Vie 19.01.2007

VERANO12 • SUBNOTA

EL DESCONCHE

En una entrevista exclusiva con Página/12, único medio que aceptaron recibir (ni siquiera dan entradas de prensa para su espectáculo), y bajo la piel de esa suerte de Bestia Bicéfala que forman, Urdapilleta y Tortonese pasan revista a sus años salvajes y al bendito underground, explican por qué decidieron no dar entrevistas a ningún medio, cuentan sus obras inéditas y el proyecto de película que albergan en un cuaderno, y hablan de Batato Barea, el hermano del alma con el que han logrado volver a trabajar.

KETTY Y YOLY Y CHICHITA, Y OTRAS CHICAS DEL MONTON

“Todo empieza siempre con la frase Tenemos que hacer algo: ahí empezamos a tomar. Así, borrachos, nos armamos montones de obras que después nunca hacemos. Y las que hacemos son en su mayoría retazos de borracheras. En la época del Parakultural, nos juntábamos en un departamento de mis viejos en Piedras y Venezuela con discos de vinilo y botellas varias. Una noche llegamos a armar once sketches que nos duraron años: Chichita, Ketty de Pirolo, Yoly de Berreteaga, La Tragedia Polaca. La verdad es que nunca funcionó eso de Bueno, hoy creamos en serio, porque es una magia entre nosotros, y la magia funciona mejor con bebidas de por medio. Yo tengo una casa en Miramar, en la mitad del campo, y una vez nos fuimos una semana a crear: chupamos como locos, estuvimos toda la semana en pedo y cagándonos de risa, pero volvimos con el cuaderno en blanco”, desarrolla Tortonese a manera de explicación de los big-bangs creativos en el universo Urdapilleta/Tortonese.

JOYAS

Están, entonces, los retazos que se estrenan y los que quedan flotando en sus cabezas como ominosos recuerdos de borrachera: de más está decir que es infinitamente superior el número de borracheras y de obras nunca estrenadas. Y que no hay pruebas escritas de esas ideas, como inevitable resultado de la ecuación botellas vacías/cuadernos en blanco. Pero a la hora de poner a prueba la cultura alcohólica neuronal, parecen retener todos los detalles. Si el fin de los ochenta los encontró descorchando y desconchando con Batato Barea en el Parakultural, los noventa los recibieron con aquella pequeña diatriba personal contra la ingeniera de los desnudos y los visones llamada María Julia, la carancha (una dama sin límites). Y es probable que el fin de los noventa los encuentre en lo que puede suponerse que será la orgiástica síntesis de época, la Gran Obra Argentina Salud: Alhajas. “Es una fiesta monumental en la que pasa de todo, muy a lo Scarpa con su carpa, un desconche total, con ponche que tiene ácido adentro, y todos tan locos que alguien asesina a una mucama, y a nadie le importa mucho quién es el asesino, porque la muerte de la sirvienta es como un entretenimiento más en la fiesta. Para la obra no tenemos más que revisar y recortar esas entrevistas de Gente y Caras, y la idea es que la Vernaci sea la voz en off, o la periodista que cubre el evento. Porque la elite siempre fue medio frívola, pero ahora es de lo más pelotuda. Quizá la hagamos en el 2000. O en el ’99.”

A la hora de las sugerencias, Urdapilleta/Tortonese se ríen de la idea de poner algunas localidades más caras con el único propósito de pronunciar una de las más grandes frases en la historia de los escenarios. “Los asientos de arriba pueden aplaudir, la platea puede hacer sonar sus alhajas” (John Lennon). “No, lo de la gente que nos viene a ver es pura bijouterie”, dice la Bestia Bicéfala.

