Publicado el 7 de diciembre de 1997

Lo primero que dice Tortonese, antes de que llegue su otra mitad, es que si la nota va en serio, hay que procurar que Urdapilleta se mantenga alejado de cualquier botella con contenido alcohólico. Lo primero que hace Urdapilleta cuando entra al living de lo de Tortonese es levantar la botella marrón de cerveza que hay en la mesa, ponerla a contraluz, marcar entre el pulgar y el índice los tres cuartos que faltan y decir “Esto es Tortonese”; luego de tomarse lo poco que queda, agrega: “Y esto es Urdapilleta”. Lo segundo que hace es preguntar: “¿La nota es en serio, o tenemos que parecer dos boludos haciéndose los graciosos?”.

Antes de que empiece la larga charla de miércoles por la tarde (que terminará en la madrugada del jueves), algunas apreciaciones más o menos pertinentes para entender por qué el Frankenstein que conforman Urdapilleta/Tortonese es más que la suma quirúrgica de cada uno de sus miembros. Porque no es lo mismo hablar con Urdapilleta durante cada uno de los viajes de Tortonese hasta la esquina para volver con cerveza o champagne. Ni hablar con Tortonese durante cada una de las distracciones en las que Urdapilleta va alcoholizando cada vez más sus democráticas mezclas de Coca-Cola y J&B. La Bestia Bicéfala tiene sus propias reglas: el ejercicio artístico logra su máximo esplendor cuando ellos se divierten y se sorprenden tanto como el público, y todo tiene una irremediable pendiente hacia esa zona que denominan “el desconche”. El cándido uso del femenino como encantadora muestra de cariño (“Servime un poco más, no seas guacha”) es una pieza indispensable, así como la impiadosa vara para medir los efectos de las intervenciones de la Bestia Bicéfala en la vida artística (y privada) de terceros (“Otra carrera que arruinamos”). Ahora, Urdapilleta/Tortonese toman la palabra.