Jueves, 7 de febrero de 2013 | Hoy
Por Marcelo Figueras
En 2010 un productor español me encargó una historia para una serie policial. La serie no se hizo y yo olvidé la anécdota, pero no a El Niño del Gorro de Lana. Que surgió como un personaje secundario y se quedó a vivir en casa, tal vez para demostrarme que, al igual que su alter ego ficcional, era un sobreviviente. Desde entonces sus ojitos me siguen donde voy, al igual que “los del Jesús de la lámina del templo”.
No entiendo bien qué hace El Niño entre mis textos. Molesta en todo sentido: no se acomoda a los géneros que frecuento, a mis vicios de narrador, a mis planes de obra. Gracias que comprendo que tiene algo que ver con ciertas admiraciones, que hasta ahora me habían marcado apenas: Victor Hugo (ah, Quasimodo), Arlt, el Jean Genet que santifica criminales sin coartadas ideológicas, mi muy llorado Favio.
¿Hace falta que aclare que El Niño no se conforma con este cuento?
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