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› TERROR EN EL PISO 13
Asesinatos en una ciudad que sueña
Tobe Hooper, una leyenda en el género, dirige esta película inquietante, en la que las máscaras asumen algo más que su sentido literal. La muerte se instala en un edificio de Hollywood, que poco tiene que ver aquí con alguna fábula dorada.
› Por Horacio Bernades
El hombre es toda una leyenda en el campo del cine de terror y hacía rato que andaba semirretirado, en esa especie de limbo para cineastas en problemas que representa la televisión. Con sesenta y pico de años y no muy conocido fuera de los círculos de fans, Tobe Hooper alcanzó la gloria en los lejanos ‘70, con un verdadero superclásico de la categoría, como es La masacre de Texas. No fue lo único bueno que hizo: de aquellos años es también la miniserie Salem’s Lot, una de las mejores adaptaciones de Stephen King que se conozcan. Como suele suceder, su película más exitosa (Poltergeist) no necesariamente es la mejor, y desde mediados de los ‘80 Mr. Hooper debió rebuscárselas como pudo. Ahora llega, directo a video, su producción más reciente, con la que parece haber cobrado nuevos bríos: para este año, Hooper debería estar estrenando otras dos. Una de ellas lleva el prometedor título de Morgue.
La que ahora edita en Argentina el sello Plus Video se llama originalmente The Toolbox Murders (Los asesinatos de la caja de herramientas) y por estos días llega a videoclubes, con el antojadizo título de Terror en el piso 13, que tiene poco y nada que ver con la película en sí. No deja de ser curiosa la historia de The Toolbox Murders: se trata de la remake de una peliculita clase-B de los años ‘70, que llevó el mismo título. Lo curioso es que aquella película, en la que un asesino enmascarado hacía un uso heterodoxo de toda clase de herramientas, se “inspiró” a su vez (por ponerle una palabra enaltecedora a lo que no fue más que una copia oportunista) en La masacre de Texas. En la que, como es sabido, había otro enmascarado que usaba su sierra eléctrica y no precisamente para serruchar árboles.
Terror en el piso 13 transcurre enteramente en un desvencijado edificio de Los Angeles. De Hollywood, más precisamente, lo cual no deja de representar una visión francamente anómala de la ciudad de los sueños. Como si se tratara casi de una reescritura en clave genérica de la mucho más prestigiosa Como plaga de langosta, the city of dreams es reemplazada aquí por su contracara sucia, ruinosa, venida abajo. “Algunos llegan a Hollywood para quedarse, otros se van y hay muchos... que desaparecen”, se divierte un cartel inicial con el destino de los pobres diablos que no llegan a ser Brad Pitt o Julia Roberts. Uno de ellos es un anciano que se pasea como un fantasma por los pasillos del edificio. Hace 60 años que vive allí, después de haber sido, allá por los ‘40, uno de los tantos aspirantes a galán que debieron conformarse con ser nadie.
El viejo conoce la historia del edificio y en algún momento le dará la clave a la protagonista, una de esas típicas heroínas del género, que viven metiendo las narices donde no deberían. Tiene sus razones para hacerlo: en las habitaciones contiguas la gente aparece clavada a las paredes, el cráneo atravesado por algún martillo neumático, el rostro partido en dos por obra de una sierra circular. A pesar de como suena, no deben temer sobredosis gore quienes no estén familiarizados con los hábitos genéricos. Hooper siempre se caracterizó por su sequedad de procedimientos, en los que no hay demasiado lugar para orgías de destripe. Ya en la propia The Texas Chainsaw Massacre se insinuaba más de lo que finalmente se veía, y otro tanto vuelve a verificarse aquí. Como sucedía en aquel clásico, en Terror en el piso 13 el monstruo no tiene explicación, ni motivación, ni razón aparente para hacer lo que hace. Lo cual lo deja a salvo de cualquier psicologismo banal: no es malo ni se volvió malo por culpa de otros; es monstruo y se conduce monstruosamente.
La película de Hooper insinúa una idea muy interesante, aunque finalmente la deje un poco de costado. La idea es que el edificio en cuestión fue construido alrededor de otro, cuya arquitectura misma está vinculada con la magia negra y al que se puede acceder activando ciertos símbolos ocultistas. O sea: un edificio que es, en sí mismo, la máscara de otro. No es raro, entonces, que su habitante más monstruoso también se presente enmascarado. Y que esa capucha oculte un rostro que es, como el lugar que lo alberga, abominable.