Vie 04.03.2005

VIDEOS  › SANTA SANGRE, DE A. JODOROWSKY

Big bang de sexo, rituales y terror

El multifacético artista chileno propone una suerte de culebrón edípico circense.

Por H. B.

En abril estará en la Argentina, presentando algunos de sus textos en la Feria del Libro. Hombre orquesta que ha incursionado en las áreas más diversas, además de escribir novelas, poesía y algún que otro libro sobre esoterismo, Alejandro Jodorowsky fue, sucesiva o simultáneamente, mimo (trabajó durante años junto al mismísimo Marcel Marceau), creador de la corriente teatral de vanguardia conocida como “Teatro Pánico” (en sociedad con el español Fernando Arrabal), uno de los primeros cultores del happening, célebre autor de comics (fundó la revista Metal Hurlant, líder del género durante largos años) y practicante de una forma de terapia basada en las cartas del tarot, a la que bautizó psicomagia.
Aparte de todo eso, faltaba más, Alejandro Jodorowsky (nacido en Chile en 1929, viajero internacional durante años y radicado en París desde hace un par de décadas) se ha dedicado al cine. Como el resto de sus actividades, tampoco en ésta pasó inadvertido. A fines de los ’60 debutó en México con Fando y Lis, basada en la obra homónima de Arrabal, y poco más tarde realizó la legendaria El topo, suerte de spaghetti western existencial convertido en un hito del cine de culto de los ’70. La esotérica La montaña sagrada (1974) y la superproducción internacional The Rainbow Thief (1990), en la que dirigió a Peter O’Toole (“el actor más antipático, canallesco y saboteador que hay en el mundo”, según afirmó), Omar Shariff y
Christopher Lee, son otras de sus películas. Sin embargo, es posible que aquella donde más acabadamente se expone su mundo cinematográfico –equivalente a un explosivo big bang– sea Santa sangre, que Jodorowsky filmó en México a fines de los ’80.
Tan ignorada en la Argentina como el resto de su obra, hubo ocasión de chocarse con Santa sangre a mediados de los ’90, durante una retrospectiva realizada en la sala Lugones del Teatro San Martín. Ahora, Santa sangre acaba de hacer una brusca e inesperada reaparición, como corresponde a todo impromptu jodorowskyano. De la noche a la mañana, el sello Renacimiento Nuevo Siglo acaba de editarla en video.
Producida por Claudio Argento (hermano del hemoglobínico Dario), fotografiada por Daniele Nanuzzi y con un elenco en el que aparecen, junto a tres hijos del realizador, la mexicana Blanca Guerra (coprotagonista de La reina de la noche, de Arturo Ripstein), el estadounidense Guy Stockwell y hasta la vedette argentina Thelma Tixou, Santa sangre es una suerte de culebrón de terror mítico-edípico-erótico-granguiñolesco y circense, para buscarle alguna definición a lo que es por definición indefinible.
Narrada en dos tiempos, la película más exuberante de Jodorowsky tiene por protagonista a un muchacho llamado Fénix. En la primera escena puede vérselo encerrado en un hospital de salud mental, trepado a un árbol, como si se tratara del eremita de Simón del desierto. Fénix (Axel Jodorowsky) fue llevado hasta allí de pequeño, tras una noche infernal en la que su madre atacó a la amante de su padre, el padre le cortó los brazos a la mamá y finalmente se degolló en la vereda. Como confirmándole al espectador argentino que está en presencia de un drama edípico reducido a lo más básico, la mamá (Blanca Guerra) no podía llamarse de otro modo que no fuera Concha. El papá (Guy Stockwell) es tirador de cuchillos en un circo, y se la pasa baboseándose por los rincones con la Mujer Tatuada (la Tixou), cuyo tremendo cuerpazo pintado será prolijamente tajeado, en escena digna del más desaforado Dario Argento.
A todo esto, sucede que Concha es una santona, líder de un culto que adora a cierta virgen violada. Según cuenta el mito, el violador le mutiló brazo por brazo. De allí que el símbolo del culto sean dos brazos cruzados, una de las más negras humoradas de la película. Pero no la única, ya que al sufrir en manos de su marido la misma suerte que la santa, la propia Concha repetirá fatalmente el ciclo. Claro que esto es sólo el comienzo: el cabello tirante, la mirada extraviada y los muñones colgando fatídicos de ambos lados del cuerpo, la terrible Concha terminará convirtiendo a su hijo en autómata. Además de asesinar a dúo, ambos presentan un número de varieté en el que ella canta boleros mientras él ondula los brazos... como si fueran los de mamá.
Nocturnal y tormentosa, memorablemente pintada por Nanuzzi, habitada por enanos de circo, mutilados, putas, curas pederastas, dealers, cafishios y un inolvidable grupo de mogólicos cocainómanos, Santa sangre es aquel pastiche soñado. En él es posible llorar de pena, reír u horrorizarse, mientras se oye un mambo de Pérez Prado y se ve a una madre sentada al piano, tocando una ranchera con los brazos del hijo.

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