Martes, 17 de enero de 2012 | Hoy
Por Angela Pradelli
A veces escribimos cuentos de historias que ya sucedieron.
Para resumirlo salvajemente, “Alicia” es un relato en el que un hombre encuentra en la calle un maniquí, se lo lleva a su casa y llega a creer que es una mujer y que esa mujer es su pareja. La tarde en que por fin terminé de corregir el cuento, salí a caminar para cambiar el aire. Era julio, sábado, hacía mucho frío y empezaba ya a atardecer. Por esos días yo buscaba un escritorio antiguo, así que fui hasta el negocio de compraventa de Antonio. No es un local, es más bien un predio con galerías semiabiertas que bordean todo el lote. Con frecuencia una se encuentra allí con verdaderas perlas que sobrevivieron a las garras de los anticuarios de modacuyos dueños suelen venirse hasta Adrogué a en busca de piezas bellas.
Ese día, como decía, buscaba un escritorio.
–Acompáñeme –me dijo Antonio.
Empezamos a internarnos en las galerías atiborradas de muebles, porcelanas, valijas, estantes con copas, sombreros y relojes antiguos. Bastante oscuro ya, caminábamos iluminados por lamparitas que desde los techos altos irradiaban una luz amarilla y bastante tenue. Es cierto, yo buscaba un escritorio pero me fui retrasando por el camino, atraída aquí y allá por algunos cuadros, una cocina económica, y tantas cosas que aparecían a medida que nos dirigíamos a la zona de los escritorios. Ya habíamos pasado dos o tres tramos de galerías cuando vi, a mi izquierda, sobre el ángulo de la pared, un maniquí con cuerpo de mujer sentada (o sentado) sobre una chiffonnier. Me detuve. Antonio había seguido caminando y estaba cada vez más lejos. Se dio vuelta y desde allá me gritó que avanzara. Después de unos minutos, Antonio se resignó y vino hacia mí. Me encontró mirando el maniquí.
–Y ahora qué pasa –preguntó.
El maniquí tenía los mismos ojos, el mismo pelo, la misma medida que la protagonista del cuento.
–¿Tanto lío por un maniquí?
–No, es que…
–¿Sabe lo que me pasó? –me preguntó él.
A veces se escriben cuentos de historias que sucedieron. Se toman los hechos y se los narra.
A veces no.
Lo mejor era irme en ese momento, antes de que Antonio me contara el cuento que yo acababa de escribir.
–Me la encontré en la calle, me dio tanta lástima dejarla ahí. Qué mujer, eh. Es muy linda. Cómo la iba a dejar en la calle, con este frío. Me la traje, le compré ropa, la vestí bien y ahora me acompaña todos los días en el trabajo.
Después él siguió caminando en dirección a la zona de los escritorios. Yo ya no pude seguirlo y preferí volver otro día.
–Pero por qué se va –me gritó él ya lejos–. Si es una linda historia.
A pesar de la temperatura, abrí la ventanilla del auto y dejé que entrara el aire frío.
Recién cuando bajé del auto reparé en el hecho de que el dueño de la compraventa y el personaje de mi relato tenían el mismo nombre.
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