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› DORMIRE CUANDO ESTE MUERTO
El pasado siempre vuelve agazapado
Exponente del mejor cine negro británico, el film elude las convenciones del género.
› Por Horacio Bernades
En tres décadas dirigió nada más que nueve películas. A pesar de esa constricción no debe haber, en todo el cine contemporáneo, alguien más fiel que él al policial duro, ese que suele llamarse “negro”. Get Carter, su opera prima de comienzos de los ’70, lo ubicó rápidamente entre los referentes del género, y a ese mundo de tipos duros, aprietes y soledades esenciales volvió una y otra vez a lo largo de su salteada carrera. No llama la atención que el reciente regreso de Mike Hodges a las pistas, tras unos años de ostracismo, haya sido con dos películas que transcurren en zonas más o menos colaterales del hampa británica. Por una rara coincidencia, por estos días ambas salen, casi juntas, en video. Una de ellas es La jugada, que se había visto en cines hace unos meses en la Argentina, con escasos bombos y platillos, y que el sello Transeuropa acaba de editar. La otra es una exclusividad del video. Se trata de Dormiré cuando esté muerto, que en Estados Unidos se estrenó en agosto pasado y ahora edita, aquí, el sello AVH.
La otra coincidencia –o preferencia del realizador– es que ambas están protagonizadas por el mismo actor. Se trata de Clive Owen, un londinense de expresión convenientemente lapidaria a quien Hollywood está en tren de adoptar, tal como demuestran su protagónico de Rey Arturo y su papel como integrante del cuarteto central de Closer. Por el cual podría llegar a ganar un Oscar en días más, en el rubro Mejor Actor Secundario. En La jugada (Croupier, 2000), Owen es Jack Manfred, un escritor que, para ganarse unos pesos, acepta trabajar en un casino, suponiendo que podrá convertirse en amo del juego y sin sospechar que tal vez esté siendo comandado a distancia. En Dormiré cuando esté muerto (el título solo, traducción literal del original I’ll Sleep When I’m Dead, debería servir como testimonio de la fidelidad del realizador al noir), Owen es Will, un ex pesado que, en la mejor tradición del género, se ve obligado a volver de su propio pasado para enfrentarse otra vez con él.
Ladeado por un elenco en el que brillan los nombres de Charlotte Rampling (recuperada por el cine británico de un largo exilio francés) y el mítico Malcolm McDowell, la película de Hodges le da al nominado Clive Owen el más reconcentrado de sus papeles hasta la fecha. “Alguna vez estuve en Londres; me dio miedo”, le dice al comienzo una vecina del bosque en el que el hombre se recluyó. “Puede ocurrir”, le contesta Will, con un laconismo que la extrema contención expresiva de Hodges no hace más que replicar, a lo largo de toda la película. Con camisa de leñador, barba crecida y escasa afección por el champú, el comienzo de Dormiré... encuentra al protagonista convertido en ermitaño. La tala de árboles parece el oficio perfecto para él. De a poco se irá descubriendo que en su pasado londinense hasta los tipos más salvajes supieron temerlo. Y no precisamente por tirar troncos abajo.
Característicamente elíptica, eso es todo lo que se sabrá del héroe: con quiénes se las agarró en su momento, cómo y por qué, son cuestiones que la película deja olímpicamente sin respuesta. Se sabe que tres años atrás debió marcharse y ahora vuelve a la ciudad, tras perder su empleo como talador. Al regresar se encuentra con una desagradable novedad. Por haber osado encarar algunas pequeñas transas por su cuenta, su hermano Davey (Jonathan Rhys-Meyers, el de Velvet Goldmine) fue violado por un hampón de cuidado (McDowell, que compone uno de sus mil monstruos cinematográficos). Típica historia de venganza, Dormiré... recupera otro motivo clásico, el del ex duro obligado a serlo una vez más, tópico cuyo rastro puede seguirse desde El hombre quieto hasta Los imperdonables. Pero el minimalismo extremo del realizador lleva a que Will empuñe el arma una única vez. Con esa sola es suficiente.
De modo también proverbial, Hodges no necesita recurrir a ninguna convención de manual para hacer cine negro. No hay en Dormiré... ni policías ni abundancia de crímenes, no se estilizan luces y contraluces, no se percibe la mínima referencia a los años ‘40 y ni soñando se verá a alguien vestido con piloto o alguna mujer fatal. En la tradición británica, Hodges es un realista seco y pragmático, que reniega tanto del lirismo como de cualquier regodeo estético. Filma una Londres tan contemporánea –y casi tan de clase media baja– como la de Mike Leigh o Ken Loach. Aunque, eso sí, estrictamente nocturna y más individual que social. Eso no quiere decir que no le baste un único plano (el interior de una mansión de ricos) para señalar que prominencia social y crimen brutal son cosas que pueden vivir perfectamente bajo el mismo techo. No hay cine que tenga más clara la división de clases que el cine inglés. Y Hodges es un inglés de pura cepa.