› Por Guillermo Martínez
El cuento por su autor
“El recuperatorio” pertenece a mi primer libro de cuentos Infierno grande, y lo escribí cuando tenía unos veinticinco años. Tiene, como casi todos mis relatos, un primer acorde autobiográfico: yo también, como el protagonista, estudiaba en esa época Lógica matemática, yo también daba clases en la Facultad de Exactas y no era mucho mayor que mis alumnos. Lo que quiero contar no es, sin embargo, la confesión trivial de cuánto hay de real en la historia (creo todavía que la literatura tiene su realidad suficiente y propia) sino una lectura para mí muy reveladora que en esa época lejana hizo Ricardo Piglia. Yo le había llevado un ejemplar de mi libro recién publicado y él tuvo el gesto generoso e imborrable no sólo de leer todos los cuentos sino de intentar descubrir en el conjunto una figura. Me dijo entonces que advertía en mis historias una confrontación entre lo caótico –o amenazante– de lo real y protagonistas que tratan de dominar con su racionalidad ese elemento de turbulencia y peligro. En casi todos los demás casos, observó, la racionalidad lograba resistir y sobreponerse. Pero en “El recuperatorio” quedaba inerme, derrotada. Sin que me lo dijera, me di cuenta de que esta derrota de la razón secretamente lo complacía.
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