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El cuento por su autor

La Biblia, antología de cuentos, fue una brillante idea de Esther Cross y Angela Pradelli. Eligieron personajes del Antiguo Testamento y encomendaron a varios escritores argentinos que narraran sus historias. La distribución fue al azar. A mí me tocó Absalón. Busqué en una vieja y digna biblia del 1900 que había sido la de la familia de Noé (Jitrik, redundante aclararlo, a quien no le tocó la historia del Arca...). El padre ruso la leía en la sobremesa de las noches de la pampa a la luz de una lámpara de kerosén. Sus últimas páginas estaban reservadas en blanco para escribir allí ocurrencias, recuerdos, nacimientos de hijos, muertes. Pero cuando buscamos esas “notas” misteriosamente no estaban, habían desaparecido, para permanecer sólo en la memoria del último superviviente de la familia.

Absalón sí estaba. Su perturbadora belleza, total, desde el pie hasta la crisma, me incitó a dibujarlo en mi imaginación. Ese pie perfecto caminaba por las calles de mis sueños. Y qué decir de su cabellera. Fantasías que las escrituras atizan por más sagradas que se pretendan. La consigna de las antólogas era desprenderse de lo bíblico, traer a este mundo hollado por simples mortales la figura del tercer hijo de David. No recitarlo en forma dramática como Tirso, ni rastrear su tragedia en Absalón Absalón de Faulkner –tamaña audacia– y quedarse quizá con algunas imágenes de Tamar y Amnón de Federico García Lorca como respaldo simbólico, esos versos inigualables de amor encendido e imposible.

En mi tarea me salí de la antigüedad sin darme cuenta. La cabellera de Absalón estuvo en el centro de cierta domesticidad femenina. Manos de mujeres, madres, hermanas, nodrizas hechas para desenredar promesas y liberar las notas de un desplazamiento que encanta por su ritmo y lleva a la música, esos “vaivenes” que inventé para voz e instrumento y que describen el andar de un hombre que aparta el silencio del aire con su marcha cadenciosa. Amnón melancólico incuba su deseo amoroso por Tamar hasta que la descubre en un despliegue de intenso erotismo: ella cocina manjares, sus manos soban la masa del pan y su cuerpo se inclina sobre la mesada mostrando sus atributos. En su reclusión de mujer ella borda. El delgado hilo que va y viene es otro vaivén, el de un avance que diseña sobre la tela el mismo pájaro que Amnón amaestra en sus horas de silencio. Lo que él no puede amaestrar es la pasión por su hermana. Irrumpe, se transforma en posesión, destruye lo fraterno, envilece el poder y confiere a la guerra por el reino un signo todavía más trágico.

Del rey David que cantaba mañanitas y no tocaba vaivenes preferí una imagen grotesca. Borracho hasta las manos y regocijado por las viandas que le había preparado Tamar para una gira política con su corte de adulones, baila fuera de control y profiere groserías. Una banda toca instrumentos que pretenden ser de época. Amnón, que es de la partida, lo desprecia y castiga con un silencio reprobatorio, comprometiendo su condición de heredero del trono.

Pero esta introducción amenaza con ser otro cuento. Dejemos ahí. Absalón fue escrito a pedido. Responder a la idea de las escritoras Cross y Pradelli fue una incitación que me sacó de una prolongada inacción. Que vengan más pedidos.

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Imagen: Rafael Yohai
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