duras, sangre de tierra seca, pan rallado, tosca. Después, dos cuadras de asfalto. Tavo no dice nada y va tan lento que parece que se va a quedar. Después sí, dice algo que no tiene nada que ver, Chapulín, pero que para él algo debe tener que ver, no sé, dice que él al papá de la rubia lo conoce. Del Bingo, dice, ese es jugador, tiene más deudas que una uña encarnada. Y la hija también es bastante jugadora, por lo que se ve… Y sigue: como mi viejo, como el viejo de esa nena que te conté, yo no sé para qué juegan si al final… Todos los jugadores se suicidan, seguro que el de la rubia también se suicida, algún día. Y como no sabe qué más decir acelera un poco. Pero en la esquina, antes de doblar, antes de un lomo de burro, frena. ¿Qué pasa? Dos perros mueven la cola adelante de una tranquera. Tavo baja, agarra uno de los barrales, le saca el barre fondo, se fija que esté firme, va para donde están los perros y cuando llega les empieza a pegar. Uno se le prende del pie pero Tavo lo saca de una patada y le dobla el barral en el lomo. El otro, más chico, salta un arbusto, se tropieza en la zanja y al final se escapa, rata. Y Tavo sigue pateando al grande, fuerte lo patea. Y del otro lado de la tranquera, en dos patas, la lengua afuera, la perra en celo que fueron a buscar los perros.
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