DIVAS

La noche del estreno de La Moribunda no hubo entradas para la prensa: todo crítico que quisiera ir tenía que pagar. Lejos de un divismo a lo Greta Garbo, la versión Urdapilleta del asunto: “No es que no queríamos prensa, pero tampoco queríamos darles servida la posibilidad de que vinieran para que después escriban críticas en las que te das cuenta de que se durmieron a la mitad de la obra. Ellos tienen una visión del teatro y nosotros otra. Y el nuestro no es teatro para ellos, porque no les gusta, y punto. Entonces tampoco nos interesan sus críticas. Al estreno de Carne de chancha la crítica ni siquiera vino; recién apareció cuando ya era un modesto éxito. Después hicimos teatro más oficial, con el Cervantes y el San Martín; por eso empezaron a aparecer todos esos críticos. Pero ahora que estrenamos una obra nuestra, son capaces de meterse, los muy guachos. Eso era lo que queríamos evitar”.

Addenda Tortonese: “Los críticos son unos bichos, actores frustrados que se ponen en esa pose de a ver qué hacen. Y no son los únicos. Me acuerdo haber escuchado al hijo de Gené diciendo que, como no andaba bien como actor, había decidido ser director. Y qué decir de los hijos de actores que heredan la profesión. En el ínterin, laburás gratis para un montón de periodistas y te gastás una fortuna para que una persona organice la noche de prensa. ¿Para qué?

PRINCESAS (UN INTERLUDIO)

Tortonese acaba de volver de una reunión en Canal 9, donde le ofrecieron, junto a Urdapilleta, hacer una sitcom con Juan Darthés y Raúl Taibo. Todavía lo están pensando. Pero el grito de “No sabés a quién me crucé, y por supuesto no saludé” funciona como perfecto abracadabra a uno de esos grandes momentos en la vida de Urdapilleta. A saber: después de una función de Recuerdos son recuerdos, Urdapilleta se acercó a la mesa en la que estaban joven-actriz-hija-de-Rey-presidenciable y su madrina-actriz. La Picchio felicitó al actor con desenvuelta algarabía, pero cuando Urdapilleta le preguntó a la princesa-ahijada si le había gustado el espectáculo, ella miró a la lontananza y soltó: “Sos parecido a Gasalla”. Urdapilleta terminó comiendo con la madrina, la ahijada y algunas personas más. En las monosilábicas respuestas de la joven actriz terminó de fermentar el sabor del encuentro, el gran-momento Urdapilleta. Se levantó, se despidió, y sin la menor impostura le aconsejó: “Y vos, mi vida, ¿sabés lo que tenés que hacer, mejor? Volvete a Miami”. Urdapilleta está seguro de que no va a votar a Palito.

SEÑORAS GORDAS

“Nuestro gran momento con la crítica fue cuando hicimos Sandra y Celeste no van a la escuela, en las vacaciones de invierno del noventa. Eran intervenciones que hacíamos con Batato y Alejandro entre las canciones de las chicas (Carballo y Mihanovich): éramos tres maestras que se sacaban el delantal y se volvían reputas. El día del estreno estaban todos los periodistas: Rottemberg, la Mónica Cahen D’Anvers, y me habían pedido que no dijera mi última frase porque estaban estas celebridades. Alejandro tenía tal pedo que le pasó el culo por la cara a toda la fila tres, donde estaban todos éstos sentados. Yo no me pude resistir y al final me paré y dije que no me dejaban decir mi última frase. Y la dije, por supuesto.”

La frase en cuestión decía: “La conchita de Celeste es agreste / la de Sandra es lavanda / Si juntamos lo agreste y la lavanda / formamos una sola baranda: la de Sandra y Celeste”. Según Tortonese, al día siguiente se enteraron de que los críticos se habían puesto de acuerdo para no hacer la reseña en ningún lado porque “ese underground se había metido muy fuerte en el espectáculo de las chicas”. Urdapilleta elabora su propia autocrítica de aquella epifanía: “Es verdad, por culpa nuestra se separaron. Otra carrera que arruinamos”.

MIRTHA Y SUSANA

Hubo un tiempo, después de Sandra y Celeste... (y por la misma época en la que Riki Maravilla era el furor antropológico en las fiestas de Punta del Este), en el que la Bestia Bicéfala recibía innumerables invitaciones para almorzar con Mirtha y boludear con Susana y explicar cómo era eso de venir del under y trabajar con Gasalla en la tele: “Hubo un tiempo que fui hermoso y fui under de verdad”. Pero no.

