› Por Selva Almada
Hace unos años, mi tío Cacho se suicidó pegándose un tiro en la cabeza. Era hermano de mi padre, hijo del segundo matrimonio de mi abuelo, y uno de mis tíos favoritos cuando era niña. Quizá porque vivía en el campo y yo no lo veía tan seguido y cuando iba a quedarme a lo de los abuelos, en el verano, él me llevaba a todas partes: a bañarme en las arroceras de los vecinos, a pescar, a andar a caballo, a robar choclos, a enterrar huevos de tortuga en el patio y mirar todos los días a ver si brotaban los pichones.
De más grande, otra cosa me llamó la atención de él: que cada tanto, se perdía por algunos años. Recuerdo que estuvimos tres o cuatro años sin saber de él cuando se fue a trabajar de cosechero a Formosa. Los primeros tiempos mandó cartas, regalos, plata para sus padres y hermanas menores. Después se esfumó y no supimos nada de él. Y un buen día apareció por mi casa, barbudo, con el pelo largo, las alpargatas despedazadas, la ropa sucia: semanas enteras viajando un poco a pie y otro poco a dedo, para volver al pago. De su aventura formoseña, contaba historias que me fascinaban. Allí se había emparejado con dos hermanas y vivían los tres en el mismo rancho. Allá había conocido el contrabando y las inundaciones que traían lampalaguas desde Brasil, enroscadas sobre los camalotes.
Después volvió a perderse. Entonces yo tenía doce años y ya no volvería a verlo nunca más. Se escapó con la mujer de su mejor amigo, embarazada de una de las dos hijas que tuvieron juntos, mis primas a las que apenas conozco.
Esta vez se perdió en el conurbano bonaerense y estuvo casi diez años sin regresar. Volvió cuando operaron a mi abuelo y alguna vez más, pero yo ya no vivía en el pueblo. Sí coincidió una visita mía a lo de mis padres con el viaje de su esposa y las hijas, que eran unas nenitas. Esa vez, su mujer me dijo: vos siempre fuiste la luz de los ojos de Cacho. Y me impresionó mucho que me dijera eso, nunca se me había ocurrido que yo fuese tan importante para mi tío. A los pocos meses, se voló los sesos.
Entonces empecé a escribir una serie de relatos que rondan en torno de su suicidio tan inesperado, al menos para mí. Estas historias se publicaron en el libro Una chica de provincia (Gárgola, 2007), bajo el título En familia.
Pero una de ellas, ésta, “El regalo”, había quedado afuera de la selección que hicimos con el editor. La anécdota disparadora del relato es que, estando en Formosa, Cacho le mandó este regalo a su hermana. Y tiempo después, falto de plata, le pidió que se lo mandara de vuelta, para venderlo.
En 2010, “El regalo” se incluyó en la antología Timbre 2. Veladas Gallardas (editorial Pulpa), un libro de crónicas y relatos de, en su mayoría, discípulos del escritor Alberto Laiseca.
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