Mar 19.02.2008

VERANO12

GEORGE ORWELL X CHRISTOPHER HITCHENS

› Por Christopher Hitchens

La figura

Glaciares mentales y morales derritiéndose levemente

Delatan la influencia de su cálida intención.

Porque él nos enseñó lo que lo real significaba

El crudo invierno aferra a su presa con menos fuerza.

No todos agradecieron su ayuda, se entera uno,

Ya que cómo lo odiaron, quienes se agazapaban con

El consuelo de un rápido mito terapéutico

Contra el mundo frío y sus mentes más frías.

Morimos de palabras. Para las piedras angulares él restableció

A la persona real, al suceso o a la cosa real;

–Y así vemos no la guerra sino el sufrir

como la conjunción que debe ser más aborrecida.

El compartió con un gran mundo, para fines más grandes,

Esa honestidad, una curiosa y astuta virtud

Que compartes con los pocos que no han desertado.

Una docena de escritores, media docena de amigos.

Un genio moral. Y la búsqueda de la verdad trae

A veces una estupidez que vemos de soslayo,

Como Darwin tocando el fagot a las plantas;

El también tenía lapsos, pero no reclamaba alas.

Mientras aquellos que ahogan la parte empírica de una verdad

En ditirambos o dogmas se tornan frenéticos;

–Comparados con quienes ningún escritor podría ser menos poético

El dejó esta lección para todo verso, todo arte.

ROBERT CONQUEST, George Orwell (1969)

- - -

Las estrofas precedentes fueron escritas en una época glacial, y se refieren a un período anterior de una frigidez casi polar, la “medianoche del siglo”, revisada a través de la óptica de la Guerra Fría, con la perspectiva adicional de un “invierno nuclear” nunca lo suficientemente remoto como para descartarlo. Pero la frialdad del comienzo se redime de inmediato por un resplandor amable, y ese resplandor se renueva a través del brillo subsiguiente de la amistad hasta que cubre las últimas líneas con algo parecido al fuego.

Todavía no hay respuesta a la pregunta de si la integridad y la honestidad son o no virtudes frías o calientes, e Inglaterra puede ser un lugar húmedo para ubicar esa pregunta. “La conciencia invernal de una generación” fue el subtítulo de Jeffrey Meyers para su biografía de Orwell en 2000, frase que había sido extraída de las tibias páginas de V. S. Pritchett. La obra del mismo Orwell se ocupa en gran medida de los efectos desmoralizadores del punto de congelamiento, y no está libre por completo de la convicción ancestral de que una zambullida fría es algo bueno. Pero esta persona desaliñada y elevada sufrió sus dos epifanías cruciales en los climas tórridos y bochornosos de Birmania y Cataluña, y su obra, en su forma contrabandeada, encendería más tarde una chispa en las Siberias del mundo que calentaría los corazones de estremecidos polacos y ucranianos, ayudando a derretir el permagel del estalinismo. Si Lenin no hubiera pronunciado la máxima “el corazón ardiente y el cerebro frío”, podría haber sido adecuada para Orwell, cuya pasión y generosidad sólo rivalizaban con su distanciamiento y su reserva.

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