“Nunca fuimos. ¿Qué mierda querían saber? ¿Cómo era ir de under al Cervantes o a Canal 13? Tomando un taxi, nena. El under, qué hinchapelotas. El under era un lugar minúsculo con goteras, techos que se caían y que estaba abajo de un conventillo. Y en el que a las cuatro de la mañana terminábamos con un reportaje a un rockero o actor. ¿A qué personaje le podés hacer, hoy, una nota a las cuatro de la mañana?”, dice Tortonese.

Hoy, con las aguas aquietadas por el final de fiesta menemista, los hinchapelotas sedimentan y cunde una suerte de displicencia woodstockiana: antes les preguntaban azorados cómo era, y ahora resulta que todos estuvieron ahí. Urdapilleta: “Es increíblemente divertido cuando se acercan diciendo que te conocen del Parakultural, y vos lo mirás y primero no sabés ni quién es, y segundo pensás que se lo hubiesen comido si pasaba por la vereda de enfrente siquiera. Incluso hay muchos actores que ahora dicen que trabajaron en el Parakultural, como el hijo de Porcel. Pero la verdad es que yo a ese gordo nunca lo vi”.

ESTRELLAS

La máxima del pequeño y embotellado manifiesto de la Bestia Bicéfala se leería: “Queremos que venga gente que se quiere divertir, no ver teatro”. Ninguna de las partes de la Bestia va al teatro: “Yo no voy nunca, odio el teatro, me peleo con mis amigos actores porque no les veo las obras, pero te invitan a ver cada cosa que es un plomazo. Como espectador me aburro con este teatro tan cuidadito en el que no pasa nada. En eso sí queremos recuperar el espíritu festivo de los ochenta”, dice la mitad Tortonese. El cine les gusta más, dicen. Y no sólo verlo: otra de las ideas que duermen el sueño de la resaca creativa es Sin piedad, título de película que haría honor al slogan No lo vas a poder creer o Nunca te atreviste a tanto: Urdapilleta protagonizaría a una vieja aristocrática y pincheta con campo en la cordobesa Ascochinga, de donde secuestraría a una chinita protagonizada por Tortonese para llevarla de mucama a su penthouse neoyorquino. Pero la chinita se da cuenta de que la vieja es la cabeza de una red de tráfico internacional y escapa por las calles neoyorquinas, donde es violada “por un negro tremendo”. Una vez atrapada, la china vuelve al pago... pero loca y, además, embarazada del Anticristo. Fin. “Necesitamos la guita porque tiene unos exteriores que nos suben un poquito los costos. Pero puede estar buena ¿no?”, comentan. Cuando se les pregunta si la china da a luz y todo eso, se limitan a contestar: “Eso lo dejamos para la segunda parte, cuando ya estemos forrados en guita”.

CHETAS Y CONCHETAS

“Nosotros armamos la obra a partir del lugar y especialmente para cada lugar. Poemas decorados lo armamos para El Club del Vino. Lo vimos medio conchetón, y además queríamos hacer algo más tranqui, sentados. Entonces armamos algo tipo café-concert, con dos minas llamadas Anaola Sorongo y Herminia Luchetti, que salían del loquero y daban una serie de conferencias sobre la locura y la desesperación. Y recitábamos poemas nuestros.” Apenas Urdapilleta termina esta explicación, Tortonese se para y recita: “Pijas colgantes / sembradío de garchas / huevos al acecho / pijas enroscadas adentro de los calzoncillos / vergas, garompas, pedazos de mampostería / gauchos con un solo huevo / pijas de los vestuarios / sacudidas de algarabía / mingitorios, crematorios, panqueques, morcillas / condones pinchados / ochocientas sesenta y dos pijas por metro cuadrado / pijitas fláccidas de los mormones / y millones de pitilines / pijas y más pijas”.

