Martes, 4 de febrero de 2014 | Hoy
A mí me cuesta mucho escribir cuentos. Prefiero las novelas, porque paso más tiempo con ese universo y llego a conocerlo bastante: a esos mundos y a sus respectivos personajes. Con los relatos doy muchas vueltas, hasta que finalmente decido qué es lo que voy a contar. Por eso cada convocatoria para una antología siempre ha sido bienvenida, porque de algún modo ya la temática señala para qué lado apuntar.
Me invitaron para una que iba a ser de necrológicas: la idea era matar a una persona conocida, relatar sus últimas horas de existencia y después escribirle un obituario. Estuve meses dándole vuelta al asunto hasta que me cayó la ficha de cómo tratarlo. Y además de a quién iba a hacer cagar. Elegí a un actor al que supe admirar y que hace casi veinte años perdió la popularidad ganada con sus películas de aquel entonces. Y que así y todo me da la impresión de que ahora está en paz. Que sobrevivió al trago amargo de los escándalos y a la exposición mediática. Que aceptó tanto el paso del tiempo como el adiós a ser el Nro. 1.
Decidí bajarme de esa antología antes de que entrara a imprenta porque antes de mandarnos las galeras nos avisan de que no podemos usar los nombres verdaderos para evitar inconvenientes legales. Que le cambiáramos algo del apellido para que el lector identificara de quienes hablábamos. Y listo. Creo fervientemente que así mi relato no tenía sentido ni gracia. Me pareció que era desprolijo. Y que era subestimar a quien lo iba a leer. En el cuento son dos actores los que se encuentran. Dos nombres que fueron una década de Hollywood ellos solos. Desde mediados de los ochenta a principios de los noventa. Después ya no más. Estrellas. Sí. Que encandilaron en su momento. Pero estrellas al fin. Como tantas otras. Como las muchas que hay en el firmamento. Depende de nosotros dónde posamos la mirada. Qué elegimos ver. Mis protagonistas son dos hombres que fueron grossos otrora. Y que hoy siguen intentando hacer lo que siempre fueron y lo que los hace felices, lo que los entusiasma en la vida: actuar.
Uso dos actores pero creo que hablo gracias a ellos de lo que nos pasa a nosotros también como escritores. Que un día tenemos la suerte de contar con los mimos de la crítica y de los lectores y por ahí al próximo libro ya no. De dónde tenemos que depositar nuestra fe. Y de que esto además de un laburo es un gran amor. El amor de nuestras vidas. Yo aprendí que si para destacar lo que hago tengo que hablar mal de un colega, ya sea de su trabajo o de su persona, lo mío no sirve. Respeto, y mucho, al que escribe. Porque sé muy bien lo que es ponerse a escribir. Un verbo que para ejecutarse depende de muchos otros que se tienen que sentir.
Uno escribe. Sueña. Cree. Juega. En primera instancia cuando lean “Si la luna fuera tu premio” estoy hecho si los ven a ellos y los reconocen tal cual, por más que sea una ficción. E insisto, como uno escribe, sueña, cree y juega, y pensando que estos dos actores además son muy buenos directores de cine y que en su momento ganaron respectivos Oscar por sus películas que los encontraron delante y detrás de cámara, es mi anhelo que alguna vez lean este relato. Que lo tomen con humor. Y que Dios quiera los entusiasme. Y que hagamos un corto. Y que lo protagonicen y dirijan ambos. Y que a mí me dejen hacer del intérprete de la banda de covers. Sería un lujo total. Prometo aprender a cantar si es necesario. Lo que cueste.
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