“Y sí, era medio conchetón”, dice Urdapilleta mientras aplaude. Lo último que habían hecho juntos era Carne de chancha, la historia de dos amigas de la oficina: una muy cogedora que sacaba a la otra y la terminaba emborrachando y emporrando al grito de “¡Vamos a hacer toda la noche underground!”. Según ambos, La Moribunda no va así, al desconche: “Es más armada”.

HERMANAS

“Hay una sensación única: la de encontrar gente que es par tuya, con la que te juntás porque te gustan las mismas cosas. Eso es lo que me pasó cuando conocí a Batato y a Alejandro. Nunca ensayábamos. Batato me llamaba y me decía: ‘Esta noche hacemos algo’, nos juntábamos un rato antes y subíamos, cada uno con sus poemas y ahí había una obra.”

Como en la desesperante espera de Godot, o en la desquiciada ausencia de la Cantante Calva, la Moribunda nunca aparece en escena. Mucha gente sale del teatro adivinando quién es el personaje ausente. Urdapilleta dice: “Desde hacía tiempo queríamos un tercer personaje que no apareciera, que estuviera pero que no se viera. En esta obra está nuestro pasado con Batato, sin que sea un homenaje ni nada por el estilo. Esa situación que nosotros vivimos de tener una hermano-hermana que agonizaba y que murió. Cuando la empezamos a armar, queríamos algo en tono trágico, y apareció Batato como una hermana a quien adoramos. Que apareciera nos hizo las cosas más fáciles: cuando éramos tres, armar historias con conflictos era más fácil, y esta vez volvió a ser así.”

LOCAS

Breve sinopsis de La Moribunda (una tragedia en cuatro estaciones) a cargo de Tortonese: “Son dos hermanas que están completamente locas, Karen y Kara Te Kanawa, que están unidas por la hermana mayor que se está muriendo. La moribunda es la cantante lírica Kiri Te Kanawa, que está en su cuarto, en el entrepiso que tiene el escenario. El sótano en que viven y ellas mismas son algo así como lo que quedó de lo que era: la decrepitud de una familia que tuvo momentos de esplendor. Lo único que les queda es la estrella moribunda”. Claro que esto es apenas la punta del iceberg casi psicótico que habita dentro de la Bestia Bicéfala: “Aunque nunca se diga, creemos que el escenario es el sótano de la casa después de una guerra. En la superficie está la Cruz Roja repartiendo alimentos en latas, se quebró el eje del mundo y la televisión lo maneja todo”.

El pico más alto y literario de esta psicosis creativa a la hora de inventar la historia está en el Diario de Karen, que Urdapilleta escribió en un cuaderno Rivadavia: “A la obra no le aporta nada porque no digo ni una línea de lo que escribí ahí. Pero a mí me sirve, y además me cago de risa escribiéndolo”.

La Moribunda puede ser vista como el reverso dark de la majestuosa Alhajas. O el himno funerario de las familias aristocráticas después del menemismo. O como la caída familiar a secas, en un país en el que todo sube como mera excusa para justificar la caída. Urdapilleta se ríe y dice que, si sirve para despotricar contra Méndez, le encanta: “Pero eso no pasa sólo en la Argentina. El mundo entero vive en el desconche. Y no me gusta el mundo actual. Mi mente ya es como la del Unabomber, pero sin la bomba. Me hace mal prender la televisión: ¿cómo puede ser que haya un programa de una señora que almuerza hace cuarenta años? Esa es la gente que marca el rumbo mental del inconsciente colectivo argentino: Mirtha es la mamá, Neustadt es el papá, Grondona es el hijo bueno, Tinelli es el loquito y Susana es la hija reventada... Después te llaman para hacer cosas de humor en la tele. No me queda más que contestar que yo no tengo humor en este momento. ¿Para qué? Si están todos compitiendo para ver quién es el más vivo de la clase. Gente grande que se comporta como los que tiran la tiza a la maestra desde el fondo y se hacen los boludos. Así, no tengo ganas de hacerme el gracioso. En serio”.

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